6 bestias - Capítulo 13: Papá
#14 of 6 bestias
¡Hola! Esto es 6 bestias, una historia furry en español. Si te interesa, puedes empezar por el capítulo 1. ¡Gracias por leer!
El grifo continuaba golpeando el metal que se convertiría pronto en las puntas de las flechas que utilizaba. Esperaba que Milton no le hubiera mentido y la madera que le había vendido para hacerse las armas con las que cazaba fuera de buena calidad, o sus garras se encargarían de que fuera lo último que veía. No era un encargo cualquiera el que había recibido, así que su material tenía que ser bueno y no causar demasiados problemas, porque solo tendría una oportunidad de cumplir aquella misión.
Krereric se detuvo unos segundos, el aire haciendo que sus plumas grisáceas se removieran un poco. Se acercó un ala, molesto, y con el pico se las empezó a colocar de nuevo. Estaba algo nervioso, y eso que sus años de experiencia le tendrían que aportar cierta confianza, pero definitivamente, era el encargo más ambicioso que había recibido nunca y él más difícil todavía.
-¿Sigues ahí, esforzándote?
La voz melódica de su mujer le hizo sonreír debajo de ese duro pico. Giró su cabeza levemente y miró a la humana que se encontraba apoyada en el marco de la puerta. Con ese pelo corto, negro y grimoso, recogido en un moño; esa cara de pan, con esos ojos pequeños, y ese cuerpo bastante rechoncho bajo un traje hecho con piel de u, Nana era a todas luces el amor de su vida y la madre de uno de sus dos cachorros. Y su vida.
-No puedo descuidar mis cosas. Mañana me voy.
Pero debía admitir que ahí dentro, en aquella caseta que se encontraba al lado de la granja en la que vivían, donde guardaba todas sus herramientas, era complicado poder trabajar en verano más de unas horas. Aunque tuviera las dos ventanas abiertas, agradecía la mínima brisa que entraba, pero no era suficiente para poder respirar ahí dentro algo más que aire caliente. Meneó levemente la cola, y colocó las puntas que había fabricado ya en los astiles con los insertos, asegurándose así que no se iban a mover.
-¿Milton ya te ha vendido lo que necesitabas?
-Ajá. -suspiró el grifo. -Y espero que sea bueno. No puedo permitirme que se me parta una flecha a medio disparo.
En el momento en que fue a guardar las flechas en el carcaj, su mirada se quedó clavada en un pequeño cuadro que tenía en la pared. Ahí estaban sus dos hijos, dibujados, cuando eran unos cachorros. Era gracioso haberlos visto encontrarse, el suyo picoteando el trasero del otro sin entender si realmente era un chico nuevo, o algo raro. No pudo evitar echarse un par de risas al recordar esos momentos, y finalizó su acción.
-¿Donde crees que estarán?
-Un poco lejos ya. -le contestó Nana. -Pero estarán bien. Piensa que va con Baka. Pronto se rencontrará consigo mismo, igual que hiciste tú.
-Ya... Es difícil aprender a tener un equilibrio entre tu lado animal y tu otro lado. -dijo, más para sí mismo que para la mujer. -Bien, creo que lo tengo todo listo. Esta tarde saldré de caza, cenaré, e iré a la cama. Mañana empezaré mi viaje a la capital, y allí me forraré.
Nana soltó un suspiro. No estaba nada tranquila con la profesión de su marido, que era bastante difusa en general. Se dedicaba a la caza, a pequeños encargos, la mayoría relativas al hobbies, y luego estaba algunos otros cuya legalidad se ponía en entredicho. Pero esa vez había ido tal vez demasiado lejos. El encargo no era otro cualquiera, pero peligraba sin duda su vida y su integridad física si cometía un solo error. No, estaba más bien bastante nerviosa.
-Ve con cuidado... ¿Quieres?
Fue lo último que le dijo antes de salir. Krereric se encogió de hombros tras pensar un par de segundos a lo que se refería su mujer, volviendo a su trabajo preparatorio. Al menos podía agradecer que estuvieran aislados de la civilización a bastantes kilómetros como para que nadie les viera en una forma que no fuera el Disfraz. Era la única forma que habían tenido de criar a sus hijos.
Los dos pequeños. Krereric volvió a mirar la fotografía de sus dos retoños. Realmente sólo uno de ellos era el suyo genéticamente, pero al otro le quería también por igual. Tal vez no se dedicaba a la caza como lo hacían su hijo y él, pero tenía otras formas de adquirir comida bastante curiosas. La lástima era que se pasaba la mayor parte del día durmiendo, y eso le cabreaba un poco. El día estaba para disfrutarlo: La noche era para dormir.
Aunque él iba a hacer un par de noches bastante activas.
Reparó en la ropa. No se llevó ninguna prenda que realmente le supiera mal destrozar y seleccionó aquellas que, en cualquier momento, le permitiera cambiar de forma sin tener que sentirse asfixiado. Rapidez, tenía el tiempo en su contra. Hasta eso podía ser un factor que le tumbaría si cometía un error. Le cogerían. Le matarían.
La horca le esperaría entonces.
Tras haber colocado las puntas, y haber preparado el arco, Krereric cerró la puerta del almacén, las ventanas, y respiró aire fresco. Entre una cosa y la otra, había ido anocheciendo, y su estómago e instinto le avisaban que ya era hora de llevarse algo al pico. Con una leve sonrisa interior estiró las alas y procedió a alzar el vuelo. No vería demasiado por la noche para encontrar algo a la primera, pero a diferencia de su hijo había aprendido a usar el oído.
Nana observó desde su casa como Krereric se alejaba, como una sombra que se iba haciendo cada vez más pequeña en el cielo, y con los brazos cruzados, soltó un suspiro. Pocos detalles sabía de la misión de su marido, más allá de lo esencial. Con los platos ya lavados, la mujer osa fue apagando velas hasta dejar solamente las esenciales y se sentó en la silla, delante de la mesa, pensativa. Tal vez era hora de ir a la ciudad y preguntar en los telégrafos si había algo para ella de parte de Baka. ¿Había encontrado lo que pedía?
Lo mismo conseguía convencer a su marido que la dejara ir con él a la ciudad, pero lo dudaba muchísimo. Parte de la misión era hacerla solo, y si la veían con ella y algo ocurría, los involucrarían a los dos. Y Krereric no dejaría que eso pasara en absoluto.
Pero había algo que no acababa de entender de todo aquello. Krereric mostraba demasiado interés y dureza para que aquella misión se cumpliera. No estaban para perder demasiados encargos, pero tampoco entendía la exigencia con la que se aplicaba Krereric desde hacia unos días. ¿Tan importante era?
Tocaría ir sola, entonces.
***
Lo cierto es que sí, era muy importante.
Irkutsk no estaba precisamente demasiado cerca. Concretamente, ellos vivían en aquel instante en Durham así que la distancia que los separaba era de 700 kilómetros. Aquello no podía hacerlo, además, volando. Un día lo perdía seguro, pero ya había echado las cuentas. Aquella mañana, Krereric acabó de vestirse. En su forma humana conservaba trazos de cuando era grifo: Tenía el pelo corto, gris, nada anormal teniendo en cuenta sus cincuenta y siete años vividos, era corpulento, alto, y la nariz halagüeña. Su pelo, pero, era distinto al de su hijo en cuanto al peinado: Él tenía la raya al centro, mientras que Shinke solía llevarlo al revés.
Krereric bajó las escaleras, que crujían bajo sus botas que amortiguaban el sonido, y buscó a su mujer. Nana se encontraba ahí, sentada, en la mesa, vestida, como esperando. Se acababa de tomar su taza de hierbas y miraba como bajaba su marido, despreocupado.
-No me lo digas. Quieres venir. -el tono de Krereric era mas bien molesto. -Ya sabes cual va a ser mi respuesta, amor: No.
-Solo quiero poder enviar un telegrama a los chicos. -se excusó la mujer.
-Puedes hacerlo en el pueblo de al lado. Estás a tres horas de allí. Yo en cambio tengo doce horas de viaje para ir y doce más para regresar, más otras tantas para cumplir el encargo. Mi respuesta sigue siendo no.
Krereric depositó la pequeña bolsa con la ropa que iba a llevar al lado de la mesa y fue a por un vaso de agua. Los depósitos se estaban agotando; tocaría ir a por más. Calculó que de momento sería suficiente para su mujer hasta que regresara.
-... ¿Volverás? Dime que sí, por favor.
-Ya hemos hablado de eso, Nana. Así que...
En cuanto se dio la vuelta no había una humana allí, si no una osa híbrida: Su pelaje era negro, sus ojos, oscuros como el azabache, y medía casi dos metros de alto. Por su raza, resultaba ser tremendamente corpulenta: Los senos resaltaban debajo de la tela blanca que apenas podía cubrirla de forma notable, y sus manos ahora eran patas con uñas que podían cortar incluso el aire.
Y a pesar de ese aspecto y ese peso que podría aplastarlo, Krereric veía en aquellos ojos una profunda tristeza.
El hombre se acercó a la osa y acarició su pelaje con una mano. Había tenido muchísima suerte de conocerla, había sido una excelente compañera, y habían vivido bastantes discusiones, pero también habían compartido muchas alegrías. No podía prometer nada, pero al menos podía intentar tranquilizarla un poco.
-Escucha. Los cambiantes nos vamos regenerando. Si me hacen daño, solo tendré que esconderme, como siempre, y me curaré.
-Tienes cincuenta y siete años, Krereric. -la voz había pasado a una más profunda y ronca, pero curiosamente, igual de melódica. -Tu capacidad regenerativa ha mermado. La conozco.
-Bueno... Sigo sin necesidad de tener un médico. Cuando esto acabe, te prometo que buscaré un oficio menos peligroso. Pero... Me he comprometido. No puedo faltar a mi palabra. No quiero que vengan aquí a buscarme. ¿Entendido?
La osa le abrazó, aunque no demasiado fuerte para romper sus huesos, sí lo suficiente para que su marido comprendiera lo mucho que le importaba su vida. Tras aquello, rompieron la unión, Krereric cogió la bolsa, y se la colocó en la espalda, saliendo por la puerta. La osa permaneció ahí, en silencio, durante minutos, luego durante horas... Luego desapareció.
El hombre, de mientras, permaneció esperando en la caseta durante un tiempo, mirando la carretera cercana y desierta que había. Había quedado que un autocar cogería y lo recogería cuando el sol apuntara a lo más alto. Tendrían que parar durante una noche por allí en medio de la nada, luego, le dejarían en medio de Irkutsk y ahí se las tendría que apañar para encontrar a su objetivo. Entre la ropa que llevaba había una de abrigo echa con pieles de animales que había cazado y que bien le iría para poder protegerse del frío que hacía en Rusia. Igualmente, tampoco es que le hiciera precisamente mucha ilusión regresar a casa.
En cuanto el autocar hizo acto de presencia, cogió su caja con las herramientas de su trabajo, y se subió sin hacer demasiado ruido. Su mujer pudo observar como se iba y se alejaba.
Krereric no sabía que su mujer aparecería al cabo de un tiempo en medio de la ciudad de Irkutsk, sin avisar.
Dos días más tarde de lo esperado, Krereric pudo sentarse al borde de la cama que tenía. Los hostales que se ocultaban de la multitud para que los cambiantes pudieran hacer en cierta forma su vida sin llamar demasiado la atención no eran precisamente conocidos por ser de cinco estrellas, pero esa era precisamente la característica que los hacía invisibles a ojos de la gran mayoría: No destacaban, no había muchos medios metidos en el ajo, y en cierta forma, nadie se acercaba a un edificio de mala muerte.
Los que estaban dentro, además, podían respirar tranquilos. Ningún humano les iba a llamar la atención. Si algo malo se cocía, inmediatamente se avisaba a todos los inquilinos, pasaban la inspección - o la acción toca narices de turno- y por lo general, continuaban dejando que el hostal continuara existiendo sin problemas. Eso sí, procuraban que el tema de la higiene se mantuviera dentro de los mínimos aceptados por la gran comunidad humana. De lo contrario, inmediatamente les cerraban el chiringuito.
Krereric miró el reloj de la pared con la esperanza de que no estuviera retrasado o falto de pila, porque era lo único que había ahí dentro que le hiciera recordar el paso del tiempo: Eso, y las ventanas veladas por el lado exterior para que nadie viera el interior de día. Irkutsk no era conocida precisamente por disponer de edificios muy altos, así que la luz del sol llegaba a la gran parte de la ciudad sin sombras molestas de por medio. Y eso a él le gustaba.
Su contacto había quedado con él cerca del centro comercial. Concretamente, en la parte de atrás, donde se tiraba toda la basura. El grifo había estudiado la situación al detalle y sabía que, dadas las circunstancias, lo mejor era actuar con la máxima discreción posible. Con lo mínimo e imprescindible, el hombre salió de su habitación y fue a pie. Las indicaciones le informaban que tenía un buen trecho: Tenía que cruzar media ciudad, a parte de bastantes semáforos que cruzar, esquivar un par de plazas llenas de niños a esas horas... Lo típico.
Con calma, Krereric cogió la forma humana y decidió iniciar el trayecto. Se lo conocía como la palma de su mano; al fin y al cabo, era su ciudad natal. Krereric era un cambiante hijo de dos grifos, perteneciente a una casta noble. Como tal, de pequeño había cargado con algunas responsabilidades más allá de las típicas de un cambiante: Aprender varios idiomas, contentar siempre a las altas esferas, ir siempre bien vestido, sacar buenas notas en las escuelas de la más alta sociedad. Krereric se había convertido en la piedra angular de su familia, el mayor de dos hermanos, el responsable y heredero de una enorme fortuna, pero también, de una enorme responsabilidad: Manejar a toda la casta de grifos que vivían en la enorme mansión que residía allá al fondo, en lo alto de una montaña.
Pero las cosas habían cambiado con el paso del tiempo. Tras pasar la difícil adolescencia, los padres de Krereric habían encontrado una mujer para él. La hija de un político, pero la situación no había aguantado demasiado: Tras infectarla, convertirla en uno de los suyos, y tener un hijo, el grifo había dicho basta, había cogido a su pequeño, y se había largado, dejando colgados a sus padres, y abandonando a la muchacha. No es que hubiera sido demasiado grave: Denver, la chica, tampoco le quería, y él buscaba el amor idílico.
¿Que habría sido de su hermano pequeño? Bien, ese era su verdadero contacto.
Resultaba extraño que quisiera verle en aquella forma. Srednom no era precisamente de esos hermanos que realmente echaban de menos al mayor, ni tampoco de esos grifos que se sentían cómodos con su forma humana. Él tampoco, tenía que reconocerlo, pero lo de su hermano llegaba a cuotas insospechables.
Krereric se detuvo delante del centro comercial, un enorme edificio cuadrado con diseño minimalista y realmente muy, muy industrial. Unas enormes letras rojas en ruso indicaban que se trataba del centro comercial más grande de la ciudad, y realmente lo era. A base de absorber las tiendas de alrededor, se había convertido en un gigantesco mastodonte del que al lado no había absolutamente nada más que parquin y edificios de viviendas. Cualquiera que se le ocurría montar un negocio, al cabo de poco tenía que cerrar porque no podía competir con ese gigante del consumismo. A Krereric le traía muchos recuerdos, pero la mayoría no demasiado buenos.
-Aún está esa tienda, pero ya no tienen el peluche que tanto querías.
Krereric se dio la vuelta. El grifo observó, cerca de él, a otro cambiante. Lo reconocía por los ojos brillantes, y por el olor, ineludible para él, además de algunos rasgos faciales. El hombre era de pelo castaño, largo, las puntas rotas, la mirada cansada. A pesar de tener, ¿Que? ¿Veintiocho años? Aparentaba cuarenta y siete, las arrugas añadiendo números a esa cifra injusta. Fumaba un pitillo, y el humo que sacó por las fosas nasales era bastante negro.
-Al grano, Srednom. ¿Aquí? ¿En medio de la nada?
-Vaya. -el hombre abrió los brazos, mostrando su chaqueta de cuero negra desgastada, y añadió: -¿Acabas de llegar a la gran ciudad y ya estás con prisas? ¿Que tal un saludo a tu hermano, por ejemplo?
-¿Que quieres que te diga? Tengo una mujer esperándome.
Permanecieron un par de segundos callados, los dos, mirándose cara a cara, y de repente, se echaron a reír.
-¡Srendom! ¡Viejo hermano! -se lanzó a abrazarlo fuertemente, y añadió: -¡Dichosos los ojos! ¿Que te cuentas?
-Bueno, ha pasado mucho tiempo. -Srendom tiró el cigarrillo al suelo, pisándolo con sus botas negras. -Haciéndome cargo de la herencia familiar y todo lo que conlleva, viviendo una vida apacible, aburrida, egoísta... Te envidio, ¿Sabes? Debe de ser realmente muy entretenido tener un negocio propio, lleno de aventuras, y riesgo.
Krereric permaneció callado. Sui hermano no tenía ni la más remota idea de lo que estaba diciendo, definitivamente.
-Cada día es una lucha por saber si tendrás pan para tus hijos. -resumió. Podría haber soltado una verborrea mucho más grande, pero el grifo decidió ser menos sincero antes de enturbiar aún más la relación.
-Ah, sí, esa... Esa osa que me contaste.
Ahí es cuando de repente, la conversación tomó un aire más tenso. Krereric sabía perfectamente lo que Srendom opinaba perfectamente de Nana: Una puta que había dejado su trabajo para dedicarse a algo un poco más noble, pero para él seguía siendo una prostituta para el resto de la vida. A Krereric se la sudaba realmente la profesión de su mujer. ¿Le quería? Bien, el resto era puro oficio, entonces.
-¡Pero no estamos aquí para hablar del pasado! -la respuesta rápida de su hermano le sorprendió. -Lo cierto es que sí, tengo... Tengo algo para tú. Vamos directos al tema... Ven, acompáñame a los almacenes del centro comercial. Ahí hablaremos de todo.
Los almacenes. Krereric avanzó un poco con él, volteando hacia la izquierda, donde residía el acceso a los camiones de transporte que traían y se llevaban continuamente víveres y otros objetos. Allí, el olor a pescado le entufó la nariz, así que se la tapó con la mano y siguió a su hermano hasta una especie de oficina, en la parte superior, dos pisos más arriba, accesible desde unas escaleras de metal y con vistas a la ciudad.
Se notaba que aquella oficina era de la familia. Krereric podía reconocer el símbolo de tres plumas cruzadas a lo largo de algunos cuadros, en el papel tapiz de la pared, o en la placa dorada que había justo encima de la mesa con el nombre de su hermano grabado en él. Sí, el nombre estaba ahí, pero Krereric sabía que su hermano no se dedicaba precisamente a controlar los almacenes de un centro comercial.
El hermano revisó un armario con algunas fichas, y le lanzó encima de la mesa una carpeta con algunas fotos y algo de información. El grifo se acercó y echó un vistazo. Reconocía a ese hombre.
-Es Isaac.
-El mismo. El padre de Denver. -recordó Srendom, mirando hacia la ciudad, de espaldas a su hermano mayor. -Ese es tu objetivo.
-Es un político. Cuando me dijiste que era un alto cargo, no me esperaba semejante reto.
-Pero, ¿Que sería la vida sin retos, eh? Sobretodo para ti, hermano. -el otro se dio la vuelta y se cruzó de brazos, su mirada rapaz clavada en él. -Ha dejado la vida política. Se ha jubilado. Y se ha metido en asuntos realmente muy turbios que pueden complicar la situación familiar...
-¿Que... tipo de asuntos, si se puede saber?
-Gordos. Por lo que sé, está metido en un asunto bastante gordo de tráfico de Seconal entre China y la isla de Japón. Nuestros padres hace tiempo que lo saben, pero ignoran que lo que ha empezado como un juego que les hacía gracia ver, ahora es más grave.
-¿Que ha ocurrido?
-Lo tienes todo ahí. Siéntate. Como en casa.
-Prefiero... Quedarme de pie... -murmuró, aunque la mirada puesta en los papeles. No tan solo había información del hombre, si no también varios recortes de prensa respecto a escándalos relativos con el tráfico de droga y su relación con contabilidad B en el partido político segundo de la zona. -Veo que su jubilación fue... Anticipada. Justo después de que empezara a relacionarse un tema con el otro. Que... "Casualidad" -cerró la carpeta, y miró a su hermano, serio. -Seré sincero: Nunca vi a ese hombre como trigo limpio. Pero esto es ir a otro nivel.
-Exacto. Solo quiero que te lo saques de encima. El Clan de los lobos del aire también estaba metido en el ajo y llevan un tiempo haciendo limpieza de implicados y sus familiares, pero me han pedido que este hombre debe desaparecer de la faz de la tierra para desviar la atención. ¿Crees que podrás?
-Los lobos del aire... Bien... Sí, claro, considéralo hecho. -dijo el otro, incorporándose. -Presupongo que, conociéndote, debes de saber cual será el momento exacto para que me lo cargue, ¿No es así?
-Ajá.
Srendom se acercó a la mesa y desplegó delante de su hermano un mapa de la localidad, con unas cuantas marcas y, en un lateral, una serie de horas, posiblemente horarios que había detectado de aquel hombre, siguiendo una pauta.
-Cada martes a partir de las diez de la noche entra en este local. Sale como una jodida cuba, y vuelve como puede a su casa, aquí. -dijo, señalándolo. -Con que te lo cargues por el camino, el resto será coser y cantar. Disparas, te largas, al día siguiente coges el camión de vuelta a casa, y aquí no ha ocurrido nada. Nos preguntarán, verán que no tenemos nada que nos implique y los dos saldremos ganando.
-Ajá... ¿Y cuando veré yo el dinero?
-Ahora mismo. -Srendom sacó del armario una bolsa, y se la lanzó a su hermano, que la cogió en el aire. -Está todo. Puedes contarlo si quieres, pero no creo que te haga mucha falta. -aunque Krereric lo abrió para hacer un recuento rápido y comprobar que eran billetes de verdad. -Te daría solo una parte, pero confío en ti y sé que no me vas a fallar, ¿Verdad?
Krereric le echó un vistazo, y soltó un suspiro, cerrando la bolsa. No, no le iba a fallar. Matar a alguien cuando estuviera solo en la calle, desaparecer ipso facto, al día siguiente coger la furgoneta de vuelta a casa...
-Solo una pregunta más... El asunto este de las drogas... ¿Como empezó?
-Uf... Lleva ya años el tema. -mencionó el otro, sentándose en la enorme silla con respáldelo, y poniendo los pies cruzados encima de la mesa, cómodo. -Hace unos quince o más, casi veinte, que llevaban ya con esto del contrabando entre el Clan del Aire y los Tigres de Bengala. Pero empezaron a salir escándalos públicos, movimientos rastreros... El caso más sonado fue el de Lona. Era una de las piezas clave entre la comunicación de ambos lados, pero parece ser que se torció el asunto, decidió airear los chanchullos a los periódicos, y se largó. Debía de estar muy desesperada, porque dejó a su marido en casa y se fue con la pequeña a vete a saber tu donde.
-¿Y esa mujer donde está ahora?+
-Muerta. O eso creo. No se sabe, pero yo sospecho que el clan del aire decidió dar pasaporte a esa mujer y luego fusilarlos en la frontera, en plan accidente o como si fueran inmigrantes ilegales... Así que ya te puedes imaginar lo complicado que se está volviendo el tema.
-Entiendo... Dalo por hecho. Me encargaré de ese hombre.
Srendom le guiñó el ojo, pero Krereric decidió no seguirle el juego y se dio media vuelta. Realmente la información que le había facilitado le resultaba poco menos que importante, pero le ponía al día del mundo que lo rodeaba. Mentalmente empezó a planificar como se lo cargaría: Estaba claro que una flecha en el cuello sería suficiente para acertar con las venas más importantes y sacarlo del mapa. No era necesario más.
El otro esperó a que Krereric se fuera, contó hasta diez y, tras comprobar que no regresaría, cogió el teléfono de plástico con teclas cuadradas que tenía al lado. Empezó a marcar una serie de números, y se lo llevó al oído, mientras dejaba que la transformación se apoderara de su cuerpo.
-¿Denver? -preguntó. -Srendom... Asegúrate de tener al menos a alguien en cada azotea excepto el que nos interesa que utilice para sacar del mapa a tu padre. Mañana por la noche empieza la fiesta.