Garragélida - Capítulo 11: Sumergido

Story by Rukj on SoFurry

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#11 of Garragélida

¡Buenas a todos! Traté de subir este capítulo ayer, pero mi conexión me dio algunos problemas y me fue totalmente imposible. Espero que esta vez funcione bien...

Este es el penúltimo capítulo de "Garragélida". El último lo subiré este domingo, ya que está escrito ya en español y traducido al inglés a medias, por lo que no debería llevarme mucho tiempo tenerlo a punto.

Por cierto, este es uno de mis capítulos favoritos de la historia, puesto que en él tiene lugar una escena que me gusta mucho. Espero que a vosotros también os guste. ¡Y gracias por leer! ^^


El sol iluminaba un cielo azul, sin nubes, y sus cálidos rayos se desparramaban en las calmadas aguas del lago, reflejando agradables destellos sobre su superficie. Una suave brisa mecía las hojas de los árboles, que parecían susurrar sosegadas palabras mientras seguían su ritmo. Una cigarra, en algún punto de la orilla, dejaba escapar su lenta y monótona canción.

El zorro ártico sintió la caricia del agua mientras deslizaba su zarpa por la superficie. Tras ella, dejaba una estela de reflejos rotos y rayos de sol desordenados que se entremezclaban de nuevo, arremolinándose alrededor de sus pantorrillas y su cola, sumergidas ya en el lago. El tacto refrescante del agua le hizo sonreír y se giró hacia la orilla, desde donde él le estaba observando con aquella expresión de serenidad y entendimiento que había aprendido a apreciar tanto.

El zorro ártico sintió cómo sus ojos rojos le recorrían de arriba abajo, y aquella mirada casi le hizo sentir más calidez que los rayos del sol. Se giró de nuevo, disfrutando de la calma que parecía envolver aquella escena, y avanzó unos cuantos pasos más. Levantó algunas diminutas gotas a su paso: pequeños mundos de agua en los que los destellos del sol se multiplicaron por mil antes de desaparecer.

Llegó finalmente al centro del lago y, desde allí, saludó con una zarpa a quien le esperaba en la orilla. El lobo de pelaje gris respondió a su saludo, sin articular palabra, y el zorro ártico volvió a sonreír.

Entonces, la cigarra enmudeció.

Densos nubarrones aparecieron como por arte de magia sobre el lago y comenzaron a arremolinarse en una lenta pero amenazante espiral de negrura y desasosiego. El zorro ártico levantó la cabeza, alarmado, para contemplar sin entender el cielo que antes le había parecido tan agradable. Dejó escapar un gemido de miedo y entonces comenzó a avanzar hacia la orilla, tratando de abrirse paso por entre las aguas, que en aquel momento ya no parecían acariciarle sino retenerle ávidamente en el centro del lago.

Él había tendido una zarpa hacia él. Seguía sonriendo, a pesar de la tormenta que se acercaba, y su expresión estuvo a punto de calmar al zorro ártico. Pero la orilla estaba cada vez más lejos: sus piernas no parecían avanzar en el agua, sino que a cada paso que daba, la figura del lobo gris se alejaba más y más.

El zorro ártico quiso gritar y abrió la boca. Entonces, perdió pie y se precipitó hacia el fondo del lago, dejando tras de sí una miríada de burbujas. Se debatió, aterrorizado, en aquellas oscuras aguas que parecían estrangularle y trató de volver a la superficie, pero cuanto más manoteaba para mantenerse a flote, más y más se hundía hacia el fondo, como una piedra...

-Las constantes vitales se mantienen estables, señorita Lefebvre.

-Excelente -respondió la mujer, dirigiendo un rápido vistazo a la pantalla derecha, en la que podía ver a varios hombres situados alrededor de Lagopus Z, que permanecía inmóvil -. Continuad monitorizándolo. No quiero perder a este sujeto como perdimos a Lupus L.

Uno de los hombres asintió casi imperceptiblemente y volvió a su trabajo. Sophia, también.

Sus manos enguantadas se deslizaban rápidamente por la superficie de la Pecera, enlazando pensamientos, manipulándolos y separándolos de forma que encajaran mejor. Aquel era su mundo: el mundo de los números, el mundo de los pensamientos. Era el medio en el que sabía moverse mejor y, aún así, no siempre podía controlar los resultados.

En ese sentido, sólo una parte de su mente estaba completamente dedicada al trabajo que estaba realizando. La otra estaba lejos de allí, preguntándose si el zorro ártico sería capaz de aguantar aquel difícil procedimiento... y las consecuencias que tendrían lugar si no lo hacía. Llevaba demasiado tiempo preparándole para aquel momento, y si las cosas no salían como ella quería, todas sus ambiciones podían verse desbaratadas.

<<Tiene que salir bien>> se dijo a sí misma, tratando de mantener la calma y sin variar la expresión un ápice <<Es un buen sujeto. Tiene que salir bien...>>. Sin embargo, no había acabado de repetirse mentalmente aquellas palabras cuando un grito se alzó a sus espaldas, sobresaltándola. No necesitó girarse para saber que el zorro ártico había comenzado a convulsionarse, presa de violentos temblores y víctima de un dolor que ella sólo podía alcanzar a imaginar.

-¡Señorita Lefebvre! -exclamó uno de los hombres que vigilaban el estado de Lagopus Z -. ¡El sujeto está...!

-Ya lo sé, lo he oído -le interrumpió la mujer, hosca -. Vamos, Lagopus Z -murmuró entonces, para sí misma -. Sé que eres orgulloso. Aférrate a la última pizca de orgullo que te quede y resiste un poco más...

El proceso estaba casi completo. Tan sólo necesitaba unos segundos...

...el zorro ártico se debatió bajo el agua, liberando de nuevo una corta hilera de burbujas, que suponían el último rastro de oxígeno que permanecía en sus pulmones. Notaba una presión espantosa alrededor de todo su cuerpo: como si alguien hubiera colocado unas tenazas a su alrededor y estuviera apretándolas cada vez más y más. En medio de aquella densa oscuridad de sonidos amortiguados, ni siquiera sus gritos parecían ser reales.

Sólo el dolor era real.

Sentía que la cabeza le iba a explotar y notaba su pecho vacío a punto de reventar por la fuerza que ejercía el agua a su alrededor. Pensamientos frenéticos, llenos de horror, cruzaban por su mente a toda velocidad, pero uno prevalecía sobre los demás: la certeza de que, si seguía así, no podría aguantar mucho más...

Fue entonces cuando comenzó a llover.

No fue una lluvia normal, ya que tuvo lugar bajo el agua. Pequeñas burbujas de aire comenzaron a caer desde arriba y se arremolinaron en torno a sus pies, juntándose poco a poco y creando una capa de aire bajo el agua. Ésta fue creciendo poco a poco, hasta que por fin llegó a la altura del hocico del zorro ártico, que respiró violentamente a pesar del dolor que ello causara a sus pulmones. Entonces, cayó ingrávido contra un suelo blando y esponjoso, invisible a simple vista.

Si miraba hacia arriba, podía ver aquella masa de agua oscura, alejándose cada vez más de donde él estaba. Si miraba hacia abajo, no veía nada. Absolutamente nada. No era una negrura infinita, ni tampoco una nada de color blanco inmaculado, que se extendiera hacia dónde alcanzara la vista.

Simplemente, no había nada.

-Es un sitio extraño, ¿verdad? -preguntó entonces una voz, cerca de él.

El zorro ártico alzó la cabeza, sorprendido, y se encontró con la cálida mirada rojiza que había perseguido en la superficie del lago.

-¡Eres... tú! -exclamó, en cuanto descubrió al lobo gris.

Por algún extraño motivo, no era capaz de recordar su nombre, aunque sentía que lo tenía en la punta de la lengua. Se sintió ligeramente frustrado.

El lobo gris, sin embargo, tan sólo sonrió y le tendió una zarpa. Él la aceptó, de buena gana, y pronto se encontró al lado del alto individuo, que le pasó un brazo por los hombros. Entonces, ambos comenzaron a caminar por aquel extraño mundo que parecía desafiar cualquier ley racional.

El zorro ártico sacudió la cabeza, confuso. Mirara a donde mirara, no había nada a su alrededor. Sólo él y aquel lobo caminaban por aquel espacio vacío e infinito. Era ciertamente desconcertante, aunque no tardó en acostumbrarse.

Por lo menos, no estaba solo.

-Hemos pasado por tanto juntos... -murmuró entonces el lobo, suavemente -. ¿Sabes qué es este sitio?

-No -admitió el zorro ártico -. ¿Lo sabes tú?

-No tengo ni la más remota idea.

Ambos se mantuvieron entonces por silencio durante un breve, pero largo lapso de tiempo. Podrían haber sido segundos, o quizás años. En aquel lugar, comprendió el zorro ártico, el tiempo era tan relativo como el espacio que les envolvía.

-No recuerdo tu nombre -le confesó, al cabo de un rato -. ¿Por qué no recuerdo tu nombre?

-Yo tampoco recuerdo el tuyo -le confió el lobo, esbozando una cálida sonrisa que consiguió reconfortar al zorro ártico. A continuación, ladeó la cabeza -. Y creo que, si no lo recordamos... aún estando aquí... es porque simplemente no es tan importante.

El zorro ártico asintió, enérgicamente.

Entonces, el lobo gris se detuvo y le tomó de ambos hombros mirándole directamente a los ojos.

-No deberías estar aquí -le dijo, con seriedad -. No puedes estar aquí.

-Pero quiero estar aquí -protestó el zorro ártico, sintiendo una leve sensación de angustia al pensar en la posibilidad de alejarse del lobo -. Contigo. Este sitio sólo es extraño si estoy solo.

-Este sitio no es donde tú debes estar. Al menos, aún no -le aseguró el lobo, pasando una zarpa por la frente del zorro para quitarle algo de humedad del pelaje. Hasta aquel momento, éste no se había dado cuenta de que estaba mojado -. Tu sitio está ahí arriba.

-Pero tú no estás allí -se quejó el zorro ártico, reprimiendo un escalofrío -. Allí estaré solo.

-Nunca estarás realmente sólo si sabes buscar bien la compañía. Y, además, si alguna vez me llamas, estaré un paso detrás de ti.

-Pero no puedo subir. ¡Me ahogaré! -gimió el zorro, temblando violentamente. Era como si, de repente, la humedad de su pelaje hubiera penetrado en su piel y alcanzado sus huesos. De repente tenía frío, mucho frío.

-No lo harás, si aprendes a respirar bajo el agua -le confió el lobo, y entonces le dio un fuerte abrazo.

El zorro ártico correspondió, sin dejar de temblar. A pesar de que aquel abrazo le llenaba de calor, seguía teniendo demasiado miedo. El simple pensamiento de apartarse de aquel lobo le hacía sentirse tan solo y perdido que no podía evitarlo.

No quería marcharse de allí. No quería...

-Eh -murmuró el lobo gris, estrechándole entre sus brazos y mirándole directamente a los ojos de nuevo -. No tengas miedo. Tú eres más fuerte que eso.

El zorro ártico quiso replicar. Quiso decir que, en realidad, no lo era. Que era débil, que no tenía más fuerzas para seguir luchando, y que no quería volver a hundirse nunca más. Se sintió a punto de llorar, pero las lágrimas simplemente no brotaron de sus ojos. Quiso decir su nombre, pero éste seguía sin aparecer en su mente.

Además, algo extraño comenzaba a pasar. Era como si, de repente, su vista se estuviera volviendo borrosa, como un dibujo de tinta al desteñirse en el agua. Los contornos del lobo gris e incluso los suyos propios parecían estar difuminándose poco a poco, y un frío mortal se apoderó de sus extremidades.

-Recuerda -le pidió el lobo, y sus ojos rojos fueron lo último que vio antes de que la escena se desvaneciera totalmente -, que siempre estaré un paso detrás de ti.

Y la nada pareció envolverlo todo.

Sophia sonrió, y aquella fue su primera sonrisa verdadera en mucho tiempo.

-El enlace ha sido completado -le comunicó entonces uno de los hombres que habían estado monitorizando a Lagopus Z -. El proceso ha sido un éxito.

-Al fin -suspiró la mujer, sintiendo un verdadero alivio.

Dirigió un nuevo vistazo a la pantalla que tenía delante de ella, pensativa. Los pensamientos del zorro ártico fluían de un lado a otro, rápidamente, como luciérnagas en una noche de verano.

Y, al fin, podría cazarlas sin necesidad de una red.

La mente de Zèon era suya.

...un paso detrás de ti...

El eco de aquellas palabras resonó en la mente de Zèon por última vez antes de que abriera los ojos, sobresaltado. Aún tardó unos instantes en comprender que ya no estaba en aquel extraño lugar en el que se había encontrado con el lobo gris, cuyo nombre (al menos, el que él se había dado en la Caja) recordaba ahora a la perfección. Estaba recostado en su litera, como todas las mañanas, mirando fijamente el techo metálico de su habitación. No sentía dolor alguno aunque, por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, se notaba extremadamente fatigado.

Se las apañó para girar la cabeza y descubrió que la litera a su derecha estaba totalmente vacía. La cama de arriba, en la que Vent se había acostumbrado a dormir aquellos últimos días, tenía las sábanas revueltas. Sin embargo, la de abajo estaba impecable, como si nadie hubiera dormido allí durante días.

-...Luca... -murmuró el zorro ártico, como si así pudiera llamarle. Sin embargo, sabía ya a la perfección que, allá donde él había ido, no podría escucharle.

-¿Zèon? -escuchó entonces una voz, bajo él.

El zorro ártico intentó moverse, pero la fatiga extrema no se lo permitió. En cualquier caso, pronto descubrió a quién pertenecía la voz que le había reconocido apenas unos segundos antes. En cuanto la cabeza del husky se asomó por el borde de su cama, el rostro del zorro ártico se iluminó levemente.

-Koi -susurró, sintiendo ganas de reír y llorar al mismo tiempo -. Koi... estás aquí.

-Claro que estoy aquí -dijo por respuesta el husky, encaramándose a su cama y mirándole fijamente con sus profundos ojos violetas -. ¿Dónde iba a estar si no? Los demás están en el comedor, pero yo no quería apartarme de ti. La señora de las gafas dijo que algún día te despertarías, pero yo no me fiaba de ella. Así que, si despertabas, quería estar aquí para verte. Y si no, quería estar aquí para cuidarte.

Zèon sintió una oleada de calidez inundando su pecho y alargó una zarpa para acariciar la cabeza del husky cariñosamente. Éste cerró los ojos y se subió a la litera, tumbándose a su lado y dejando que le mimara.

-Gracias, Koi -dijo de corazón el zorro ártico, al cabo de unos segundos -. Gracias...

-Gracias a ti -sonrió el husky -. ¡Menos mal que has despertado!

-¿Cuántos días llevo durmiendo? -preguntó el zorro ártico, con curiosidad.

-Oh, sólo cuatro. No han sido tantos en realidad. ¿Te imaginas que te hubieras quedado dormido para siempre? ¡No habría podido salir de aquí nunca y mis amigos se habrían olvidado de mí!

-Dudo mucho que sea tan fácil olvidarse de ti -respondió Zèon, suavemente.

-Claro que Ike podría haberte cuidado también. Lleva pasando por aquí todos los días, ¿sabes? Es muy gracioso, aunque también un poco raro. Intenta hacerme reír siempre, como si yo estuviera triste, pero creo que en realidad es él el que está triste. O lo estaba. Ahora no lo estará, porque has despertado -razonó el husky, asintiendo para sí mismo -. Sí, seguro que se alegrará al verte.

La mención de Ike trajo de nuevo una serie de preocupaciones a la mente de Zèon. Casi se había olvidado del león y del fingido romance que había iniciado por él. Tendría que darle muchas explicaciones una vez se recuperara del todo.

-¿Dónde está Luca, Zèon? -preguntó entonces Koi, mirándole de nuevo a los ojos.

El zorro ártico sintió que se le hacía un nudo en la garganta y tardó unos segundos en responder.

-Se ha ido -respondió, finalmente.

El husky ladeó la cabeza, con una chispa de entendimiento brillando en lo más profundo de sus ojos violetas.

-¿Se ha ido... con mamá? -preguntó entonces, en un susurro.

-Sí, Koi -respondió Zèon, abrazándole con fuerza -. Está con tu mamá.

Ninguno de los dos dijo nada más durante un largo rato. Sólo permanecieron abrazándose mutuamente, mientras el tiempo pasaba lentamente. En cualquier otra ocasión, Zèon habría creído que era él el que estaba tratando de animar a Koi, pero en aquel instante estaba convencido de que aquel abrazo le hacía más bien a él que al pequeño husky.

En algún momento de aquel abrazo, aunque no habría sabido decir exactamente cuándo, comenzó a llorar. Se aseguró de hacerlo discretamente, de forma que Koi no pudiera darse cuenta de ello, pero al mismo tiempo se permitió a sí mismo desahogarse de la mejor manera posible.

Una pequeña vocecilla en su cabeza le decía que tenía que preocuparse por Sophia, por lo que fuera que la mujer había conseguido hacer en su mente, por continuar buscando una manera de escapar de allí... pero todo eso había quedado muy lejos, absurdamente lejos. Ya no tenía fuerzas para seguir buscando soluciones, ni para tratar de responder a las preguntas que aún no tenían respuesta para él.

Luca se había ido. ¿Qué sentido tenía ahora preocuparse por la libertad?

Era como si un largo sueño, el más maravilloso y real que Zèon hubiera sido capaz de imaginar, hubiera llegado a su fin. Sentía como si de repente alguien hubiera sumergido su cabeza en un barreño de agua tibia y oscura: apenas podía ya ordenar sus pensamientos, ni encontrar el motivo por el que hacerlo. Simplemente continuaba ahí, quieto. Sumergido.

Pasaron varios minutos; horas, quizás, hasta que la puerta de la habitación se abrió.

El zorro ártico levantó su húmeda mirada y la clavó en la figura que acababa de entrar en la habitación. En los ojos del recién llegado se reflejó un largo espectro de emociones, que iban desde la más genuina sorpresa hasta el más absoluto alivio.

-¡Zèon! -exclamó Ike, en cuanto se hubo sobrepuesto a la sorpresa -. ¡Zèon! Oh, al fin... ¡Zèon, estás despierto!

-Sí... eso parece -respondió el zorro ártico, secándose las lágrimas sin apartarse ni un segundo de Koi -. Hola, Ike.

El león le dirigió una larga mirada, como si estuviera analizándole detenidamente.

-Zèon, ¿te encuentras bien? -preguntó al cabo de un rato.

El zorro ártico sostuvo su mirada durante unos instantes, pero no tardó en desviarla hacia el suelo, incapaz de mirarle a los ojos. Como toda respuesta, se limitó a encogerse de hombros. La preocupación en el rostro del león se acentuó más.

-¿Dónde... dónde está Luca? -preguntó, cautelosamente.

Zèon abrió la boca para responder, pero Koi se le adelantó:

-No está aquí.

La voz del husky sonó extrañemente segura de sí misma, como si tuviera plena consciencia de lo que acababa de decir. Zèon se preguntó si realmente Koi entendería las implicaciones de lo que estaba diciendo o si, por el contrario, aún era incapaz de entender lo que realmente había ocurrido. Quizás, durante aquellas semanas en las que Zèon había estado algo menos pendiente de él, el husky hubiera madurado un poco. El zorro ártico sintió cierto orgullo al pensar en aquella posibilidad, pero éste pronto desapareció bajo la sombra de la ausencia de Luca.

Independientemente de si Koi entendía lo que acababa de decir o no, Ike sí pareció captar el significado oculto de aquellas palabras.

-De acuerdo -murmuró el león, algo taciturno. Sin embargo, se las apañó para componer una sonrisa -. Bueno, al menos me alegro de saber que estás bien. Tenía miedo de que... de que no... -el león se interrumpió a mitad de frase y sacudió la cabeza; entonces, se giró hacia Koi -. Oye, Koi. ¿Te importaría dejarnos a Zèon y a mí solos un rato?

El husky dirigió una mirada inquisitiva a Zèon, pero el zorro ártico tardó unos segundos en comprender su significado. Finalmente, asintió. Koi se desasió lentamente de su abrazo y a continuación bajó de la litera, aproximándose a la puerta.

-Ten cuidado, Koi -le pidió Zèon, sin saber muy bien por qué.

-Voy a ir a ver a mis amigos y a contarles a todos que has despertado -le aseguró el pequeño husky, antes de desaparecer por la puerta.

Sólo entonces, el león volvió a girarse hacia él, aún con aquella leve sonrisa de alivio en su rostro. Zèon creyó entender que, de no haber sido por la misteriosa desaparición de Luca, la sonrisa de Ike habría sido mucho mayor. No estaba seguro de hasta qué punto habían llegado a intimar el león y el lobo, pero sí que sabía que había sido Luca el que le había insistido para darle una oportunidad.

Luca... el sólo recuerdo de él le provocó un doloroso pinchazo en el pecho. Sacudió la cabeza y se obligó a sí mismo a regresar a la realidad presente, en la que Ike se aproximaba a él y comenzaba a subir por las escaleras de la litera. Antes de que él alcanzara su cama y se tumbara a su lado, ya sabía que no sería capaz de decirle que le había engañado respecto a su relación.

Notó los fuertes brazos del león cerrándose en torno a su cuerpo y no pudo evitar estremecerse.

-Estaba muy preocupado -le confesó entonces Ike, con un hilo de voz, estrechándole suavemente -. Por favor, no vuelvas a hacerme esto...

-¿El qué? -preguntó Zèon, sin entender. Inmediatamente después, sacudió la cabeza; le había parecido escuchar un pitido en algún rincón de la sala.

-Sabes muy bien a lo que me refiero -le reconvino el león, aunque con tono amable. Entonces, le lamió una oreja -. No... quisiera que tú también desaparecieras de la noche a la mañana.

Zèon asintió, casi automáticamente. Su atención, sin embargo, no estaba totalmente puesta en la conversación con el león; seguía escuchando aquel extraño pitido, agudo y penetrante, que se escondía en alguna parte de aquella habitación. Trató de aguzar el oído, molesto. Era realmente desagradable.

-He estado pensando en la conversación que tuvimos el otro día -murmuró en aquel momento el león, taciturno -. Puede que en aquel momento no me diera cuenta, pero creo que intentabas decirme algo importante, ¿no es así?

Parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo, por lo que Zèon dedujo que podía ser algo que hubiera enterrado bajo el suelo, o escondido tras las paredes. En cualquier caso, el pitido iba en aumento y se hacía cada vez más difícil de soportar.

-Me... ¿me estás escuchando, Zèon? -preguntó el león, al darse cuenta de que el zorro ártico había comenzado a removerse, incómodo.

-No, lo siento -confesó él, incorporándose sobre la cama y entrecerrando los ojos, cada vez más incómodo -. ¿Es que no lo oyes?

-¿Oír el qué? -preguntó Ike, atónito.

-Ese sonido. Agh... no puedo...

El león le contempló durante largo rato, entre asombrado y preocupado. Al cabo de unos segundos, se incorporó también y dirigió una mirada suspicaz a su alrededor, como esperando ver algo que se le hubiera pasado por alto. Después, sin embargo, se giró de nuevo hacia Zèon, sin encontrar nada extraño en la sala.

La imagen con la que se encontró le llenó de preocupación.

-Zèon, ¿te encuentras bien? -preguntó, cauto.

El zorro ártico se había llevado las manos a la cabeza y temblaba violentamente sobre la cama, presa de un silencioso dolor que Ike no podía comprender ni compartir. El león alargó una zarpa hacia él, sin saber exactamente por qué motivo; quizás para darle su apoyo o para tratar de infundirle algo de calor.

Sin embargo, aquel gesto fue un error.

Antes incluso de que pudiera reaccionar, Zèon se abalanzó sobre él con las zarpas por delante y Ike dejó escapar una exclamación de sorpresa, echándose hacia atrás en la cama. Su espalda chocó contra la pared y dejó escapar un gemido de dolor, pero éste fue ahogado en cuanto las zarpas del zorro ártico se cerraron con una fuerza asombrosa en torno a su garganta.

Ike, sin entender qué estaba sucediendo, dirigió una mirada horrorizada a Zèon. Le sorprendió descubrir que, a pesar de estar tratando de asfixiarle, la expresión del zorro transmitía tal incomprensión y angustia que no encajaba con sus actos. Había algo extraño en aquella expresión; algo que Ike no podía entender del todo, pero que quedó grabado poderosamente en su retina y que tardaría en olvidar.

El león finalmente reaccionó, llevándose las zarpas al cuello para tratar de apartar las de Zèon, en un intento de zafarse de su letal agarre. Ambos forcejearon un poco; los únicos sonidos que se escuchaba en la habitación eran los sordos boqueos de Ike y los resoplidos de Zèon al hacer fuerza con las garras. Finalmente, el león consiguió apartar al zorro ártico a un lado, dejando escapar un jadeo de esfuerzo, pero antes incluso de que pudiera reaccionar este había vuelto a echarse sobre él, propinándole un fuerte golpe en el pecho que le hizo gritar de dolor. Comenzando a sentirse enfurecido, Ike le dio un empujón con las piernas y el zorro salió despedido hasta el otro extremo de la cama, dejando escapar un gañido.

Entonces, la litera crujió y cedió bajo el peso de ambos. Ike sintió una breve sensación de caída libre antes de chocar con fuerza contra el suelo, quedando sin respiración. Durante unos segundos, fue incapaz de moverse, y cuando intentó levantarse, el peso de Zèon cayó, veloz como una mancha blanca, sobre su pecho.

El león le dirigió una última mirada. El zorro ártico había alzado una de sus zarpas por encima de su cabeza, sus garras peligrosamente visibles. Sin embargo, y a pesar de que Ike sabía que estaba a punto de acabar con él... Zèon estaba llorando.

-Z... Zèon -murmuró, jadeante, con la esperanza de que oir su nombre le hiciera entrar en razón.

Pero no funcionó.

La zarpa del zorro ártico inició su descenso hacia el cuello de Ike y éste cerró los ojos.

Los abrió al cabo de unos segundos cuando escuchó un golpe seco y sintió que el peso sobre su pecho desaparecía momentáneamente. Descubrió a Zèon caído en un extremo de la sala, como si alguien le hubiera apartado de encima de Ike con un fuerte empujón. Ni siquiera habría necesitado mirar hacia el otro lado para adivinar quién le acababa de salvar la vida, pero lo hizo de todos modos.

-Shi... Shiba -musitó el león, aún sin aliento y sobre el suelo.

-Te dije que los kane no eran de fiar -masculló la tigresa, dirigiendo una mirada cargada de odio al zorro ártico que se retorcía de dolor en el otro extremo de la sala -. Si no llego a estar por aquí cerca, esta sanguijuela habría acabado contigo.

Ike dirigió una mirada angustiada a Zèon, sin entender por qué había tenido lugar aquella escena. A pesar de estar totalmente seguro de lo que acababa de vivir, no podía creer que el zorro ártico hubiera hecho... lo que había hecho.

-Espera, Shiba -comenzó -. Creo que...

-Ni se te ocurra justificarle, Ike -le interrumpió la tigresa, frunciendo el ceño -. No voy a escuchar más tonterías. Entiéndelo de una vez: nuestro pueblo les ha masacrado durante años y, como tal, quieren vengarse. No existen los kane que abogen por la paz, ni que busquen una alianza.

Ike quiso contestar algo, decirle que se equivocaba, pero cualquier contestación que hubiera podido imaginar murió dentro de él. En lugar de eso, se giró de nuevo hacia el zorro ártico.

Le vio echado sobre el suelo, tratando de incorporarse sin éxito. Al parecer, el golpe que Shiba le había dado había sido lo suficientemente fuerte como para mantenerle fuera de combate durante un buen rato, y el león no pudo evitar sentirse mal por él. Sin embargo, las imágenes de la lucha de ambos en la cama volvieron a su mente y se estremeció, llegando a una conclusión que, por más que le doliera, era la única que tenía sentido.

Zèon acababa de intentar matarle. Aunque aquello le rompiera el corazón, había intentado asesinarle.

-¿Por qué? -le preguntó al zorro ártico, mientras trataba de levantarse del suelo para observarle mejor -. ¿¡Por qué lo has hecho!?

La única respuesta que obtuvo fue un lastimero gemido de dolor, ininteligible. Ike sacudió la cabeza, tratando de contener las lágrimas. Se había criado en la corte y, como tal, estaba preparado para que cualquiera intentara asesinarle; y sin embargo, era incapaz de asumir que la única persona que le había amado hasta aquel momento hubiera querido matarle también.

No podía apartar la mirada de él, de todas maneras. Casi sentía como si aún pudiera engañarse a sí mismo y creer que nada de aquello había sucedido, pero no era así.

-Vámonos, Shiba -musitó, al cabo de un rato -. Tenemos que... hablar.

-No conseguirás que cambie de opinión, ¿sabes? -reiteró la tigresa, tozuda -. Por más que...

-No -le interrumpió Ike -. Sólo quiero que me ayudes a buscar una forma adecuada de castigarle -dijo, y sintió que con cada una de sus palabras, algo en su interior temblaba.

Shiba le dirigió una larga mirada, inquisitiva, como si dudara de las palabras que acababa de escuchar. Sin embargo, al cabo de unos segundos, asintió y abrió la puerta de la habitación.

Ambos salieron de allí, cerrando con un sonoro portazo y dejando al zorro ártico tendido en uno de los extremos de la habitación, rodeado por los restos de la litera que se había roto en su frenética lucha.

Zèon tardó varios minutos en conseguir incorporarse.

Notaba un desagradable sabor metálico en la boca y además, la zona de su costado en el que Shiba le había propinado una fuerte patada le dolía a cada movimiento que hacía. Dejó escapar un quejido y se arrastró hacia la pared, lentamente, tratando de ignorar el dolor y conteniendo las lágrimas. Finalmente, apoyó su espalda en la pared y clavó su vista en un punto indefinido de la sala.

-¿Era eso lo que...? -se interrumpió, presa de una violenta tos, y a continuación repitió, en un tono algo más alto -. ¿Era eso lo que querías? ¿¡Estás satisfecha ahora, Sophia!?

Dejó que la ira fluyera libremente en su última pregunta y golpeó el suelo con fuerza, con uno de sus puños, sintiéndose terriblemente impotente. Sin embargo, se recriminó a sí mismo el no haber previsto anteriormente los planes de la mujer, su siguiente movimiento. Si se hubiera dedicado a pensarlo un poco, quizás, podría haber tratado de evitar aquella lucha. Pero, en lugar de eso... El zorro sacudió la cabeza.

Era obvio que, para acallar una revolución, había que silenciar a cada uno de sus miembros. Luca había muerto y Zèon estaba inutilizado. El único que aún compartía sus planes para escapar de la Caja era Ike, y Sophia lo sabía. La mejor forma de deshacerse de él discretamente y sin que nadie sospechara era, sin lugar a dudas, que alguien que le guardara el suficiente rencor a los fehlar le asesinara.

Y aquello era lo que Sophia había tratado de hacer aquella vez.

Zèon cerró los ojos, agotado, y trató de pensar en una forma de aclarar aquel asunto. Sin embargo, la lucha que acababan de vivir aún estaba presente en su mente y le provocaba escalofríos. Pero no era el hecho de haber estado a punto de matar a Ike lo que le torturaba.

Era la certeza de que, durante unos horribles segundos, él había perdido el control de su propio cuerpo... para cedérselo a Sophia.

<<Así que a esto se refería cuando decía que quería conseguir un enlace directo>> pensó el zorro ártico, amargamente. Pensó que era exageradamente cruel, pero aquel pensamiento se desvaneció progresivamente en cuanto cayó en la cuenta de que a aquella mujer no le importaba. Desde el primer momento en que había llegado allí, la crueldad había sido la manera de actuar de Sophia.

¿Qué podía hacer? No era más que una marioneta.

Durante la siguiente media hora, permaneció allí, tendido contra la pared. No habría sabido decir hasta qué punto estuvo buscando una solución o compadeciéndose de su situación. Estaba tan cansado que descartaba ideas como imposibles desde el primer segundo, y la certeza de que jamás conseguiría explicar lo que acababa de ocurrir le reconcomía por dentro.

En silencio, pensó que, aunque ahora Ike creía que le odiaba, así al menos no tendría que continuar mintiéndole sobre su relación. Sin embargo, le habría gustado que las cosas salieran de otra manera. Apreciaba mucho al león y le admiraba enormemente por sus ideas, y no podía soportar el hecho de haberle herido tanto.

En ese momento, la puerta de la habitación volvió a abrirse rápidamente. El zorro ártico se estremeció cuando la dura mirada de Shiba se posó sobre él.

-Levántate -dijo ésta, secamente -. Camus quiere verte.

Garragélida - Capítulo 12: Desconexión

Camus revisó por enésima vez su reflejo en una de las pantallas apagadas de la habitación, tratando de alisar su ropa y de peinarse un poco con algo de saliva. A sus espaldas, Sophia dejó escapar un bufido de desdén. -¿Y luego soy yo la que le...

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Frostpaw - Chapter 11: Underwater

The sun shone on a blue cloudless sky and its warm beams spread all over the calm waters of the lake, reflecting nice sparkles on its surface. A gentle breeze rocked the leaves on the trees, which seemed to whisper restful words as they followed its...

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Frostpaw - Chapter 10: Code

** ** Zèon looked around cautiously before answering. It seemed he was alone with Sophia in the room. There wasn't any guard at sight that could have prevented him from attacking the woman in case he had wanted to finish her at that moment. Did she...

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