Garragélida - Capítulo 1: Rutina

Story by Rukj on SoFurry

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#1 of Garragélida

Este es el primer capítulo de "Garragélida", una nueva historia furry de larga extensión que estaré subiendo a esta web semanalmente, todos los domingos. Es una historia bastante diferente de "Crónicas de la Frontera", pero que al mismo tiempo ha resultado muy importante para mí.

No quiero aburriros mucho más con detalles, así que simplemente os desearé que espero que os guste y, ¡gracias por leer!

PD: Sigo rezando porque algún día en el buscador las tildes dejen de aparecer como interrogaciones. Cada vez que pienso que cada persona que busca (o encuentra por casualidad) una de mis historias ve "Garrag?lida - Cap?tulo X" me da un bajón...


A menudo, Zèon recordaba las tardes que había pasado junto a su profesor de Alquimia, tiempo atrás, en una de las torres de palacio. Nevaba suavemente en el exterior y los ojos azules del pequeño zorro ártico se perdían en los dibujos que los copos de nieve trazaban sobre el cielo gris. Su maestro, mientras tanto, anotaba alguna fórmula incomprensible en la pizarra, antes de girarse hacia él. El viejo zorro solía mesarse la barba con una zarpa mientras le dirigía una mirada suspicaz y, a continuación, recitaba aquellas palabras que el joven recordaba con tanta claridad, casi como si fueran un mantra.

-Verás, *********; el problema del mundo es que está en constante cambio -solía explicar, con aquella gastada voz que parecía crujir como las páginas de los viejos pergaminos -. No puedes fiarte de nada. Los motivos y patrones de las cosas nunca dejan de cambiar, guiados por la necesidad de un mundo que no tiene lógica. Pero ahí está la clave, ¿sabes? El movimiento caótico de todo es el origen de la vida, y también su final. -Y aquí, siempre hacía una pausa, taladrándole con una mirada dolorosamente cargada de realidad -. Así que nunca te fíes del mundo. Aunque quisiera, jamás podría cumplir su palabra. Y nunca olvides quién eres.

>>Es lo único que la vida no puede arrebatarte.

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Aquella mañana no fue distinta a ninguna otra.

Zèon abrió los ojos poco antes de que la alarma del edificio sonara con fuerza, un desagradable sonido agudo y penetrante con el que tiempo atrás se había visto obligado a familiarizarse. Casi como si pudiera ver a través de las paredes, el zorro ártico percibió como todos los demás se despertaban uno tras otro, en sus respectivas habitaciones. Las camas crujían tras una noche de sueño profundo, pero poco reparador; una noche sin sueños, llena de incertidumbre. En apenas unos minutos, el sonido de las zarpas al pisar en dirección a la ducha y de las insulsas conversaciones que despabilaban a la gente por la mañana se harían demasiado fuertes como para ignorarlos. Zèon tendría que seguir sus pasos. Siempre era así. No había objeción posible.

Al menos él no tardaba en ponerse alerta una vez despertaba. Luca tampoco. Zèon podía ver que, al otro lado de la habitación, el lobo ya se había incorporado y se dirigía hacia la puerta. Ambos cruzaron una muda mirada de entendimiento, como hacían siempre, pero aquello fue lo más parecido a una conversación que mantuvieron. En cuanto la cola gris de Luca hubo desaparecido por la puerta de la habitación, Zéon se arrastró hasta el borde de la litera y asomó la cabeza, sujetándose a la barandilla con cuidado de no caerse.

-Hola, Koi -dijo, con suavidad.

Sus ojos estaban fijos en un pequeño bulto que permanecía justo al otro extremo de la cama. Estaba envuelto en sábanas, pero parecía respirar levemente a juzgar por el lento movimiento de su cuerpo. En cuanto oyó su nombre empezó a removerse, demasiado enredado en las mantas como para poder reaccionar más rápido. Pero Zèon esperó, pacientemente, hasta que entre los pliegues apareció un pequeño hocico de un color tan blanco como el suyo.

-Buenos días, Zèon -respondió una voz suave y dulce; la voz de un niño -. ¿Has dormido bien? ¿Qué hora es?

-Hora de despertarse -contestó el zorro ártico, como si aquello fuera suficiente.

-Lo suponía -murmuró la otra voz, pensativa -. Siempre es hora de despertarse cuando abrimos los ojos. ¡Qué puntuales debemos ser!

Comentarios como aquel conseguían dibujar una pequeña sonrisa en el hocico de Zèon, lo que dadas las circunstancias no era poco. Sin embargo, tal muestra de debilidad sólo tenía lugar cuando ambos se encontraban a solas. Zèon no estaba dispuesto a permitir que los demás supieran que existía alguien capaz de hacerle sonreír. Además, dudaba de que se hubiera atrevido a hacerlo públicamente.

Mientras esperaba cabeza abajo a que aquel lío de mantas se solucionara para mostrar a un jovencísimo husky, el zorro hizo un rápido cálculo mental. Los demás residentes debían de estar ya en los baños, por lo que aún tenían unos quince minutos de tiempo antes de poder ducharse a solas. En silencio, Zèon descendió por la pequeña escalera que se apoyaba en la litera, notando como el frío metal de cada uno de los escalones se clavaba dolorosamente en sus zarpas.

-¿Podremos hoy ver a mamá? -preguntó Koi, entonces. Se había sentado en la cama y se lamía una zarpa, con gesto abstraído. Aún no había conseguido desenredar sus patas de las mantas.

Zèon sintió una punzada de emoción.

-No, Koi -respondió, sentándose a su lado -. Hoy no vamos a poder verla.

-Pobre mamá. Debe de estar aburriéndose mucho en casa, ella sola -comentó el husky, con un tono de verdadera preocupación.

-Quizá deberías escribirle otra carta -sugirió Zèon.

Koi pareció reflexionar sobre aquella idea durante unos segundos, hasta que asintió enérgicamente, con tanto ímpetu que Zèon tuvo miedo de que se hiciera daño.

-Sí. Eso haré.

Hubo otro largo silencio. Los ruidos de las pisadas y las conversaciones ya casi se habían desvanecido del todo. Ahora sonaban más lejos, amortiguados por la distancia y entremezclados con el chispeante sonido del agua de las duchas. Zèon ladeó su cabeza, pensativo. Quizá fueran sólo diez minutos. A su lado, Koi se restregaba los ojos, tratando de quitarse las legañas.

-¿Sabes? Creo que mamá no me echa de menos -le confesó, al cabo de un rato -. Nunca me ha escrito una carta de respuesta. Ni siquiera me ha mandado uno de sus paquetes de galletas como le pedí hace ya tiempo. -De repente, abrió mucho los ojos y pareció asustarse -. ¿Y si ha dejado de quererme por pasar tanto tiempo aquí contigo y con Luca?

De nuevo, otra punzada de emoción.

Zèon se acercó a Koi, guiado por un impulso, y lo atrajo hacia sí en lo que intentó que fuera un abrazo cariñoso. No le salió muy bien, pero el pequeño husky reaccionó al instante rodeándole con sus brazos y hundiendo la cabeza en su pecho. Zèon suspiró.

-Créeme, Koi. Ella te está esperando -le aseguró, cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo por no sentirse tan sumamente miserable por estar mintiéndole de manera tan descarada a un niño -. Y te quiere. Estoy seguro de eso.

Diez minutos más tarde, ambos caminaban cogidos de la mano por el pasillo, en dirección a los baños. Por el camino, se cruzaron con multitud de kane y fehlar, pero Zèon apenas les prestó atención. Koi, por el contrario, se paraba a saludar a todo aquel que conocía y precisamente por eso el zorro ártico tenía que estar pendiente de tirar suavemente de él en dirección a las duchas para evitar que ambos llegaran tarde.

Tras unos minutos de caminata a través de un largo pasillo, los dos franquearon una gran puerta vigilada por dos guardas humanos y entraron en los baños. El vapor de agua aún flotaba en el aire, enrareciendo la atmósfera y erizando el pelaje. Zèon comprobó con satisfacción que tan sólo quedaban tres personas en el baño y comenzó a ayudar a que Koi se quitara la ropa. A pesar de haber cumplido recientemente los nueve años (una edad en la que cualquier kane habría comenzado a comportarse de manera más autosuficiente y madura), Koi seguía sin ser capaz de realizar por su cuenta actividades tan sencillas como aquella, probablemente debido a la ausencia de una figura paternal en su infancia más temprana. A Zèon no le importaba prestarle atención. Había comenzado a pensar que veía a Koi como el hermano pequeño que nunca había llegado a tener.

Apenas había terminado de quitarle la camiseta, el pequeño husky salió disparado hacia las duchas. Unas semanas atrás, jamás se habría atrevido a entrar él solo, pero recientemente había dejado de tenerle miedo al agua y disfrutaba de aquel momento del día jugando con el jabón.

Zèon le vio marchar y dirigió una mirada de reojo a la última persona presente en el baño, un fehlar leopardo que en aquel momento se estaba secando el pelaje en uno de las secadoras. Éste le dirigió una mirada hostil y el zorro ártico apartó la cabeza, rompiendo el contacto visual. Había algunas cosas que nunca cambiaban.

Se quitó la camiseta lentamente y observó su reflejo en uno de los espejos que tenía más cerca de él, tratando de ganar algo de tiempo mientras el fehlar terminaba de secarse. Para ser un kane de casi diecinueve años de edad, Zèon aparentaba ser mucho más joven de lo que en realidad era. Su baja estatura y su constitución media ocultaban, sin embargo, una fuerza que muy pocos le habrían creído capaz de poseer. La juventud de su rostro, de rasgos suaves y elegantes, tan sólo se veía empañada por aquella extraña máscara de hielo que parecía llevar allá donde fuera; esa misma máscara que congelaba su sonrisa y apagaba el brillo de sus ojos azules. Muy pocos habían visto sonreír a Zèon y muy pocos sabían siquiera quién era. Y, de todos ellos, sólo Luca conocía el motivo que le llevaba a no dejarse ver en el baño a no ser que este estuviera completamente vacío. Koi lo intuía, pero era demasiado joven como para comprenderlo del todo.

En cuanto notó al fehlar pasar a su lado y comprobó que había salido de la habitación, Zèon se apresuró a quitarse los pantalones del uniforme. No tenía tiempo que perder, pero no pudo evitar dirigir una breve mirada a su tupida cola de color blanco níveo, con cierto orgullo. Cualquier kane, aunque fuera inconscientemente, se sentía orgulloso de mantener limpia y ordenada su cola. Su mirada tropezó entonces con su cadera y una punzada de dolor le hizo fruncir el ceño al descubrir ahí la huella de su secreto. Sin embargo, de nada servía lamentarse por aquello. Tan sólo tenía que asegurarse de que nadie le viera.

-¡Mira, Zèon! -exclamó Koi, una vez le vio entrar en las duchas comunitarias. Había colocado la espuma del jabón por todas las partes negras de su pelaje de forma que pareciera completamente blanco y sonreía -. ¡Ahora soy como tú!

<<Espero que no>> pensó Zèon, amargamente, pero al abrir su boca tan sólo pudo decir:

-Tú eres un Aullanube, Koi.

-Luca y tú decís eso constantemente -protestó el husky, algo desanimado al comprobar que su disfraz no había tenido buena acogida por parte del zorro ártico -. Y ni siquiera sé lo que significa.

-Es lo que eres -respondió Zèon, sin saber qué más decir.

-Ya lo sé. ¡Y tú eres un Garragélida! ¿Por qué yo no puedo ser un Garragélida, Zèon?

El zorro parpadeó un par de veces, mientras se metía bajo el chorro de la ducha y trataba de encontrar las palabras con las que responder. <<Porque soy el último>> pensó, sombríamente.

-Porque sólo yo puedo serlo -dijo, al cabo de unos segundos.

-Jo. Eso no es justo.

Zèon iba a añadir algo cuando sus orejas se alzaron, alertadas por un sonido en la entrada del baño. <<Alguien tenía que llegar tarde>> pensó, desanimado. Rápidamente, cogió su cola con una zarpa y comenzó a fingir que la estaba limpiando bajo el agua, rodeando al hacerlo su cintura por el lado derecho. Aunque no se sentía del todo cómodo, al menos así no había forma de que nadie viera lo que había debajo.

Koi contempló la reacción de Zèon con los ojos muy abiertos y a continuación esbozó una sonrisa cómplice. El zorro se llevó la zarpa que le quedaba libre a la boca, haciéndole un gesto para que se mantuviera en silencio. El husky asintió y sus ojos brillaron bajo el agua de la ducha, como si adorara ser conocedor de aquel secreto. Un fehlar gato entró en la estancia, pero ninguno le prestó atención.

No estuvieron mucho rato en la ducha, de todas formas. Después de haberse enjabonado y aclarado de la mejor forma posible (dadas las circunstancias, Zèon solo podía utilizar una zarpa) los dos se dirigieron hacia las secadoras. Koi iba dando pequeños brincos, feliz. Le encantaba el ruido que hacían las secadoras y la sensación de estar en medio de un huracán de aire caliente. Además, aquel era uno de los pocos momentos que podía pasar a solas con Zèon, al que admiraba abiertamente como si fuera su hermano mayor.

Los dos se introdujeron en el mismo pequeño cubículo y cerraron la puerta de cristal de la secadora. Al instante, una corriente de aire cálido y agradable inundó la estancia, revolviendo el pelaje aún húmedo de ambos. Sin perder ni un instante, Zèon comenzó a frotar suavemente el pelaje de Koi para desprender de él cualquier rastro de humedad que pudiera conservar.

-¿Si no tuviera pelaje negro podría ser un Garragélida? -preguntó entonces el husky, esperanzado.

-No lo creo, Koi. Y no sé por qué querrías deshacerte de tu pelaje negro -comentó el otro, abstraído en su tarea -. El pelaje de los Aullanube es bonito... y práctico. Es denso y conserva bien el calor. Apuesto a que pasarías menos frío que yo en...

Se detuvo, reprimiendo un recuerdo doloroso. Koi le miró, interrogante, pero finalmente asumió que el zorro no iba a continuar aquella frase. Solía ocurrir, en realidad. Estaba empezando a acostumbrarse. Por ello, quizá, decidió cambiar de tema.

-Zèon, ¡apuesto a que podrías ganarme jugando al escondite! -dijo, sonriente -. Se te da muy bien esconder cosas. Lo haces constantemente, con todos los chicos y chicas de la Caja.

El zorro esbozó una leve sonrisa amarga.

-Ya ves.

-Jo, ojalá pudiera ser un Garragélida... -suspiró Koi, de nuevo.

La amargura de Zèon se transformó en ternura y trató de terminar de secar al pequeño husky. Tenía realmente un pelaje muy bonito, con varios tonos de negro que se sucedían desde la punta de su cola hasta su lomo, y después hasta sus orejas. Dos pequeños surcos de color negro enmarcaban cada uno de sus ojos violetas, haciéndolos parecer incluso más grandes de lo que ya eran. Zèon pensaba a menudo que, en cuanto creciera, se convertiría en un husky guapo y apuesto. Tan sólo esperaba que le dieran la oportunidad de crecer.

-Bueno, ya está -murmuró, en cuanto hubo acabado de secar al pequeño -. Vistámonos de nuevo y vayamos al salón.

La primera hora de la mañana siempre era bastante ajetreada en la sala común de la Caja. Multitud de kane y fehlar se reunían en las largas mesas dispuestas por todo el salón, charlando en voz baja o simplemente esperando. Zèon, con Koi de la mano, entornó los ojos para distinguir la cabeza de Luca entre la multitud de gente y finalmente le encontró, sentado al lado de Ike.

-Ve con tus amigos -dijo el zorro, casi sin girarse a mirar al pequeño husky. Éste no necesitó que se lo dijeran dos veces y se soltó de su zarpa para ir corriendo hacia una mesa desde la que unos kane algo más mayores que él le observaban desde hacía un rato.

A continuación, Zèon avanzó hacia Luca y Ike, que esperaban pacientemente en sus sillas. El lobo se desplazó un sitio hacia la izquierda, permitiendo que Zèon se sentara entre él y Ike. Una vez estuvo ahí, el zorro saludó a Luca con una inclinación de cabeza y, una vez hecho esto, se giró hacia Ike con información bullendo en lo más profundo de su mirada.

-Tres centímetros -comenzó -. Apuesto a que del mismo material que utilizan para todas sus corazas: ligero, de apariencia endeble pero tremendamente resistente en la práctica. No tiene junturas ni huecos, ni siquiera en la zona de la cintura. Casi parece una cota de malla de cuerpo entero, sólo que más resistente. -Hizo una pausa -. Si intentaras desgarrar eso, te dejarías las garras en el intento.

-Buenos días -respondió Ike, algo desconcertado ante aquel torrente de información -. Me alegro de ver que tú también has dormido bien.

-Te dije que era observador -comentó entonces Luca, al otro lado de Zèon.

-Hay poco que observar aquí, en cualquier caso -replicó Zèon, mientras apartaba la mirada de Ike. No le gustaba mirarle durante demasiado tiempo -. Sólo las mismas paredes de metal, en cualquier habitación. No utilizan antorchas para iluminarse, sino esas extrañas luces artificiales. No hay puertas ni ventanas. El único acceso al exterior que se me ocurre está ahí -añadió, señalando con una garra al otro lado del salón, donde había una gran puerta de cristal -, pero ya sabemos lo que pasaría si intentáramos seguir ese camino. Este edificio es una caja, lo mires como lo mires. Y nosotros estamos dentro, vigilados por estos humanos.

Ike y Luca guardaron silencio durante unos instantes, cruzando una mirada significativa. Zèon aprovechó el silencio que habían generado sus explicaciones para echar un breve vistazo a Ike, con intención de analizarle un poco mejor. El león parecía prácticamente todo lo que él no era: grande, fuerte, atractivo, carismático... y sí, un fehlar. Sus dos ojos verdes trataban de transmitir confianza y la tupida melena roja que rodeaba su cabeza le otorgaba cierto aire regio, casi solemne, que parecía acompañarle allá donde iba. Zèon reprimió una sonrisa amarga; no en vano, Ike era el hijo primogénito nada menos que de Alekai Colmillo Ígneo, el Señor de los fehlar, el mismo que había unificado a todas las tribus de felinos para formar una nación.

El mismo que había tomado la decisión de masacrar a los kane siete años atrás.

Zèon sacudió la cabeza. Las relaciones entre kane y fehlar siempre habían sido difíciles, pero a raíz de las invasiones de Alekai, una brecha definitiva se había abierto entre ambas naciones. Los kane, que no habían previsto que los fehlar fueran a unificarse tan rápido en su contra, apenas habían podido hacer frente al ataque. Los fehlar habían penetrado en el territorio de los kane y habían masacrado sus reinos, uno tras otro, encontrando escasa resistencia y ejecutando a cualquier luchador sin ningún miramiento.

Poco a poco, innumerables familias habían sido barridas del mapa; su sangre, perdida para siempre en los anales de la historia. Los primeros en caer habían sido los Oroespiga, cuyo terreno colindaba justamente con la frontera que defendía los territorios de los kane de las posibles invasiones fehlar. Más tarde, otros habían seguido el mismo destino: los Platalomo, los Colazote, los Aullanube... y los Garragélida. Los que no habían sido ejecutados, habían sido tomados como prisioneros. Nadie había podido salvarse del horror fehlar.

Y, sin embargo, allí estaba él: Ike Colmillo Ígneo, hijo de Alekai Colmillo Ígneo, heredero al trono de los fehlar y descendiente de aquel que prácticamente había exterminado a toda su raza. Zèon quería pensar que los tiempos desesperadas requerían medidas desesperadas, y estaba seguro de que Ike pensaba exactamente lo mismo, ya que había sido él mismo quien había pedido una alianza con los kane. Giros irónicos del destino.

Pero la situación realmente lo requería, porque los fehlar no habían sido los únicos que habían planeado una invasión a los kane. Una nueva amenaza había aparecido en Lykans justo en el momento en que sus pobladores se encontraban más divididos: los humanos.

Al principio, obviamente, Zèon no había sabido cómo se llamaban. Ni siquiera había sabido qué aspecto tenían. Pero, años después de la invasión de los fehlar, unos inquietantes rumores habían comenzado a oírse entre los refugiados kane: una oleada de desapariciones aisladas había comenzado a hacer estragos en las filas de los fehlar. Jóvenes de edades comprendidas entre los ocho y los veinticinco años estaban desapareciendo de la noche a la mañana sin dejar rastro. Los altos cargos de la nación habían tratado de culpar a los kane de estos supuestos "secuestros", pero la mayor parte de la población no los había creído. ¿Cómo iban los kane a infiltrarse en su nación, y qué ganarían secuestrando jóvenes?

Además, también había muchos desaparecidos entre los refugiados y prisioneros kane. Muchos de ellos simplemente parecían desvanecerse en el aire; celdas aparecían completamente vacías a la mañana siguiente, y lo mismo ocurría con las tiendas de campaña de los campamentos de refugiados. Nadie entendía qué estaba pasando, pero en ambos bandos existía la ligera tendencia a culpar al otro por las desapariciones. Zèon, entre muchos otros, había pensado que eran obra de nuevas incursiones fehlar.

No había comprendido lo equivocado que había estado hasta que había abierto los ojos una mañana para encontrarse en la Caja, junto a Luca. Allí había otros fehlar, sí, pero no eran ellos los que les habían alejado de la vida que habían llevado hasta aquel momento, puesto que parecían igual de desconcertados que cualquier kane. Sus captores habían sido, desde el principio, los humanos. Y los motivos por los que lo habían hecho aún continuaban siendo un misterio.

Al principio, múltiples peleas habían tenido lugar entre los kane y los fehlar. Algunos habían perdido la vida luchando entre sí, contra un enemigo que ya no era tal. Incluso todavía, la mayoría no era capaz de percibir el hecho de que la guerra había terminado, al menos para ellos, y de que la amenaza a la que se enfrentaban no la suponía el bando contrario. Aquel desconocimiento de su situación era, en aquel momento, más peligroso de lo que pensaban.

Ike y Luca habían sido los primeros en comprender este hecho, y en entender también que la única forma de salir de la Caja era aliándose entre ellos. Con el tiempo, el lobo había conseguido convencer a Zèon de que hablara con Ike. El zorro ártico aún no sabía qué pensar, pero allí estaba.

Sentado al lado de su enemigo.

-Impresionante -comentó entonces Ike. Su voz sonaba extrañamente agradable y al mismo tiempo profunda como el eco de una caverna, a pesar de que no debía ser mucho mayor que Zèon -. Creí que no habría nadie en este lugar más observador que Shiba. -Y, al decir estas palabras, señaló con la cabeza hacia la tigresa que se sentaba a su lado, con gesto hosco -. Pero ni siquiera ella consiguió tantos detalles sobre la ropa que llevaban los guardas.

-Hay dos apostados a la entrada del baño todas las mañanas -continuó Zèon, ladeando la cabeza -. Y no es tan impresionante. Llevo aquí once meses y he tenido tiempo de fijarme en esas cosas. También conozco su horario de turnos: hacen relevos de...

En ese momento, la alarma del centro volvió a sonar, provocando el enmudecimiento general de la sala en apenas unos segundos. Zèon llevaba allí el suficiente tiempo como para saber lo que ocurriría a continuación. En silencio, dirigió su mirada hacia la parte posterior del salón, en la misma dirección en que había señalado apenas unos minutos antes, aunque elevando la cabeza un poco. A unos metros sobre la puerta de cristal había un pequeño balcón completamente hecho de planchas metálicas que sobresalía llamativamente en mitad de aquella pared sin adornos.

Dos figuras habían salido al balcón y contemplaban la escena que se desarrollaba bajo sus pies con escaso interés. La que estaba más adelantada pertenecía a una mujer joven, de rasgos fríos y afilados como un témpano de hielo. Llevaba el pelo castaño aplastado contra la cabeza y cortado al nivel de los hombros. Sobre sus ojos pequeños y calculadores, que no cesaban de moverse de un lado a otro, relucían un par de anteojos. Tenía los brazos cruzados detrás de la espalda y, de no haber sido porque segundos antes no estaba en el balcón, habría podido pasar por una verdadera estatua.

Zèon la conocía; o mejor dicho, sabía algunas cosas de ella. Todos los guardas del complejo la llamaban respetuosamente "Señorita Lefebvre" y la subordinación con la que se dirigían a ella sólo podía significar una cosa: aquella mujer, pese a que lo joven que parecía, era la que estaba al mando en la Caja.

A su lado, había un hombre ligeramente encorvado, que observaba la sala con una sonrisa desdeñosa en su rostro. Este gesto no le favorecía mucho, puesto que de aquella manera parecía tener la boca torcida y dejaba ver sus dientes amarillentos, pero Zèon ya se había percatado de que el exterior de aquel hombre no tenía nada que envidiar de su interior. Se llamaba (el zorro ártico lo sabía bien) Camus Beaumont y se autodenominaba a sí mismo el "Comisario del Orden" de aquel lugar. De su cintura colgaba un pequeño mango que, tras accionar un botón, extraía un haz de chispas en forma de látigo. Zèon lo había visto en acción pocos días después de su llegada a la Caja. Lo había sentido sobre su propia piel y no le había gustado demasiado la experiencia.

Sin embargo, estaba claro que Camus no era más que otro subordinado de la mujer que tenía a su derecha; uno con privilegios, quizá, pero nada más que un peón, después de todo. Aun así, era el único que se atrevía a llamarla por su nombre en lugar de "Señorita Lefebvre", como el resto de guardas. Gracias a él, Zèon sabía cómo se llamaba o, al menos, cómo se hacía llamar su captora.

Sophia.

-Vamos a proceder a pasar lista -decía en aquel momento. Su voz era mecánica, casi impersonal, y restallaba en mitad del silencio como el látigo de Camus -. El que no responda, será castigado. El que se atreva a interrumpirme, seguirá la misma suerte.

A continuación, adelantó los brazos y accionó un pequeño botón en su muñeca. Una pequeña pantallita azul se proyectó a apenas unos centímetros de su piel, parpadeando suavemente en el aire con un brillo eléctrico. Zèon casi pensó que podía escucharla crepitar desde su sitio, de tan denso que era el silencio.

-Especie aureus -dijo entonces la mujer. No había alzado la voz en ningún momento y, sin embargo, se escuchó por toda la sala -. Aureus R.

Un chacal alzó la zarpa en uno de los rincones. Zèon reprimió un suspiro: la lista era larga y hasta que le tocara a él, aún quedaba un buen rato.

-Aureus S. Aureus T. Aureus U.

El zorro ártico dirigió una mirada a la mujer, pensativo. Si estaba al mando en aquel lugar, también era probable que fuera ella la que había organizado aquella operación de secuestros y reclusiones. Por primera vez en mucho tiempo, volvió a preguntarse el motivo por el que todos estaban encerrados allí. Había decidido no pensar en el tema meses atrás, cuando había llegado a la conclusión de que la Caja era, en realidad, una prisión sin vía de escape. Pero realmente, ¿cuál era el misterio que envolvía aquel lugar, que encerraba bajo su máscara de frialdad aquella extraña mujer?

-Aurata W. Aurata X. Aurata Y.

Aunque existía otra posibilidad. ¿Y si Sophia Lefebvre no fuera en realidad más que otro peón, una sola intermediaria? Aquello parecía menos probable por el respeto que parecía despertar en todos sus subordinados, pero en cualquier caso... <<Recuerda, Zèon: el secreto para averiguar la verdad de las cosas está en no descartar rápidamente ninguna de las opciones>> resonó, en algún rincón de su memoria, la voz de su maestro de Alquimia.

-Canis J. Canis K. -Koi levantó la zarpa, obedientemente -. Canis L.

Aquello, sencillamente, no podía saberlo. Era otro de aquellas incógnitas que no podía resolver mediante simple observación y suposición, como la ubicación de aquella prisión. Zèon tenía varias teorías al respecto, pero no estaba seguro de creer a ciencia cierta ninguna. Antiguamente habría encontrado desesperante el hecho de tener a su alrededor tantos enigmas sin respuesta, pero en la actualidad no podía preocuparse por eso.

Había mucho más en juego.

-Especie lagopus -dijo entonces Sophia, devolviendo a Zèon a la realidad -. Lagopus Z.

El zorro ártico tardó apenas unas milésimas de segundo en reaccionar. En silencio, alzó la zarpa y miró fijamente a Sophia, interrogante. Los separaba una distancia considerable, pero aun así Zèon sintió cómo aquellos ojos se clavaban en los suyos y, por unos instantes, tuvo la sensación de que la mirada de la mujer le atravesaba. ¿Sería verdad? ¿Acaso sabría lo que estaba pensando?

Pero Sophia continuó con la lista, aparentemente sin concederle mayor importancia. Zèon no esperaba que llamara a nadie más de su especie.

Sabía que era el último.

-Especie latrans. Latrans G. Latrans H. Latrans I.

El repaso de la lista transcurrió durante más o menos media hora. Zèon, mientras tanto, trató de no pensar en más preguntas sin respuesta, en un vano intento de no volverse loco. Después de todo, no conseguiría nada con aquello y ya había asumido meses atrás que no había forma de escapar de aquel lugar. Si había accedido a hablar con Ike en busca de un plan de huida era, en realidad, porque se aburría mortalmente, atrapado en la rutina de la Caja, y porque Luca se lo había pedido.

Además, sentía curiosidad por saber cómo sería hablar con el heredero al trono de los fehlar. Durante muchos años, había deseado la muerte a cualquier fehlar y, por descontado, a cualquier miembro de la familia real. Zèon se alegraba de no haber sucumbido al instinto de saltar sobre su cuello, tiempo atrás, cuando habían hablado por primera vez. Demostraba que aún tenía cierto control sobre algo, aunque ese _algo_fueran sus sentimientos.

Ya no sabía qué más podían quitarle. Había perdido su infancia a manos de los fehlar y su libertad al ser encerrado por los humanos. Y aun así, había algo que le habían arrebatado, mucho más insignificante en la práctica, cuya ausencia le causaba un dolor incurable.

Su nombre. Habría dado cualquier cosa por ser capaz de recordarlo.

-Bien. Con esto concluye el repaso de la lista -dijo en aquel momento Sophia, devolviendo a Zèon a la realidad por segunda vez en poco tiempo -. Por otro lado, hoy es día de internamiento. Por ello, procederé a leer los nombres de los que se unirán a vosotros en el centro. Como de costumbre, espero que no haya ningún problema. Cualquier perturbación del orden se verá acallada con un merecido castigo.

Zèon alzó las orejas, interesado. Normalmente, Sophia no hacía tanto hincapié en la normativa de convivencia, ni mucho menos en las consecuencias de quebrarla. Además, había algo diferente en el tono de su voz. Dirigió una mirada a su izquierda, inquieto, y comprobó que Luca también lo había percibido.

No pudo evitar removerse en su asiento, incómodo. No estaba seguro de hasta qué punto los cambios eran buenos en aquel lugar.

-Concolor D. Jubatus H. Onca T. Pardalis S.

La puerta de cristal de la sala se abrió y varios guardas aparecieron llevando con ellos a los nuevos residentes. Zèon distinguió a un puma, un guepardo, un jaguar y un ocelote. Todos parecían realmente desconcertados y miraban a su alrededor, confundidos, como si realmente no pudieran ver nada de lo que les rodeaba. Zèon, muy a su pesar, recordaba aquella sensación. Aún tenía atravesado en la garganta el terror de haber olvidado su propio nombre.

Todos ellos eran fehlar. Sin embargo, aquello no explicaba la anterior advertencia que Sophia les había dado. Zèon aguzó la vista, tratando de ver si había más residentes, y distinguió una quinta figura más allá de las puertas de cristal.

Se le heló la sangre en las venas.

-Sapiens V -se escuchó la voz de Sophia, retumbando en el silencio sepulcral de la habitación.

Era un humano.

Garragélida - Capítulo 2: Recuerdos

-Tienes que impedir que lo maten -fue lo primero que dijo Zèon, una vez que la figura de Sophia desapareció por el acceso al balcón, seguida por Camus. -¿Qué...? -preguntó Ike, todavía confuso. -Tienes cierta autoridad aquí; si no haces nada, lo...

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Chronicles of the Borderline: Chapter XIX

\_\_ Often Raon could not avoid remembering his previous life with Rukj. From those early days when, immersed in his world of snow and under the protection of that old cabin, he did not have to worry about ancient legends, or spiritual ties, or...

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Crónicas de la Frontera: Capítulo XIX

A menudo, Raon no podía evitar acordarse de su anterior vida con Rukj. De aquellos lejanos días en los que, sumergidos en su mundo de nieve y bajo la protección de aquella vieja cabaña, no habían tenido que preocuparse de antiguas leyendas, ni de lazos...

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