Garragélida - Capítulo 3: Preguntas

Story by Rukj on SoFurry

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#3 of Garragélida

Este es el tercer capítulo de "Garragélida". Es algo más corto que los anteriores pero, aún así, espero que os guste.


Como ya era costumbre, para cuando la alarma del centro comenzó a sonar Zèon ya había abierto los ojos. Empezaba a pensar que, para bien o para mal, había desarrollado mecánicamente la habilidad de conocer de antemano a qué hora debía despertarse. En silencio, el zorro ártico suspiró, esperando a que el desagradable sonido agudo que les servía de despertador dejase de escucharse.

Entonces fue cuando escuchó el grito de terror del humano, que le puso los pelos de punta. Aquella podría haber sido otra mañana más como tantas otras, pero definitivamente no iba a serla.

Zèon se incorporó rápidamente en la cama, sobresaltado, y dirigió una mirada a la litera de Luca, de donde había escuchado venir el grito. El humano estaba sentado sobre su cama y se sostenía la cabeza con una mano, mientras hacía aspavientos de dolor. Luca ya había descendido de la cama de arriba y le observaba con preocupación.

-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Zèon, parpadeando.

-Creo que al oír la alarma se ha asustado... y se ha intentado levantar tan rápidamente que se ha golpeado la cabeza con la cama de arriba -explicó Luca, reprimiendo una leve sonrisa. Zèon estuvo a punto de sonreír a su vez. Tras la primera noche que habían pasado allí, al lobo le había ocurrido exactamente lo mismo.

Fue entonces cuando, después de haberse frotado la cabeza con insistencia durante unos segundos, la vista del humano recayó sobre la figura que se alzaba a su lado. Un nuevo grito de miedo escapó de su garganta y se abalanzó sobre Luca, que sorprendido ante aquella reacción, pudo contenerle a duras penas. Tras un breve forcejeo, los dos cayeron al suelo y rodaron por las baldosas; el humano tratando de escapar, Luca intentando que no lo hiciera.

-¡Cuidado! -exclamó Zèon, preocupado.

-¿Qué está pasando...? -preguntó la voz somnolienta de Koi, desde su cama -. ¿Se ha despertado el Pieldesnuda?

Zèon habría respondido, pero en aquel momento el humano estaba gritando:

-¡Suéltame! ¡Suéltame! Maldita bestia... ¡Ayuda! ¡¡Ayuda!!

Luca no las tenía todas consigo para evitar que escapara y recibió varios golpes dolorosos en el intento, pero finalmente logró contenerlo contra el suelo y colocarse sobre él, sosteniéndole por las muñecas. Iba a replicar algo, enfurecido, cuando vio que el humano estaba temblando y en su rostro congestionado de miedo se apreciaba que estaba a punto de llorar. Luca se dio cuenta en ese momento de que era más joven de lo que había pensado hasta el momento: quizás tuviera catorce años, quince como mucho. Era difícil adivinar la edad de alguien que no tenía pelaje.

-No me mates, por favor... -le pidió el humano, al borde de las lágrimas.

-No lo haré -le prometió Luca, suavemente -. Sólo estoy aquí para ayudarte, ¿vale? Estamos aquí para ayudarte -añadió, dirigiendo una mirada significativa a Zèon.

Hubo un breve silencio. El lobo no habría sabido decir si el humano le había creído o no, pero al cabo de unos segundos éste preguntó:

-¿D-dónde estoy? ¿Y quiénes se supone que sois vosotros?

-A mí puedes llamarme Luca -respondió el lobo, amablemente -. En cuanto a dónde estamos, me temo que no lo sé. Llevamos mucho tiempo tratando de averiguarlo, pero aún no hemos llegado a ninguna conclusión satisfactoria. -Hizo una pausa cautelosa, antes de añadir -. Ahora, somos prisioneros en este sitio... igual que tú.

El humano mantuvo su mirada durante unos segundos, sin poder creer lo que veía. A continuación, cerró un poco los ojos y murmuró:

-Eres un... lobo. -Había cierto tono de asombro en su voz -. Y aun así, eres capaz de razonar y hablar conmigo... Oh, esto es de locos. Debo estar soñando.

-Ojalá -suspiró Zèon, desde el otro lado de la sala.

Luca se levantó dejando cierta libertad al humano y, a continuación, le tendió una zarpa para ayudarle a levantarse.

-Tienes que prometerme que no huirás de nuevo -le dijo, sonriéndole -. En este lugar no son muy... compasivos con los que tratan de huir y no queremos que te ocurra nada malo.

<<No queremos que te ocurra nada malo>>. Aquellas palabras resonaron en la cabeza de Zèon y se mezclaron con otra imagen, una que había tenido lugar varios años atrás, en la que era él el que estaba tendido en el suelo y Luca también el que le ofrecía una zarpa amiga. El recuerdo agridulce permaneció unos segundos en su mente, antes de desvanecerse por completo.

El humano había tomado la zarpa de Luca y se había levantado, dirigiendo una mirada de asombro a su alrededor. Zèon imaginó que le sorprendería encontrarse de la noche a la mañana en un sitio como aquel: una caja de paredes de metal, lisas, frías y desnudas.

Aún estaba dando vueltas sobre sí mismo, con la boca abierta y una genuina expresión de incredulidad en su rostro, cuando algo se abalanzó contra él y se agarró contra su cintura. El humano estuvo a punto de soltar un nuevo grito al comprobar que lo que acababa de abrazarse a él era una bestia como las otras, sólo que más pequeña y de rasgos más infantiles.

-¡Hola! -le saludó Koi, sonriendo -. ¡Yo soy Koi! ¿Vas a ser nuestro nuevo compañero de habitación?

El pequeño husky no había conseguido deshacerse de las sábanas y algunas aún colgaban de sus brazos y piernas. Además, su pelaje estaba revuelto y alborotado, dándole un aspecto aún más desgarbado. Para cualquiera que no estuviera familiarizado con los kane o los fehlar, aquella imagen tenía que ser, cuanto menos, turbadora.

-Eh... yo... -balbuceó el humano.

-Koi -le reprendió Zèon, mientras bajaba de la cama -. No le asustes más de lo que está.

El pequeño husky se separó del humano a regañadientes, pero éste negó con la cabeza, con lentitud.

-No. Esto debe ser un sueño. Estoy seguro. Nada de lo que hay aquí puede darme miedo.

-Pues ayer parecías muy asustado en el salón, antes de quedarte dormido -comentó Koi, parpadeando un par de veces inocentemente.

-¡Koi! -lo regañó de nuevo Zèon, llegando a su altura. Aun así, el comentario le había hecho cierta gracia, de forma que no fue demasiado duro con él y el husky se abrazó a su cintura apenas unos segundos después.

Zèon estuvo a punto de sonreír.

-¿Y tú qué eres? -preguntó el joven humano, con el mismo tono de incredulidad con el que se había referido a la especie de Luca apenas unos segundos antes -. ¿Un zorro?

-Brillante -respondió Zèon, sin poder evitarlo -. Un zorro ártico, sí. El nombre que me he colocado aquí es Zèon. Por si tienes interés en llamarme de alguna forma aparte de "zorro".

Dicho esto, dirigió una mirada de genuino interés al humano, como esperando su reacción. Estaba seguro de que él no se habría librado de la maldición que caía sobre todos los residentes de la Caja y que, aunque no pareciera un chico muy despierto, no tardaría en darse cuenta de que había algo que no encajaba.

-¿El nombre que te has colocado...? ¿Y eso que quiere de...? -De repente, se detuvo a mitad de la frase, como si no supiera cómo continuar.

Luca dirigió una mirada de preocupación a Zèon, que se limitó a contemplar los cambios que atravesó la expresión del humano. En primer lugar, adoptó un gesto de absoluta concentración, como si estuviera arañando sus recuerdos en busca de algo que era incapaz de encontrar. Esta expresión de concentración se intensificó hasta que, paulatinamente, su rostro fue palideciendo y languideció casi mortalmente.

-No puede ser... -susurró el humano, aterrorizado.

-Nos ocurre a todos al llegar aquí -explicó Luca con un hilo de voz, dirigiendo su mirada al suelo. Parecía ligeramente apenado.

-Todos olvidamos nuestro nombre -afirmó Zèon, mientras sentía una punzada de dolor en su interior -. Sin excepción. Podemos recordar nuestro pasado, e incluso los nombres de nuestros conocidos... pero no los nuestros propios, ni tampoco los de otros presos a los que conociéramos antes de llegar aquí -explicó, intercambiando una breve mirada significativa con Luca -. Es algo de lo que quién sea que está realmente al cargo de este lugar se ha asegurado bien.

-Pero, ¿cómo es posible...? -preguntó el joven humano, retrocediendo unos pasos y cayendo sobre la cama de su litera, desmoralizado. Una vez allí se llevó las manos a la cabeza, en un gesto de profundo abatimiento.

Zèon le dirigió una larga mirada, comprendiendo. Él había pasado por lo mismo cuando había llegado allí por primera vez; aquella angustia de haber perdido incluso su propia identidad, el único elemento de su antigua vida noble que aún conservaba. Muchas noches había tratado de perder la cabeza en busca de pistas de su memoria que pudieran inducirle a recordar aunque fuera una letra de su nombre, pero jamás había encontrado ni una.

Era como si todos los recuerdos relativos a su nombre se hubieran esfumado, simplemente.

-Amigo -comenzó entonces Luca, acercándose al humano y colocando una zarpa en su hombro -, sé que es difícil y sé que vas a tener que asumir muchas cosas en un solo día. Fue difícil para nosotros, pero dado que tú no pareces haber visto nunca a uno de los nuestros, me atrevería a decir que el cambio será más brusco para ti -hizo una pausa -. Sin embargo, creo que es necesario que elijas un nombre si no quieres volverte loco.

-¿Y de qué serviría? -preguntó el humano, con voz ronca -. ¿De qué serviría...?

-Eso. ¿Por qué no podemos llamarle "Pieldesnuda", simplemente? -opinó Koi, que contemplaba la escena aún agarrado a la cintura del zorro ártico -. Yo creo que le pega.

-Ahí tienes un motivo para buscar un nombre -dijo Zèon, pasando un brazo por los hombros de Koi, con suavidad -. Si no creas una nueva identidad para ti ahora mismo, serán los demás los que lo hagan. Y no deberías permitirte que te robaran la capacidad de decidir quién quieres ser. Bastante te han quitado ya, ¿no? -En su voz había un indetectable tono de dolor que sólo Luca pudo sentir, ardiendo en lo más profundo de su mirada.

-No hace falta que sea ahora -le tranquilizó Luca -. Pero tarde o temprano, la gente necesitará una forma de llamarte y si no eres tú el que se la ofrece, crearán la suya propia.

El humano no respondió inmediatamente. Seguía con las manos en la cabeza en actitud de derrota, completamente inmóvil y pálido, como si aún no pudiera creer lo que estaba pasando. A Zèon le pareció curioso el hecho de que no hubiera querido creer que aquello era real hasta que se había dado cuenta de que no recordaba su nombre. Aquello demostraba, desde su punto de vista, la importancia que podía tener algo tan pequeño como aquello.

-No sé qué hacer, ni qué reglas debería seguir para elegir un nombre -admitió el humano al cabo de unos segundos, con un hilo de voz. Entonces, alzó la cabeza para dirigirles una mirada desesperanzada -. ¿Qué... qué hicisteis vosotros?

Luca comprendió.

-Cuando llegamos aquí -explicó -, Sophia nos llamó de determinada manera. A mí, por ejemplo, se refirió como Lupus L. Por ello, decidí utilizar aquella L como inicial.

-Lo mismo hicimos Koi y yo -añadió Zèon, ante la mirada interrogante del joven. <<Y la mayor parte de los residentes de la Caja>> completó, para sí.

-Entiendo -musitó el humano, algo desilusionado. No sabía si aquello podría ayudarle mucho.

Después, volvió a enterrar la cabeza bajó los brazos y pensó durante un largo rato. Zèon y Luca esperaron pacientemente; sabían de sobra lo complicado que podía ser aquello y si el joven conseguía encontrar un nombre que le convenciera en aquel mismo momento, podrían dar por sentado que había tenido mucha suerte. Ellos dos habían tardado un día entero en decidirse, pero según habían oído, a Koi le había costado varias semanas, puesto que había cambiado de nombre unas treinta veces. En vista de aquello, Zèon casi agradecía no haber encontrado al pequeño husky antes.

-Yo era... -comenzó entonces el humano, dubitativo.

-Sapiens V -le recordó Zèon, con suavidad.

El otro asintió. Aún tardó unos segundos más en hablar.

-Necesito más tiempo -dijo, y su voz casi pareció quebrarse.

Zèon y Luca asintieron casi al unísono. Lo entendían perfectamente.

La sala de juegos de la Caja era uno de los sitios más concurridos de todo el complejo. No era de extrañar; en medio de aquella prisión tremendamente monótona, la sala de juegos proveía la única fuente de entretenimiento que uno podía tener para salvarse de la locura. Además, a diferencia del resto de las habitaciones de la Caja (a excepción de las privadas) era uno de los pocos lugares en los que no había guardas apostados, observando atentamente cada uno de los movimientos de los prisioneros.

Se trataba de una enorme sala situada al lado del comedor, con múltiples zonas en las que se podían encontrar juegos y objetos de toda índole, desde complejos puzles hasta pequeñas estancias deportivas, en las que había pelotas y balones de todo tamaño. En otro de los rincones, sin embargo, había un área destinada exclusivamente al descanso y la conversación, llena de pequeños sillones que más bien parecían bolsas con relleno y que se hundían cuando alguien se sentaba sobre ellos, obligándole a recostarse. Después de las insalubres comidas, los temerosos silencios y la sumisa quietud, los kane y fehlar de la Caja encontraban casi obligatorio realizar alguna actividad en la que pudieran al menos demostrar que seguían vivos. No había ni que decir, por lo tanto, que la mayor parte de la vida en comunidad de la Caja tenía lugar en aquella sala.

Zèon había dejado a Koi junto a la pequeña noria que había en el centro de la sala (un artefacto realmente curioso, que había fascinado al zorro ártico durante algunos días y cuyo nombre había descubierto por casualidad durante un altercado a comienzos de su estancia ahí) y se disponía a sentarse a pensar. Tenía incluso una especie de ritual, que había ido organizando con el paso de los meses, y que en realidad no era excesivamente complejo.

Primero, se dirigió al estante de los juegos de ingenio. Allí se encontraban las cajas de todos los puzles que ya había completado, junto con cubos llenos de pequeñas piezas de construcción que había encontrado entretenidas durante sus primeras semanas allí. Sin embargo, desde que un fehlar había destruido la torre que había estado construyendo (de la misma forma que habían hecho con su raza, había argumentado el muy imbécil), Zèon sentía un regusto amargo en su memoria cada vez que pensaba en aquel juego. Sin embargo, metió la zarpa por entre los cubos y buscó algo que estaba al fondo del estante, sin poder usar la vista para guiarse. Finalmente, su zarpa se cerró en torno a algo de aristas lisas y duras, y pudo sacarlo sin muchas dificultades.

Era un cubo.

Cada una de sus caras estaba dividida en nueve pequeños cuadrados de seis diferentes colores, que refulgían bajo los focos de la sala de juegos. Cada uno de estos cuadrados podía girarse junto con su fila o columna correspondiente en una dirección, lo que permitía una infinitud de posibilidades de movimiento.

Aquel pequeño artefacto se había convertido en una de las mayores pasiones de Zèon durante su estancia en la Caja. La primera vez que lo había visto había pensado que era simplemente un objeto decorativo y lo había arrojado de vuelta al rincón oscuro en el que lo había encontrado, con aire despectivo. Sin embargo, la imagen de sus seis colores diferentes había quedado en su mente y había seguido dándole vueltas, preguntándose si no tendría una función exacta. Había sido entonces cuando, por curiosidad, había decidido volver a cogerlo y se había percatado de que las filas y las columnas podían moverse de manera independiente. Asombrado, había intentado colocar cada color en una cara del cubo, mediante sucesivos giros y movimientos.

Le había costado más de lo que en un principio había creído, pero un par de horas después ya podía mezclar los colores de las caras para, a continuación, volver a ordenarlos en apenas unos minutos. Había sido todo cuestión de acostumbrarse a la manera de manejar el cubo y reflexionar un poco acerca de los movimientos que tenía que seguir.

Ahora, solía coger aquel cubo cada vez que iba a pensar. Le ayudaba moverlo entre sus zarpas y crear diferentes formas en cada cara: cruces, diagonales o incluso series lógicas de colores. Mientras lo hacía, su mente se movía frenética tratando de buscar respuestas a todos los enigmas de aquel lugar, que no eran pocos. Ahora, además, se había unido la incógnita de la presencia de aquel chico humano. ¿Quién era exactamente? ¿Qué había hecho para merecer estar ahí? ¿Por qué, al contrario que todos los de su raza, había demostrado tener un miedo instintivo a los kane y a los fehlar? ¿Significaba eso que sólo algunos humanos estaban al tanto de la existencia de los kane y los fehlar, de la misma forma que sólo algunos de ellos sabían que existían los humanos? Zèon sabía que con los datos de los que disponía era difícil alcanzar una conclusión definitiva. Sin embargo, ignorar aquellas preguntas habría supuesto tener demasiado en lo que pensar por la noche, y prefería "cansar" a las incógnitas en aquel momento que más tarde.

De modo que cogió el cubo, satisfecho, y avanzó por la sala en dirección a la zona de sillones bajos. Por el camino, se cruzó con Adam, un zorro algo mayor que él de pelaje cobrizo, y comenzó la segunda parte de su ritual:

-Buenos días, Adam.

-Hola, Zèon -dijo el otro zorro, rápidamente.

-¿Sigues intentando descifrar esos símbolos? -preguntó el zorro ártico, tratando de insuflar algo de interés a sus palabras.

Adam asintió vehemente en un gesto que a Zèon le recordó a Koi: con tanta fuerza que casi tuvo miedo de que se hiciera daño. Sin embargo, que él supiera no había ninguna relación entre ambos y aquel era un hecho que, hasta cierto punto, le aliviaba.

-No son símbolos -explicó el zorro. Hablaba tan absurdamente rápido y con tal tono de ansiedad que muchas veces costaba entender lo que decía -. Mira. -Y a continuación, se golpeó la cabeza varias veces, con el puño.

Zèon, sobresaltado, se agachó y le retuvo por la muñeca. Adam se giró a mirarle durante unos segundos y el zorro ártico tuvo miedo de que le reprendiera por haberle impedido autolesionarse, aunque no fue así. El otro zorro volvió a dirigir la mirada al suelo, murmurando en voz baja unas palabras que Zèon no pudo escuchar, y volviendo a revolver los pequeños símbolos de plástico que había colocado sobre el suelo.

El zorro ártico no pudo evitar dirigirle una mirada apenada.

Adam había sido uno de los primeros en llegar a la Caja, puesto que había formado parte de la primera hornada de kane secuestrados por los humanos. Zèon había llegado a conocerle cuando aún estaba cuerdo. Era un zorro tímido y algo callado, pero amable y siempre dispuesto a ayudar. Había vivido en las aldeas de los Oroespiga, antes de la invasión de los fehlar. Tras ella, como tantos otros, su vida había pasado a desarrollarse en un campo de refugiados.

Sin embargo, el Adam al que todos conocían había desaparecido el mismo día en que dos guardas, siguiendo órdenes de Sophia, habían agarrado al zorro cada uno por un hombro y lo habían arrastrado hacia las puertas de cristal al fondo del comedor. Aquellas que, desde el punto de vista de Zèon, eran la única salida de la Caja. En su cabeza aún resonaban los gritos de Adam, veía sus zarpas alargándose hacia ellos mientras se lo llevaban; los pocos que habían tratado de detener a los guardas habían sido ahuyentados a latigazos por Camus. Después, sus gritos se habían ahogado tras las puertas de cristal.

Habían pasado los días y el resto de prisioneros habían perdido la esperanza de volverle a ver. Sin embargo, unas semanas más tarde, Adam había vuelto. Pero ya nada en él recordaba al tímido y amable zorro que había sido.

Hablaba solo y parecía estar constantemente mirando a todas partes, como si sintiera que le observaban. Además, parecía obsesionarse con las cosas más diminutas y tenía una extraña tendencia a golpearse a sí mismo. Podía pasar de la risa histérica al llanto absoluto en tan sólo unos segundos, y de vez en cuando le gritaba a la nada. Con el tiempo, todos los residentes de la Caja habían ido alejándose de él, asustados por su extraño carácter. Incluso dormía en una habitación aparte.

Sin embargo, a Zèon seguía provocándole curiosidad y cierto respeto. Era el único que había estado más allá de las puertas de cristal; el único que sabía algo. En cualquier caso, si lo que había visto le había vuelto tan inestable, el zorro ártico no estaba seguro de querer averiguarlo.

-Tú podrías -dijo entonces Adam, bruscamente.

-¿Qué? -preguntó Zèon, sin entender.

-Tú podrías entenderlo. Ya sabes. -Se golpeó de nuevo la cabeza con un puño y Zèon alargó sus zarpas hacia él, apurado, pero no volvió a repetir el gesto -. Lo que hay dentro. Descifras cosas con ello -y dicho esto, señaló a los símbolos del suelo.

El zorro ártico les dirigió una lenta mirada, como de costumbre. Sin embargo, ninguno de aquellos símbolos se parecía a nada que hubiera visto en toda su vida y, en cualquier caso, seguía sin tener suficientes datos para saberlo. Sobre el suelo, los diez símbolos de plástico continuaban colocados, dispuestos de forma que dibujaran un hexágono:

3 2 7

5 8 4 9

0 6 1

-No creo que pueda -se disculpó Zèon, levantándose de nuevo -. Pero puedo intentar pensar en ello.

-¡Pensar! -exclamó entonces Adam, mientras dejaba escapar una estridente carcajada -. ¡¡Pensar!! -chilló, tan alto que consiguió atraer las miradas de varios residentes cercanos.

Zèon le compadecía, pero no le gustaba demasiado llamar la atención de otros, de modo que se limitó a dirigirle una última mirada de compasión y, a continuación, a seguir avanzando hacia el rincón de los sillones.

Sin embargo, no había dado ni tres pasos cuando escuchó un grito que le heló la sangre en las venas. Parecía provenir de la sala de al lado y era un chillido tan sumamente descorazonador, tan triste y sincero, que el zorro ártico sintió que se le encogía el corazón aún a pesar de no haber podido identificar la voz a la que pertenecía debido al alboroto general en la sala. Pero un silencio de sorpresa había caído en la sala y, cuando el grito volvió a escucharse, Zèon supo con toda certeza a quién pertenecía.

Fue como si alguien hubiera activado un resorte.

Sin perder ni un solo segundo, dejó caer el cubo de colores en el suelo y echó a correr en dirección al comedor. Pisoteó sin querer los símbolos de Adam y el zorro dejó escapar un grito de advertencia, pero Zèon no miró atrás. Tampoco cuando escuchó a Luca llamar su nombre en algún punto de la sala, preocupado. En aquel instante sólo podía pensar en aquel grito que acababa de escuchar, que rebotaba en las cavidades de su mente como un eco interminable. Su corazón latía con fuerza, angustiado ante las posibilidades que barajaba su mente.

Porque aquel lastimero chillido que había escuchado, aquel sincero lamento, no pertenecía a ningún desconocido.

Era la voz de Koi.

Garragélida - Capítulo 4: Estigma

En cuanto Zèon traspasó las puertas que llevaban al comedor, se encontró con que unos cuantos kane y fehlar, demasiado cohibidos como para intervenir, permanecían atemorizados formando un corrillo en torno a lo que parecía una trifulca. Desesperado, el...

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Frostpaw - Chapter 2: Memories

-You have to prevent them from killing him -was the first thing that Zèon said, once Sophia's figure disappeared as she walked through the balcony's door, followed by Camus. -What...? -Ike asked, still confused. -You have some authority here; if you...

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Garragélida - Capítulo 2: Recuerdos

-Tienes que impedir que lo maten -fue lo primero que dijo Zèon, una vez que la figura de Sophia desapareció por el acceso al balcón, seguida por Camus. -¿Qué...? -preguntó Ike, todavía confuso. -Tienes cierta autoridad aquí; si no haces nada, lo...

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