Garragélida - Capítulo 6: Entendimiento

Story by Rukj on SoFurry

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#6 of Garragélida

¡Buenas a todos! Con una semana y algunas horas de retraso, subo el capítulo 6 de Garragélida. En él, las inquietudes de Zèon y su necesidad de compartirlas se irán haciendo cada vez más poderosas... pero Sophia está observando.

Gracias por leer y, ¡espero que os guste! ^^


El agudo sonido de la alarma perforó los pensamientos de Zèon y le despertó de un sueño inquieto y superficial, que había conseguido conciliar al cabo de unas cuantas horas de nerviosismo. Aquella era la primera vez que, de no haber sido por aquella alarma, habría continuado durmiendo. Al menos, se consoló, aquella vez había dormido bajo su propia voluntad.

El zorro ártico se frotó los ojos, aún adormilado y con un fuerte dolor de cabeza. Luca se estaba incorporando al otro lado de la habitación, tan rápido en espabilarse como de costumbre, pero Vent parecía tan desconcertado como él mismo. Zèon se removió entre las sábanas, incómodo, mientras las averiguaciones de la noche anterior acudían a su mente como un lejano eco. Aún no sabía cómo se las iba a apañar para decirle sin palabras a Luca lo que había descubierto y, aunque estaba seguro de que terminaría encontrando alguna forma, tenía miedo de que Sophia se las apañara para enterarse incluso aunque no hubiera hecho sonido alguno.

-¿Crees que podrás moverte hoy? -preguntó entonces Luca. Se había levantado y acercado a la cama del zorro ártico, dirigiéndole una mirada de preocupación.

Zèon se lo pensó durante unos segundos.

-Creo que sí -murmuró, al cabo de unos segundos -. Si me ayudas a levantarme.

Luca asintió y le tendió una zarpa, apresurándole a pasarle un brazo por la espalda una vez hubo conseguido levantarse. Zèon reprimió un gesto de dolor y cerró los ojos, tratando de reunir la suficiente fuerza como para caminar. De nuevo, cada paso que daba le sentaba como si un millar de agujas se clavaran en toda la zona que iba desde su cadera hasta la nuca. Se preguntó cuánto tardaría en desaparecer el dolor.

-¿Has conseguido dormir algo esta noche? -le preguntó Luca, entonces.

Zèon tragó saliva, nervioso. Tenía que tener cuidado a la hora de contestar aquello, o Sophia...

Sacudió la cabeza.

-Sí -respondió, finalmente -. Aunque sólo un poco.

-Me alegro. En tu estado, deberías descansar todo lo posible.

Zèon calló durante unos segundos, sin saber qué más responder a aquello. Era difícil dar a entender lo que estaba pensando sin que nadie más aparte de Luca pudiera averiguarlo.

Ambos salieron al pasillo y les recibió una algarabía de conversaciones matutinas. Zèon se dio cuenta entonces de que era la primera vez que salía de su habitación tan temprano, ya que por lo general solía esperar unos minutos con Koi, para evitar que los demás pudieran verle mientras se duchaba. Incluso ahora, que ya había descubierto su secreto, seguía sintiéndose incómodo de mostrarse desnudo ante los demás. Algo en su interior se revelaba ante la idea de poder ser mirado, juzgado y criticado por todos aquellos fehlar que aún conservaran algo de aquella retorcida mentalidad que los había llevado a iniciar la guerra. Y, por otra parte, no necesitaba ser objeto de la lástima de cualquier kane al que su historia le pareciera una desgracia.

Sólo quería que le dejaran en paz.

Y, sin embargo, era capaz de sentir con asombrosa claridad las miradas de pena o de mal disimulada curiosidad que le dirigían muchos con los que se cruzaba.

Sacudió la cabeza y trató de pensar de nuevo en cómo transmitir lo que sabía sin utilizar palabras. <<Las palabras son sólo espejismo, son sólo ilusión>> había dicho su maestro de Alquimia tiempo atrás. Aunque, en su caso, él se había referido a su carácter efímero, y al hecho de que la escritura era capaz de enlazarlas al mundo terrenal para la eternidad. Aquello no le ayudaba.

Fue entonces cuando Luca le dirigió una mirada inquisitiva, preguntándose a qué venía aquel silencio tan extraño. Zèon se encontró con sus ojos y, esperanzado, trató de transmitirle que había algo que no estaba bien, algo que le inquietaba, pero de lo que no podía hablar. Luca mantuvo su mirada durante unos segundos, confuso, hasta que finalmente la apartó con un gesto algo brusco.

Zèon esperó que hubiera entendido algo.

-Entonces, ¿seguro que te encuentras bien? -le preguntó al cabo de un rato el lobo. Había algo diferente en su tono de voz, algo que sólo Zèon podría haber entendido.

Era la respuesta a su mirada anterior y parecía querer decir <<Dame una pista>>.

-Creo que estoy algo cansado -respondió Zèon, quitándole importancia; y entonces, una luz se hizo en su mente -. Ayer no pude dormir absolutamente nada y esta noche sólo he caído rendido a última hora.

Luca asintió, pensativo. Daba la sensación de que estaba analizando cuidadosamente cada uno de sus gestos y palabras, como sólo él podía interpretarlos. <<No puedo decirle que es la comida con una sola mirada>> se dijo a sí mismo Zèon, frustrado. Tendría que buscar otra forma de hacerle llegar a aquella conclusión, aunque aún no estaba seguro de cómo lo haría.

Se decidió a jugárselo todo a una última carta.

-¿Tú has dormido bien, al menos? -preguntó Zèon, dirigiéndole una mirada cargada de significado.

<<Vamos>> pensó, impaciente <<Vamos, Luca. Entiéndelo>>.

El lobo sostuvo su mirada un segundo. En aquel breve lapso de tiempo, el zorro ártico tuvo la sensación de que un puente invisible se tendía entre ambos, como si algo hubiera conectado. Había sentido aquella sensación de profundo entendimiento muchas otras veces con Luca; aquellos breves momentos en los que cada uno de ellos, tan conocedor del otro, era capaz incluso de intuir lo que pensaban. A menudo, habían podido comunicarse ideas básicas con simples miradas.

Por desgracia, toda aquella teoría de los somníferos en la comida distaba mucho de ser una idea simple.

-Sí, he dormido bien -murmuró Luca. Frunció el ceño -. Siempre he dormido bien aquí.

<<¡Sí! ¡Eso es!>> estuvo a punto de gritar Zèon, emocionado. Sin embargo, trató de ocultar su entusiasmo de la mejor forma posible y se limitó a asentir, dando a entender que ya había anticipado aquella respuesta. La mirada de Luca se llenó de curiosidad, pero al mismo tiempo Zèon estaba convencido de que entendía que no podía decirle más por miedo a que Sophia estuviera escuchando.

Finalmente, ambos llegaron al comedor. Como en un sueño, Zèon vio salir a Sophia al balcón y pasar la lista, con la misma tranquilidad y seriedad de siempre, como si nada fuera de lo normal hubiera ocurrido jamás en aquel lugar. La vez anterior había sostenido la mirada de la mujer, pero en esta ocasión deslizó su mirada hacia el suelo, como un cordero asustado, cuando fue su turno de responder. El zorro casi pudo sentir en su nuca la mirada satisfecha que le dirigió Sophia desde detrás de los gruesos cristales de sus gafas.

Luego hubo un breve descanso, como todos los días, en el que los kane y fehlar se dirigieron, en su mayoría, a la sala de juegos. Más tarde, la alarma volvía a sonar de nuevo y los residentes debían sentarse de nuevo a la mesa para la comida. El resto del día era libre, y los prisioneros eran libres de recorrer las estancias de la Caja libremente... sin atravesar la puerta de cristal que llevaba al centro de operaciones de Sophia, obviamente.

Zèon, sin embargo, se quedó sentado en la mesa del comedor, junto con Luca. No tenía la menor intención de moverse y, por otro lado, tampoco le apetecía estar con alguien que no fuera Luca, después de lo que había sucedido dos días atrás. Habría podido hablar con Ike, también, pero después de la discusión de ambos el día anterior, no estaba seguro de si quería volver a verlo o simplemente olvidarse de él. Echó una mirada a su alrededor, nervioso, preguntándose si al león se le ocurriría acercarse a donde estaba sentado.

No le encontró a él, pero sí a la que no mucho tiempo atrás había considerado su sombra.

-Oh, es Shiba -murmuró Luca, sorprendido, en cuanto siguió la dirección de la mirada de Zèon y se encontró con que la tigresa se dirigía hacia ellos.

En apenas unos segundos, la fehlar había llegado hasta donde ellos esperaban sentados. Sus pasos eran elegantes, pero extremadamente rectos, y su mirada torva se deslizaba alternativamente de Luca a Zèon. A pesar de que ya estaba claro que había ido allí para hablar con ellos, aún no había articulado una sola palabra.

El zorro ártico no pudo evitar sentirse ligeramente intimidado. Shiba era casi de la misma altura que Luca y casi igual de fibrosa. Si realmente había sido la Centinela de Ike, como él le había dicho el día anterior, aquello tenía sentido. Una guardaespaldas tenía que estar preparada físicamente para proteger a su cliente, se dijo Zèon. En el caso de Shiba, Zèon habría apostado porque habría sido capaz de vencer en una pelea a cualquier persona de la Caja, sin excepción. Incluso a ese pretencioso Kainn.

-Buenos días, Shiba -saludó Luca, con suavidad.

La otra no respondió. Su mirada estaba fija en Zèon y el zorro ártico no pudo evitar sentirse algo cohibido. También se despertó en lo más profundo de su alma un recuerdo desagradable. Si hacía memoria, no podía decir que hubiera tenido buenas experiencias con tigres, precisamente.

-Luca -dijo entonces la tigresa; su voz era algo grave, pero al mismo tiempo suave y modulada como la de cualquier fehlar -, ¿puedes dejarme a solas con Zèon un rato? Tengo que hablar de algo con él.

La sorpresa en el rostro del lobo fue mayúscula. Zèon tampoco se había esperado aquello, pero trató de no parecer exageradamente impresionado.

-Eh... -comenzó el lobo, sin saber muy bien cómo responder. Su mirada se deslizó hacia Zèon, interrogante.

<<Estaré bien>> pensó el zorro ártico, tratando de créerselo. Luca, sin embargo, pareció coger al vuelo aquellos pensamientos y asintió, mientras se levantaba. Apenas unos segundos después de que el lobo se hubiera ido, Zèon ya estaba lamentando su ausencia.

No sabía por qué, pero no podía evitar tenerle cierto respeto a la Centinela de Ike.

-¿Qué pasa, Shiba? -preguntó, tratando de romper el desagradable silencio. Sus palabras sonaron menos cargadas de seguridad de lo que le habría gustado.

La tigresa se sentó a su lado, antes de mediar palabra.

-Me sorprende que tú, con lo observador que dices ser, no lo hayas descubierto ya -contestó la otra, con un breve tono de reproche.

-Yo no voy presumiendo de ser observador -se defendió Zèon, perplejo.

-Lo que sea -bufó la otra, con cierto gesto de cansancio -. ¿En serio no te has dado cuenta?

Zèon notó que estaba a punto de perder la paciencia. Había algo en el tono acusador de la tigresa que le estaba poniendo realmente nervioso.

-¿De qué debería haberme dado cuenta? -preguntó, tratando de permanecer calmado.

-De que Ike se ha encaprichado contigo -respondió la tigresa, suspirando.

Zèon parpadeó un par de veces, sin entender del todo.

-¿Encaprichado? ¿En qué sentido?

-Que está interesado en ti -respondió la otra, con impaciencia -. Le gustas, kane.

Al principio, Zèon recibió aquella noticia con escepticismo.

La parte racional de su mente le recordó que la atracción entre kane y fehlar tan sólo se había dado mucho tiempo atrás, en situaciones que podían contarse con los dedos de una zarpa, y que se consideraban absolutas excepciones. Entre otras muchas, las hienas eran una de las especies que habían acabado surgiendo de aquellas extrañas uniones: por eso compartían rasgos de los cánidos a pesar de pertenecer a la familia de los felinos. Lo cual, al fin y al cabo, no les había salvado de la ira de Alekai, que no había tenido piedad al invadir sus tierras marginales.

Sin embargo, más allá de aquella escéptica vocecilla en el fondo de su mente, Zèon recordó la conversación que habían tenido el día anterior. Los constantes titubeos de Ike, su esfuerzo por permanecer junto a él durante todo el día... Sacudió la cabeza. En el momento no se había dado cuenta, pero aquella historia de que entre los fehlar se rumoreaba que él y Luca querían aprovecharse de la compañía del humano bien podía haber sido una excusa para pasar más tiempo con él.

En cualquier caso, ¿qué podría haber visto Ike, el hijo de un rey, en él? Debía de tener gustos peculiares si se había sentido atraído por Zèon. No tanto por lo que tenían en común, su sexo; sino por lo que les diferenciaba: su raza.

-No lo sabía -reconoció Zèon, muy a su pesar. Lo cierto era que ni se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad, de tan descabellada que le parecía.

-Pues ya lo sabes -respondió Shiba, con cierta sequedad.

Zèon le dirigió otra mirada crítica. La tigresa no parecía muy dada a empezar una conversación, y menos con un kane. Su rudeza, en cierto sentido, lo decía a gritos: se sentía tan incómoda por estar hablando de aquello que tenía que ocultarse bajo una falsa máscara de relativa violencia.

-¿Por qué me cuentas esto, Shiba? -le preguntó Zèon, al cabo de unos segundos.

La tigresa desvió la mirada y la fijó en la mesa, incómoda. Había juntado las zarpas y giraba los pulgares rápidamente, como si quello consiguiera darle más paciencia en aquella situación.

-Creí que deberías saberlo -murmuró, finalmente -. No es algo... sencillo.

Zèon comprendió, de pronto.

Shiba aún tenía la esperanza de que su encierro allí no sería eterno, no sería para siempre. Ella creía que en algún momento volverían a Lykans y recuperarían sus vidas normales. Y aunque Zèon no veía aún muy viable aquella posibilidad, tampoco la descartaba y entendía perfectamente a lo que la tigresa se refería.

Si los fehlar se enteraban de que el hijo de su líder había estado coqueteando con un kane de las filas enemigas, todo el orden establecido entre sus filas podía venirse abajo. La traición entre los de su raza se pagaba muy cara, y el hecho de que alguien de la familia real hubiera mantenido una relación sentimental con nada menos que un esclavo sexual... podría haber estallado como una bomba entre los fehlar. Conociendo las intrigas políticas de las que Ike le había hablado, alguien podría haber tratado de derrocar al rey por aquel simple hecho. O incluso eliminar a toda su línea sucesoria.

Zèon sacudió la cabeza. Algo que a él se le antojaba sumamente insignificante podía convertirse en el detonante de una guerra civil entre los fehlar.

Por supuesto, aquello eran sólo teorías e hipótesis. Zèon no tenía ningún interés en comenzar una relación con el príncipe de los fehlar: no se sentía atraído por él y, en cualquier caso, se seguía sintiendo demasiado incómodo en su presencia como para haber decidido hacer algo.

-¿Ike tiene hermanos? -preguntó, pragmático. En el caso de que el león fuera desterrado por su crimen contra los fehlar, existía la posibilidad de que su línea sucesoria se mantuviera y su hermano más cercano en edad ascendiera al poder.

-Tiene una hermana -respondió Shiba -. Un año más joven que él. Pero créeme cuando te digo que a los kane no os conviene que ascienda al poder. -Al parecer, había seguido el razonamiento de Zèon y entendía qué era lo que realmente le interesaba saber.

-¿Por qué? ¿Qué ocurre con ella? -preguntó el zorro, con curiosidad. Pero Shiba simplemente negó con la cabeza.

-Ike es uno entre un millón -dijo, con suavidad -. Es uno de los pocos fehlar que no se ha dejado arrastrar por un odio visceral hacia los kane. Cree que la guerra de su padre se ha descontrolado y le gustaría poder detenerla una vez llegara al trono. -Zèon entendió por primera vez las implicaciones de aquello -. Si fuera desterrado...

-Entiendo -murmuró el zorro ártico, palideciendo un poco -. La única posibilidad de frenar la guerra se vendría abajo.

Shiba le dirigió una larga mirada. Su rostro era inescrutable, pero a Zèon le pareció entrever una pequeña sombra de compasión.

-No me malinterpretes -dijo, al cabo de un rato -. Los kane no me merecéis un especial respeto, yo no soy como Ike. De hecho, no quise intervenir en la pelea del otro día porque también me era indiferente lo que le sucediera a aquel humano -admitió -. Pero debo velar por los intereses de Ike porque es el trabajo que se me ha asignado, y estaré dispuesta a eliminar cualquier obstáculo que amenace su felicidad.

Zèon no pudo contenerse por más tiempo.

-Entonces, ¿estás diciéndome que debería decirle que "no"? En el hipotético caso de que se atreviera a pedirme algo, claro está.

Pero Shiba negó con la cabeza.

-Puedes responderle lo que quieras y tener lo que quieras con él. Eso no es asunto mío. Sólo te pido que... si ocurriera... intentarais ser lo más discretos posible.

Zèon torció el gesto.

-Creo que conozco bastante bien el significado de la palabra "discrección" -añadió, secamente.

Shiba comprendió y le dirigió otra larga mirada, que el zorro ártico no fue capaz de interpretar.

-Lo vi -dijo, al cabo de un rato -. Tienes razón: eres discreto. Y también...

Durante unos segundos, pareció que iba a completar aquella frase de un momento a otro, pero finalmente se levantó y se alejó del zorro ártico, sacudiendo la cabeza. Zèon la vio marchar, aún preguntándose exactamente qué debería pensar de aquella conversación y si Shiba acababa de precavirle o amenazarle.

-¿Qué quería? -preguntó Luca, cuando regresó al cabo de un rato.

-No lo sé -murmuró Zèon, aún algo perplejo -. Creo que... creo que simplemente estaba preocupada y necesitaba compartirlo con alguien.

Aquella fue la comida más desagradable que Zèon había tenido nunca.

Jamás había sentido especial predilección por aquel pastoso puré amarillo que les servían siempre, pero el hecho de saber además que al comerlo se estaba envenenando a sí mismo estuvo a punto de hacerle vomitar en más de una ocasión. Aún así, logró contenerse para fingir normalidad, y tan sólo aprovechó en sus momentos de mayor asco para dirigirle una mirada a Luca, tratando desesperadamente de decirle lo que estaba ocurriendo.

El lobo continuaba comiendo, ajeno a lo que quería transmitirle Zèon, pero consciente de que había algo que marchaba mal.

-No tienes por qué forzarte a comer si no te sientes bien del todo aún -murmuró, al cabo de un rato.

-No es eso -respondió Zèon, pero no supo qué más decir y el lobo ladeó la cabeza, confuso.

-Yo creo que a Zèon no le gusta el puré -aventuró Koi, sentado al otro lado del zorro ártico -. No pasa nada, Zèon. A mí tampoco me gusta, pero me he acostumbrado. Si llevara dos días sin comer, como tú, ¡tampoco podría volver a comer esta... esta cosa! -exclamó, y a continuación le sacó la lengua al plato.

Zèon esbozó un amago de sonrisa. La inocencia del pequeño husky le sentaba en aquellas situaciones como un soplo de aire fresco.

-Entonces... ¿dices que llevas dos días sin comer? -preguntó entonces Luca, lentamente.

El zorro estaba a punto de responder sinceramente cuando se dio cuenta de que aquella no era una pregunta normal. Había algo en el tono de Luca que parecía querer asegurarse de que la respuesta de Zèon implicaría algo en lo que él había pensado. Y, entonces, el zorro ártico se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir.

-Sí, no ha comido nada de nada, porque no ha salido de la habitación -aseguró el pequeño husky, asintiendo con vehemencia -. Seguro que por eso no dormía por las noches, porque se estaba muriendo de hambre. Mi mamá dice que a veces eso pasa cuando te haces mucho daño o estás muy malito: no puedes comer ni tampoco dormir. ¡Espero que nunca me pase a mí!

<<¡Oh, Koi, gracias!>> estuvo a punto de gritar Zèon, emocionado. En lugar de eso, se limitó a atraerlo hacia sí efusivamente y a darle un torpe abrazo. Koi correspondió, algo sorprendido por la repentina muestra de cariño, pero el zorro apenas se dio cuenta de aquello. Desde el otro lado de la mesa, Luca le dirigía una mirada de entendimiento, como si por fin hubiera podido averiguar lo que pasaba por su mente. Zèon solo podía pensar en que, de no haber sido por la curiosidad y las incesantes ganas de hablar de Koi, no habría conseguido nada.

-Tiene sentido -dijo al cabo de unos segundos el lobo, dejando la cuchara con suavidad en el plato y dirigiendo una breve mirada de disgusto a su contenido. Aquella fue la confirmación que Zèon necesitaba.

-Claro que sí. ¡Tienes que comer más, Zèon! Mi mamá decía también que si no comes de todo, no crecerás. ¿Es eso lo que te pasó a ti? ¿Por eso Luca es tan alto y tú tan bajito?

El zorro ártico no pudo evitarlo y rió.

Pero apenas había escuchado el sonido cuando se llevó la zarpa al hocico, asustado del sonido de su propia risa. No habría sabido decir cuánto llevaba sin oírlo y tampoco sabía si le agradaba o le inquietaba. Inmediatamente después, dirigió una mirada a su alrededor, temeroso de que alguien le hubiera visto u oído, pero todos parecían demasiado concentrados en sus raciones de puré como para prestarle mucha atención.

Respiró hondo para calmarse y volvió a adoptar una expresión neutra, tratando de eliminar cualquier rastro de emoción de su rostro.

Tenía que confirmarlo.

-Luca, ¿te importaría acompañarme al baño? -le preguntó, desviando la mirada hacia el suelo y haciendo un verdadero esfuerzo para fingir malestar físico. No le resultó difícil: después de todo, las heridas de su espalda aún seguían ardiendo al mínimo movimiento -. No me encuentro muy bien...

-Es porque te he abrazado muy fuerte, ¿verdad? -gimió Koi, agachando las orejas -. Lo siento, Zèon.

-No creo que sea por eso, pequeño -sonrió el lobo, dirigiendo una mirada cómplice al zorro ártico. A diferencia de Koi, él había captado inmediatamente a qué se refería -. No te preocupes: yo te acompaño. Edi, ¿podrías cuidar de Koi mientras vamos al baño? -preguntó, dirigiéndose a un labrador que se sentaba a su lado -. Zèon no se encuentra muy bien.

-Sin problema.

A pesar del esfuerzo físico y el dolor que le suponía moverse, el zorro ártico trató de avanzar lo más rápidamente posible junto a Luca en dirección al pasillo. El lobo trató de ayudarle a caminar pasando uno de los brazos de Zèon por sus hombros, pero la diferencia de altura hacía que aquello fuera algo complicado, motivo por el que tuvo que sostenerle tomándole de la cintura.

-Ya sabes, Zèon. Tienes que comer mejor si quieres crecer -le recordó el lobo, dirigiéndole una sonrisa burlona.

El zorro ártico estuvo a punto de devolverle la sonrisa, pero un pinchazo de dolor le hizo torcer el gesto.

-No te preocupes -murmuró Luca, dirigiéndole una mirada apenada. No soportaba verle así -. Enseguida llegamos.

Sin embargo, el trayecto a los baños se hizo mucho más largo de lo que ninguno de los dos podría haber imaginado. A Luca le resultaba difícil avanzar teniendo que cargar con Zèon, quien además tenía constantes problemas no sólo para mantenerse en pie, sino también para poder caminar en línea. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada y se dedicaron a seguir adelante, simplemente.

-¿Recuerdas la última vez que tuve que cargar contigo? -preguntó Luca, al cabo de un rato.

Zèon lo recordaba a la perfección. Después de todo, había sido uno de los pocos momentos en los que había sentido que la esperanza aún podía ponerse de su parte.

Había sucedido poco después de que escapara del palacio de su último dueño y se refugiara en el pequeño bosquecillo que crecía a su alrededor, desesperado. Su mente racional, dormida desde hacía ya tiempo, había despertado dolorosamente y le había recordado que lo que acababa de hacer, aunque necesario, tenía muchas posibilidades de terminar mal. Se había hecho daño en el tobillo con la caída y lo tenía hinchado, por lo que no iba a ser capaz de avanzar a una gran velocidad. Escuchaba voces a lo lejos y era consciente de que, en aquel mismo instante, los hombres del palacio de su antiguo amo estaban organizando una partida. Y, si lo encontraban, no se contentarían con convertirlo de nuevo en un florero; no, Zèon sabía que un fugitivo no merecía nada mejor que la muerte, y los fehlar no tendrían compasión alguna.

El zorro ártico reptó por el suelo embarrado del bosque y se refugió bajo un tronco caído, respirando entrecortadamente. Se dirigió una mirada crítica, entrecerrando los ojos. Estaba cubierto de hojas, barro y aceites cuyo origen no estaba seguro de conocer. Además, no podía correr para escapar y estaba solo ante una corte entera de fehlar que podrían incluso cercar aquel bosque y esperar simplemente a que saliera por uno de sus extremos. La situación era complicada, pero si algo había aprendido Zèon de los problemas que sus profesores tendían a hacerle resolver era que todo tenía una posible solución.

De modo que cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmarse.

El aceite aromático podía ser un problema: su llamativo olor podía llevar a los fehlar directo hacia él, si tan sólo tuvieran un olfato hábil. Lo primero que debía hacer era buscar cualquier sustancia con la que contrarrestar aquel aroma y evitar que le rastrearan rápidamente. Sin embargo, aquel tobillo hinchado iba a darle más de un problema. Zèon se lo palpó con las zarpas y reprimió un gesto de dolor, tratando de averiguar la causa de la hinchazón. Al cabo de unos segundos, llegó a la conclusión de que sin duda se había hecho un esguince debido a aquella caída. <<Frío, vendaje y un buen reposo>> se dijo a sí mismo, sorprendido aún de que los largos años de cautiverio aún no le hubieran hecho olvidar aquellas cosas.

Pero no tenía hielo, ni mucho menos tiempo para descansar, por lo que de momento tendría que sobrevivir sin ninguna de las dos cosas. Ya tendría tiempo de reposar una vez hubiera escapado de allí. Su mirada tropezó entonces con un árbol de hojas grandes y alargadas que caían hacia el suelo; conocía aquella especie y sabía que sus hojas servirían para vendarse el tobillo.

De modo que se arrastró como pudo hacia el tronco de aquel árbol, abandonando su refugio, y se las apañó para arrancar una de aquellas hojas alargadas. Después se limpió la zona del tobilló de barro cuidadosamente y comenzó a vendarse la zona, con cuidado de no apretar demasiado el vendaje e impedir que la sangre fluyera libremente. En cuanto hubo terminado, miró su trabajo con cierto orgullo. No le habría valido para ganar un concurso de primeros auxilios, pero no estaba nada mal, dadas las circunstancias.

Hecho esto, dirigió una mirada a su alrededor, buscando algo con lo que disimular el penetrante olor de aquellos aceites aromáticos. Torció el gesto al descubrir junto a aquel árbol un montón de excrementos, pero sabía que no podía ser mucho más exigente en una situación así. Después de haberse esparcido la maloliente sustancia por su cuerpo, respiró profundamente de nuevo y trató de infundirse a sí mismo algo de valor. Tenía que escapar de allí, como fuera.

El trayecto por el bosque fue largo y penoso. Incapaz de apoyar una de sus patas, tropezaba constantemente con ramas y charcos y aún así trataba de continuar avanzando lo más rápidamente posible, sin mirar atrás. Su fino oído había captado voces en la entrada del bosque y era consciente de que le estaban persiguiendo, pero no podía permitirse un solo momento de vacilación. Si lo hacía, todo habría acabado para él. Y ahora que había recuperado su identidad y probado el dulce sabor de la libertad ya no podía echarse atrás.

Resultó que el bosque se extendía mucho más allá de lo que él había pensado en un principio. Lo dedujo cuando, al anochecer, aún no había dejado de ver árboles a su alrededor y el frondoso manto de vegetación que le rodeaba ni siquiera había hecho un amago de desaparecer. Sin embargo, no se detuvo ni siquiera cuando el sol hubo desaparecido del firmamento y la luz que penetraba por entre las ramas de los árboles se hubo apagado finalmente. Entrecerrando los ojos y forzándose a dar lo mejor de sí, el zorro ártico continuó caminando a oscuras, sin decir una palabra ni echar la vista atrás.

Fue un milagro que no le alcanzaran durante los días que duró su desesperada huida. Sin permitirse descansar más de lo obligatorio y comiendo sólo lo que encontraba a su paso y consideraba necesario para subsistir, Zèon continuó arrastrando sus patas sin detenerse, siempre hacia adelante. En muchas ocasiones, creía oír voces a sus espaldas y entonces aceleraba el ritmo, aterrorizado ante la posibilidad de que le encontraran. Una de estas veces en las que el terror se apoderó de él, Zèon tropezó con sus propias zarpas y cayó al suelo. Ya no volvió a levantarse.

Estaba física y mentalmente agotado después de haber viajado durante tanto tiempo sin ningún tipo de descanso. El tobillo hinchado le dolía cada vez más. No se había curado, ni mucho menos, y Zèon estaba empezando a temer que con aquella herida no estaba haciendo sino empeorar la lesión. Además, tenía hambre y sueño, y era incapaz de continuar moviéndose. El zorro ártico cerró los ojos con fuerza, asustado, cuando escuchó cómo las pisadas que había percibido apenas unos minutos antes entre el follaje se acercaban más y más a él. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, limpiando a su rastro la suciedad que se habían ido acumulando durante aquellos días en su pelaje.

-¿Quién eres? -había dicho entonces una voz ligeramente ronca a sus espaldas.

Zèon no había tenido fuerzas ni para levantar la cabeza.

Simplemente había permanecido tirado en el suelo hasta que las pisadas se habían detenido junto a su cabeza y alguien había tratado de levantarle, con cuidado. El zorro ártico se dejó hacer, demasiado débil como para resistirse, y quizá por eso ahogó una exclamación de sorpresa cuando descubrió el rostro del que acababa de ayudarle a incorporarse.

Era un kane. Un lobo gris, bastante más alto que él, cuyos ojos de color rojizo le dirigían una larga mirada de compasión.

Demasiado confundido y cansado como para reaccionar correctamente, el primer impulso de Zèon fue apartarse. Se echó hacia atrás bruscamente, tropezó de nuevo y cayó al suelo cuan largo era, sentado sobre el barro. Desde allí, dirigió una mirada de recelo al lobo que le observaba desde enfrente, como si no pudiera terminar de creer que fuera real.

-Eh, no tengas miedo -le había dicho éste, acuclillándose junto a él -. Vaya, sí que estás asustado. ¿Cómo has acabado aquí? ¿Te persiguen los fehlar?

Zèon había asentido, aún con lágrimas en los ojos y demasiado confuso como para decir nada.

-Vaya... lo suponía -murmuró el lobo, con un hilo de voz.

Zèon lo había contemplado durante unos instantes, buscando algo que le demostrara que la imagen que tenía delante era real. Tenía miedo de que en cuanto parpadeara la ilusión de aquel kane se desvanecería en el aire como si jamás hubiera existido, como si tan sólo hubiera sido un espejismo creado por su mente para quitarle definitivamente la razón.

Pero después de varios parpadeos, el lobo continuaba allí, agachado a su lado y aún mirándole con aquella profunda mirada de compasión, aquellos ojos que parecían transmitir tanta confianza.

-¿Dónde... dónde estoy? -había preguntado Zèon, finalmente. Su voz había sonado rota y áspera, después de tantos días en silencio.

-Cerca de uno de los campamentos de refugiados de Bosquespino -le había informado el lobo, con suavidad -. A unos días de la frontera. Puedes venir con nosotros, si quieres -había dicho, tendiéndole una zarpa -. No queremos que te pase nada malo.

Zèon había notado en su interior encenderse una leve llama de esperanza y no había podido evitar irrumpir en un sollozo ahogado, incapaz de creer que por fin la suerte le sonriera. Apenas había notado la zarpa del lobo al ayudarle a levantarse, y había sido consciente sólo a medias del cálido abrazo que éste le había dado. Más tarde, se había dejado llevar por el lobo, apoyando la cabeza contra su pecho y permitiendo que él le guiara. Tan sólo reaccionó cuando escuchó al lobo decir:

-Por cierto, yo soy *********. ¿Cómo te llamas tú?

Zèon se lo había dicho, no sin cierto alivio. Era la primera vez que alguien le preguntaba su nombre en cuatro años. Además, no podía dejar de pensar en que, en contra de todo pronóstico, había conseguido recuperar todo aquello que le importaba.

Su identidad y su libertad.

Cuando Zèon recordaba aquellos días sentía un nudo en la garganta. Era dolorosamente consciente de lo cerca que había estado de perderlo todo, de lo fácil que habría sido que un fehlar le encontrara en lugar de Luca.

Volvió a la realidad y se alejó de aquellos recuerdos de días pasados cuando ambos cruzaron la puerta que llevaba a los baños. A aquellas horas, éstos estaban vacíos y el silencio que se escuchaba en ellos resultaba casi inquietante. Tan sólo podía oírse el leve zumbido de una de aquellas extrañas luces eléctricas que resplandecían en el techo, intermitentemente.

Luca acompañó a Zèon hasta un retrete. Una vez allí, el zorro ártico alzó la cabeza hacia él, dubitativo.

¿Sería Sophia capaz de estar vigilándolos también en aquel lugar? ¿Acaso era capaz de vulnerar su intimidad llegando tan lejos? Zèon quería pensar que no, más que nada porque imaginaba que vigilar a todos los fehlar y kane de su complejo mientras orinaban y defecaban no estaba entre las mayores preocupaciones de la mujer. Luca mantuvo su mirada, pacientemente.

Finalmente, Zèon se armó de valor e introdujo una zarpa en su boca, no sin cierto reparo. Nunca había hecho aquello antes, aunque conocía el método gracias a las cocineras de su palacio. No tardó en encontrar lo que estaba buscando y, finalmente, tras un silencio que se le hizo excesivamente largo y expectante, una brutal arcada sacudió su cuerpo y vomitó en el inodoro.

Después de haber echado allí el poco contenido que su estómago albergaba, se limpió con un poco de papel y se giró hacia Luca, temblando. El lobo le miraba en silencio, y en su comprensiva mirada Zèon pudo percibir que entendía los motivos por los que acababa de hacer aquello. No tardó en aproximarse también al retrete y hacer lo mismo que había hecho el zorro, sin vacilación. Zèon no pudo dejar de pensar en el hecho de que Luca había hecho aquello sin dudar ni un segundo, lo que demostraba que el lobo confiaba plenamente en su criterio. No pudo evitar sentirse enternecido.

En cuanto ambos hubieron acabado de limpiarse, Luca se giró hacia Zèon y le dio un fuerte abrazo. Zèon se dejó abrazar, satisfecho y aliviado, consciente de que definitivamente podía asegurar que el lobo había entendido lo que había estado tratando de decirle durante todo el día. Se dejó caer en sus brazos y suspiró, tranquilo. Ahora que compartía aquel secreto con alguien más notaba como si un enorme peso se hubiera quitado de sus hombros.

El abrazo le recordó también al primero que él le había dado, mucho tiempo atrás. Con él, Luca era capaz de hacer que sus penas desaparecieran, o que parecieran menos importantes que nunca. Sin embargo, en esta ocasión Zèon no tenía lágrimas en los ojos.

Aquel mismo día en el que se había encontrado con Luca había sido también la última vez que se había permitido a sí mismo llorar.

Algo más tarde, Zèon le pidió ayuda a Luca para que le ayudara a llegar a la sala de juegos y, una vez allí, le sentara en uno de los sillones del área de descanso. El zorro ártico reprimió un gesto de dolor cuando el asiento se hundió bajo su espalda magullada, pero no dijo nada.

-¿Necesitas algo más? -le preguntó el lobo, mirándole fijamente a los ojos.

<<Sí>> pensó Zèon, inconscientemente <<Necesito que me prometas que ambos vamos a salir de aquí, de una pieza>>. Sin embargo, cuando abrió la boca, tan sólo acertó a murmurar:

-Mi... mi cubo.

Luca tardó unos instantes en comprender, pero finalmente un brillo de entendimiento destelló en sus ojos y salió en dirección al estante de los juegos de ingenio. Zèon le vio marchar, con el recuerdo del primer encuentro de ambos aún dando vueltas por su cabeza. Habían pasado muchos años desde entonces, pero Luca seguía siendo aún la única persona en la que se veía capaz de confiar. Koi, para eso, era aún demasiado pequeño.

Zèon no recordaba haber tenido nunca a un amigo como cualquiera de ellos dos. Cuando había estado en la corte de Tundranorte no había sentido la necesidad de hacer amistades y, más tarde, tan sólo había podido relacionarse con otros esclavos igual de silenciosos y aterrorizados que él. El único lugar en el que habría podido trabar alguna amistad había sido el campamento de Bosquespino, donde había pasado varios años junto a la familia de Luca... aunque, a aquellas alturas, ya le costaba trabajo establecer relaciones con la gente debido a los problemas que había tenido en su infancia.

Rodeó sus rodillas con los brazos y dejó escapar un suspiro, pensativo. Por eso precisamente Luca era mucho mejor que él para animar y convencer a otros.

El lobo, por su parte, no tardó en regresar a su lado, sosteniendo en una de sus zarpas el cubo de Zèon. El rostro del zorro ártico se iluminó cuando se lo tendió y cerró sus zarpas en torno a él como si fuera un salvavidas capaz de mantenerle a flote.

-Adam te manda saludos -le dijo entonces el lobo, sentándose a su lado -. Quiere saber cuánto has pensado... o cómo lo has hecho, o... algo así.

Zèon asintió, pero no dijo nada. Su mirada estaba fija en el cubo.

-¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó Luca, suavemente.

Zèon comprendió que no se refería a si quería realizar alguna actividad con él en la Caja, sino a lo que acababan de averiguar. Frunció el ceño.

-No lo sé -admitió, al cabo de unos segundos -. Esperar. Pensar. Me gustaría hablar con Ike -añadió, de pronto. No sólo hablar con él, por supuesto, sino también contarle lo que acababan de averiguar.

-¿Con Ike? -repitió Luca -. Te costará, creo.

<<Claro que me costará>> pensó Zèon, frustrado <<Con él no tengo la misma confianza que contigo y no sé cómo demonios voy a hacerle entender que nos están drogando con las comidas>>. Sus zarpas comenzaron a moverse por el cubo de colores, moviendo sus hilas y sus columnas de un lado a otro rápidamente. Tenía que haber una solución.

-Sobre todo si es privado -añadió Luca, con cautela.

Zèon entrecerró los ojos.

-Sí -murmuró. No dijo nada más, sin embargo. No sabía qué podía decir.

Sophia podía estar escuchando cualquier palabra; y si no ella, cualquiera de sus subordinados de aquel diabólico centro. Aquello no sólo cortaba una vía importante de su comunicación con Luca, sino que además le impedía completamente hacerle saber a Ike lo que quería decirle. Zèon no dudaba de la buena voluntad del león, pero también era plenamente consciente de que no tenía con él la misma conexión que con Luca.

Además, sería difícil decirle algo de manera privada o incluso hacérselo saber con Shiba estando siempre detrás de él, como una sombra. <<También podría intentar que Shiba lo comprendiera por su cuenta>> pensó el zorro ártico, recordando que en teoría la tigresa era bastante más observadora que Ike. Aquello no parecía descabellado: después de todo, ella era una Centinela y seguramente estaba acostumbrada a prestar más atención a los pequeños detalles que Ike, quien se había criado en una corte y, por lo tanto, era probable que jamás hubiera tenido que recurrir a su capacidad de observación. Zèon también se había criado en una corte, en efecto; pero no recordaba que Ike hubiera mencionado ningún maestro ni profesor en su conversación del día anterior.

El cubo chirrió un poco ante un nuevo giro de muñeca.

En cambio, había algo del león que le tenía realmente intrigado. Teniendo en cuenta lo que se contaba sobre Alekai Colmillo Ígneo, el fehlar que había organizado el exterminio de toda una raza, Zèon no entendía cómo Ike podía haber desarrollado una mentalidad tan abierta y compasiva como la que demostraba tener en ocasiones. Shiba ya le había dicho que era especial y el zorro ártico estaba empezando a pensar que tenía razón. Además, si todo lo que le había contado era cierto, Ike se sentía atraído por...

En ese momento, una idea terrible le asaltó. Un plan sucio y vil que jamás se habría creído capaz de concebir, pero que en aquellos instantes veía como la única salida ante la encrucijada en la que se encontraba.

<<No>> se dijo a sí mismo, palideciendo <<No puedo hacer eso>>.

Y sin embargo, a pesar de lo rastrera que le parecía aquella idea, era consciente de que tenía muchas posibilidades de salir bien. Si el problema era que Sophia podía estar constantemente escuchándolos... la solución era tratar de convencerla de que lo que estaban diciendo no tenía mayor relevancia. Entonces, podría aprovechar el momento para comunicarle a Ike cosas que que tuvieran relevancia.

<<Pero es cruel>> pensó, sintiendo cómo se le encogía el corazón <<No puedo hacerlo... >>.

El cubo se le resbaló de las manos y cayó al suelo. Zèon ni siquiera hizo un amago de levantarse a recogerlo.

-¿Zèon? -preguntó Luca, extrañado -. ¿Estás bien?

-S-sí... -respondió el zorro ártico, aunque no sonó creíble en absoluto -. Creo que... creo que he pensado en una forma de hablar con Ike.

El lobo le dirigió una mirada extrañada, pero no hizo comentarios. Zèon tampoco habló, cada vez más seguro de que se vería obligado a llevar acabo aquel plan, por más dolor que pudiera causarle a Ike.

Después de todo, ¿qué podía llamar menos la atención que aquello que se la llamaría a todos los residentes de la Caja? ¿Por qué habría Sophia de interesarse por una relación amorosa entre el heredero del trono fehlar y un vulgar refugiado kane?

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