Crónicas de la Frontera: Capítulo XVI

Story by Rukj on SoFurry

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#18 of Crónicas de la Frontera

Buenas a todos, ¡aquí está el capítulo XVI!

Es un capítulo bastante corto, pero reúne bastantes momentos emotivos que son importantes, a su manera.

Como siempre, espero que os guste y, ¡gracias por leer! ^^


Ningún Humano en su sano juicio habría entrado jamás, sin protección alguna y sin apenas provisiones, a las temibles tierras de las Bestias. Era una de las formas más desagradables de llamar a la muerte, de jugarse el pellejo, de arriesgar la vida sin sentido...

Shaina jadeó, sin dejar de correr ni un solo segundo, sintiendo en su nuca el ardiente aliento de la muerte, que se juntaba con la cruel mordedura del frío y entorpecía cada uno de sus movimientos. La nieve se le acumulaba en las cejas y le impedía ver bien aunque, en realidad, no se estaba dirigiendo hacia ningún lugar en concreto y, por lo tanto, no le importaba mucho. Pero tenía que seguir corriendo.

Le iba la vida en ello.

Sabía que, aunque no pudiera oírlo, había alguien tras ella. Siguiendo sus huellas. Buscando su rastro. Oliendo su miedo.

No podía olvidar ni por un solo segundo que quien le perseguía no tendría el menor reparo en terminar con su vida, ni que aquella vez estaba desarmada y sola. Completamente sola.

Tuvo que hacer varias pausas a lo largo del día para recobrar el aliento, pero no interrumpió su marcha ni siquiera cuando el cielo comenzó a teñirse de rojo. Fue algo después, una vez consideró que estaba ya lo suficientemente lejos de su persecutor, cuando finalmente se detuvo para descansar un poco al pie de una colina nevada. Incapaz de mantenerse en pie por más tiempo, la pobre mujer se dejó caer sobre el suelo dejando escapar un suspiro de alivio, mientras acercaba las temblorosas manos al morral, buscando algo que llevarse a la boca. Sus provisiones eran más bien escasas y, si quería que duraran hasta que alcanzase la Frontera y pudiese regresar por fin a las Tierras de los Humanos, tendría que racionarlas con mucha precisión. Contempló, no sin cierto aire de tristeza, los pocos trozos de carne seca que le quedaban. Haría falta un milagro para que aquello la mantuviera con vida durante los próximos días.

Apretó los dientes con fuerza, sin poder evitar pensar en cuántas provisiones, cuántos trozos de carne seca como aquellos habría dejado atrás cuando había escapado del campamento de su gente. Cuánto se habría desperdiciado. Cuánto les habrían robado aquellas repulsivas Bestias sedientas de sangre.

Trató de apartarse de aquellos pensamientos, pero resultó inútil. Con la rabia aún en sus venas, Shaina dio un buen mordisco a uno de los trozos de carne que tenía en la mano y volvió a guardarlo todo en el zurrón. No tenía hambre de momento y, aunque necesitaba mantenerse con vida si pretendía escapar, podía comer más tarde.

Cuando estuviera más lejos de allí, de aquella tierra hostil y de todos los peligros que entrañaba, ya pensaría en ello. Con aquella esperanza en mente, la mujer se levantó y se preparó para proseguir su marcha, tratando de conservar aún el optimismo.

Sin embargo, en aquel preciso instante escuchó una pisada en la nieve, no muy lejos de donde ella estaba.

Como buena Rastreadora, Shaina había aprendido a utilizar bien sus oídos y sabía cuándo debía fiarse de ellos. Por este motivo, no tardó ni una milésima de segundo en reaccionar rápidamente y apresurarse en comenzar a correr lejos de la colina, comprendiendo que había bajado la guardia y que, pese a todos sus esfuerzos, la habían encontrado.

La adrenalina se disparó en sus venas y le hizo correr más rápido, pero eso no evitó que el miedo alterara sus sentidos una vez empezó a escuchar a sus espaldas un leve gruñido continuado que le puso los pelos de punta. Los pasos de algo mucho más grande y pesado que ella resonaban contra la nieve y, aunque Shaina era una Rastreadora bastante bien entrenada, quien fuera que seguía sus pasos tampoco era un aprendiz en aquel tema.

No tardó en percibir la pesada respiración de la criatura que le perseguía y su cálido aliento golpeando contra su nuca, sobre la que su cabello, recogido en una larga coleta pelirroja, rebotaba a cada paso que daba. Comprendiendo que había llegado el momento de hacer algo y pasar a la acción, Shaina se dio media vuelta con la esperanza de esquivar a aquella criatura, pero...

...ya era demasiado tarde.

La Bestia se le echó encima en apenas unos segundos y la derribó con tanta fuerza que la dejó sin respiración. La mujer ahogó un grito de dolor y dirigió una mirada aterrorizada al ser que la había inmovilizado contra el suelo, boca arriba, mientras trataba de debatirse desesperadamente. Sin embargo, los brazos de aquella Bestia de denso pelaje negro eran fuertes y no tardaron en inmovilizarse por completo.

-¡Déjame! -pudo gritar, con un hilo de voz, rota por la desesperación y el miedo -. ¡Déjame ir, por fa...!

-¡¡Cállate!! -le ordenó aquella Bestia, zarandeándole con fuerza y haciendo que se golpeara la cabeza contra el suelo. Shaina soltó otro grito, esta vez de dolor, mientras cerraba los ojos con tanta fuerza que pensó que estaba a punto de romperse los párpados -. ¿¡Cómo puedes atreverte siquiera a pedirme clemencia!? ¿Quieres que sea piadoso contigo? -la Bestia hizo una pausa y la mujer gimió, aterrorizada -. ¡Tú no tuviste piedad cuando asesinaste a Loki! ¡A un joven lince con toda la vida por delante, con tantas experiencias que vivir! ¡¡A apenas un niño!!

La Bestia terminó aquella frase con un rugido de ira y Shaina sintió el impulso de taparse los oídos, que le dolían debido a la potencia de aquellos gritos. Sin embargo, para su desgracia, seguía estando completamente inmovilizada.

-No... ¡no tuviste piedad cuando te deslizaste entre las rocas como una cobarde y arrojaste aquella lanza! -gritó la Bestia, zarandeándola de nuevo con cada palabra -. ¿¡Por qué!? Dime, ¿por qué lo hiciste?

La voz de la Bestia se apagó suavemente con un ligero temblor en el que la mujer creyó detectar cierta dosis de tristeza. <<Eso es imposible>> se dijo a sí misma, tratando de mantener la calma <<. Todo el mundo sabe que estas alimañas repulsivas no tienen sentimientos>>.

-¿Es que no quieres responder...? -preguntó entonces su captor, colocando algo duro y frío sobre su garganta, algo que la mujer no tardó en identificar, incluso con los ojos cerrados, como una de aquellas espantosas garras -. ¡Dime por qué lo hiciste!

-Por... porque... -murmuró, con un hilo de voz, sintiendo un agobiante nudo en el estómago -. Vo... vosotros matasteis a todos los míos -completó, finalmente, cerrando los ojos con más fuerza y esperando a que el lobo terminara lo que había comenzado.

Sabía por experiencia que un simple movimiento de una de aquellas afiladas garras podía bastar para abrir heridas descomunales sobre la tierna piel de cualquier hombre. Tan sólo unos segundos y, antes de darse cuenta, la víctima moría desangrada. En muchos casos, las Bestias se ensañaban con los cuerpos de sus víctimas; los abrían mientras aún estaban calientes como si se trataran de nueces y se comían sus entrañas aún palpitantes disfrutando con júbilo de una sangrienta carnicería.

Shaina lo sabía. Las Bestias eran así. Salvajes e irracionales.

Y no perdonaban nunca.

Sin embargo, aquella garra que descansaba sobre su garganta se retiró. Tardó en hacerlo pero, finalmente, desapareció de su cuello.

-No -musitó la Bestia, con un tono de voz cansado y que ocultaba una infinita tristeza que Shaina no podía ni acercarse a comprender -. Nosotros no lo hicimos.

La mujer abrió los ojos, sorprendida, y observó cómo aquella repulsiva Bestia se apartaba de encima de su cuerpo con suavidad, alejándose un par de metros y dándole la espalda. Durante unos segundos, mientras aún continuaba tumbada en el suelo, dudó entre la posibilidad de que aquello fuera simplemente una pesadilla, o quizás una extraña ilusión tras la muerte; o de que, por increíble que pareciera, lo que estaba sucediendo fuera real. En primer lugar, si aquello se trataba de una pesadilla, se trataba de un sueño extremadamente retorcido como para que pudiera haberlo tenido en tan sólo unas horas de sueño. Y, en segundo lugar... la posibilidad de que aquello fuese real resultaba inconcebible.

Palpó, aún asombrada y temblorosa, su garganta. No había sangre, ni heridas, ni siquiera un leve corte. Nada.

Incapaz de permanecer quieta por más tiempo, Shaina se incorporó y se puso en cuclillas, observando aún a la Bestia con desconfianza. La había dejado viva, sí, pero... ¿durante cuánto tiempo? ¿Cuáles serían las oscuras intenciones que empujarían a aquellos repulsivos seres a tomar sus incomprensibles decisiones?

-¿Por qué no me matas? -preguntó, después de carraspear un poco.

La Bestia se giró hacia ella y le dirigió una mirada extrañamente siniestra, entre divertida y amenazante, que recorrió la columna vertebral de la mujer dejando un escalofrío a su paso.

-¿Es que acaso no estás conforme? -preguntó la criatura, suavemente -. ¿Acaso prefieres la muerte? Si es así, eso tiene fácil solución...

-Una Bestia jamás perdonaría a un Humano -replicó la mujer, tratando de sonar convencida. Sin embargo, el miedo y la incredulidad ante lo que estaba viviendo tiñeron su voz con un temblor anormal -. Es imposible.

-Dos veces -respondió la Bestia, en lo que pareció más un sordo gruñido que cualquier otra cosa. No dio más aclaraciones, sin embargo.

Shaina permaneció allí y se levantó, sin apartar todavía la mirada de la Bestia.

Durante unos segundos, la sed de venganza acudió a su mente y le hizo preguntarse si tenía alguna remota posibilidad de enfrentarse a aquella criatura y salir con vida. Iba desarmada, pero quizás cogiéndole por la espalda, tal y como se encontraba ahora su enemigo, tuviera alguna posibilidad... Sin embargo, no tardó en descartar aquella idea por ser demasiado arriesgada.

Al fin y al cabo, tenía suerte de seguir con vida.

-¿Es que no vas a marcharte nunca? -preguntó la Bestia, con sequedad.

-Dijiste que vosotros no habíais matado a mi gente -le recordó Shaina, frunciendo el ceño -. Pero yo os vi. Llegasteis por la noche y los exterminasteis a todos.

-Esos no éramos nosotros -resopló el otro, impacientemente -. Los que exterminaron a tu gente fueron aquellos a los que nosotros nos estábamos enfrentando. Los que se llevaron apresados al Humano y el otro lobo.

Shaina parpadeó, sorprendida.

-Oh, vamos. Si no fuiste capaz de verlo es que no eres digna de llamarte Rastreadora.

La mujer trató de recordar.

Era cierto que había visto toda aquella escena cuando, agazapada tras las rocas, había esperado al momento más propicio para tratar de asesinar a la misma Bestia que, apenas unos segundos atrás, le había perdonado la vista. Pero no había llegado a darse cuenta de que, en realidad, había dos bandos enfrentados de Bestias. ¿O tal vez sí, pero la ira la había cegado?

-¿Por qué se enfrentaría una Bestia a los suyos? -preguntó entonces, incapaz de confiar del todo en su captor.

-Por un Humano.

-Eso sí que no puedo creérmelo, animal.

-No tienes por qué creerme -respondió la Bestia, gruñendo suavemente de nuevo -. Ronod es el nombre del lince que ordenó que exterminaran a los tuyos. El comisario Sek fue probablemente el que movilizó a sus hombres, pero no es más que un peón. Puedes creer en lo que digo... o considerarme un mentiroso. En cualquier caso, márchate antes de que reflexione acerca de si dejarte con vida ha sido una buena idea o no...

-¿Y qué hay de los tuyos? -preguntó la Humana, incapaz de contenerse -. ¿Estás solo? -añadió, desconfiada, echando una rápida mirada en rededor.

La Bestia dejó escapar un resoplido exasperado.

-Los Humanos tenéis la odiosa costumbre de hacer demasiadas preguntas -dijo, simplemente.

Shaina no necesitó que se lo dijeran dos veces.

Cogió de nuevo su morral del suelo y, tras dirigir una última mirada de desconfianza a la Bestia, comenzó a alejarse de allí a paso ligero. A pesar de que le había perdonado la vida, no quería descartar la posibilidad de que estuviera jugando con ella o de que, después de todo, aquello no fuera más que una trampa.

No se sintió capaz de respirar tranquila hasta que hubo perdido de vista a aquella extraña Bestia de pelaje azabache, que se decía capaz de traicionar a su raza, proteger a un Humano y perdonarle la vida a una mujer que había matado a uno de sus compañeros. Una vez se hubo alejado lo suficiente, dejó escapar un suspiro de alivio y comenzó a caminar a un ritmo algo menos alarmante.

<<Tiene que ser muy estúpido>> pensó, para sí misma, mientras sonreía levemente.

Rukj vio cómo la mujer se alejaba, con los brazos cruzados y tratando de contener las ganas de echar a correr para asesinarla allí mismo. Desde luego la Humana se lo había puesto extremadamente fácil, tomándose tantas confianzas con su enemigo como para no parar de preguntarle acerca de sus motivos.

En realidad, Rukj sólo estaba convencido de una cosa: y es que en aquel momento la Humana estaría pensando, casi sin lugar a dudas, que era un estúpido. Pero él sabía perfectamente por qué la había dejado marchar, por qué no había rebanado su cuello y se había bañado en su sangre, tal y como había hecho casi quince años atrás con el Vindicador de Argenta.

En primer lugar, en cuanto había escuchado el motivo por el que la Humana había tratado de asesinarle, había comprendido que la muerte de Loki no había sido completamente culpa suya sino que, más bien, había sido un reflejo de las acciones de Ronod. Rukj no estaba seguro, pero comenzaba a conocer lo suficientemente bien a aquel lince desquiciado y tenía la teoría de que incluso había previsto aquello.

En segundo lugar, había un motivo que había sido decisivo para evitar que llevara a cabo aquella matanza. En silencio, levantó la cabeza y clavó su mirada en el horizonte, pensativo.

-Lo he hecho por ti, Loki -musitó, con la certeza de que él aún podía oírle -. Sé que tú no lo habrías aprobado.

En la lejanía, el agudo oído de lobo de Rukj creyó escuchar una respuesta y, emocionado, su corazón latió algo más deprisa. Sin embargo, en cuanto puso algo más de atención descubrió que se trataba tan solo del suave gemido del viento.

Los muertos nunca volvían a la vida.

Eso era algo con lo que Rukj se había familiarizado desde joven, el día en que toda su aldea había sido atacada por las tropas del Vindicador de Argenta. Tras perder a todos y cada uno de sus seres queridos, había pasado las noches en vela, tratando de distinguir sus voces en el viento. Pero, en el fondo, el lobo negro sabía que el viento no iba a traerle de vuelta a los que habían perecido en el campo de batalla.

<<No puedo rendirme>> se dijo a sí mismo, tratando de convencerse <<. Aún queda esperanza>>.

La noche se había echado sobre la pequeña explanada en la que Sek y sus hombres habían decidido establecer su campamento.

La luna menguante pendía del cielo como las astas de un toro mientras, en silencio, la vida de la caravana se iba apagando poco a poco. Las tiendas fueron distribuidas y levantadas en apenas un suspiro, la comida se repartió sin mediar palabra, las conversaciones murieron rápidamente en los labios de sus participantes. El gélido viento de las Tierras de las Bestias trataba de arrancar aquel silencio de las bocas de todos aquellos hombres que, sin saberlo, o quizás tratando de ignorarlo, se estaban traicionando a sí mismos aquella noche. Se deslizaba por entre sus vestiduras y acariciaba sus rostros, golpeaba sus frentes y agitaba sus cabellos, tratando de protestar. Pero no obtuvo respuesta.

Tan sólo algún escalofrío o algún comentario desapasionado en medio de aquel inexpugnable mutismo, de aquel silencio eterno que ocultaba muerte, traición e ignorancia.

En las afueras del campamento había un carromato que, lejos del calor de la hoguera, permanecía sumido en la oscuridad. Los toros, linces y demás Bestias que acompañaban al comisario Sek en aquella caravana se mantenían alejados de ella, como si temieran lo que pudiera guardar en su interior. Y, sin embargo, muchos de ellos ya sabían de qué se trataba, lo que suponía una razón de más para temerla.

Aquella era la segunda vez que Raon probaba el sabor de sus lágrimas. Había comenzado a llorar instantes después de que Ronod le hubiera encerrado a solas, apartándole de Jarek y, aunque sabía que aquello no serviría para sacarle de allí, había sido incapaz de evitarlo.

Había visto cómo la lanza de aquella mujer pelirroja atravesaba el estómago de Loki con sus propios ojos. Sabía que ni siquiera Rukj sería capaz de curar una herida así, tan profunda y certera. Si la vida del joven lince tenía alguna esperanza, entonces era una llena de agonía y próxima a la muerte... Raon no quería ni imaginarlo. Sin embargo, no podía dejar de pensar en que ya no volvería a ver a Loki nunca más. Aquella mujer de cabello pelirrojo había apagado su vida, para siempre.

Se secó las lágrimas con el dorso de las manos una vez más mientras, hecho un ovillo en un rincón de aquel carromato, trataba de olvidar aquella horrible escena que le acosaba una y otra vez en sus recuerdos.

Pero, para su desgracia, aquel no era el único fantasma que le perseguía.

Habían perdido. Cualquier tipo de esperanza que hubieran podido tener anteriormente se había esfumado; Ronod se había encargado de arrebatársela y destruirla por completo.

El Mundo no cambiaría. La muerte de Loki era tan sólo un reflejo de lo que se acercaba, un aviso; la primera de una larga serie de muertes en la que, día tras día, año tras año y siglo tras siglo, cada una de las razas se vería inmersa hasta que uno de los dos bandos eliminara completamente al otro. No, ya no había esperanza para el Mundo y, de la misma manera, tampoco la había para Raon y Jarek.

-He de reconocer que habéis sido valientes al arrastrar vuestra lucha hasta aquí -le había dicho Ronod, desde fuera del carromato, antes de que cerraran la puerta -. Pero, a menudo, la valentía es sólo otro síntoma de la estupidez más absoluta. Vuestra misión estaba condenada al fracaso desde el principio. Deberías haberlo sabido, Raon.

El Humano había tardado en escuchar aquellas palabras y asimilarlas. No había replicado; simplemente había alzado la cabeza y, con un nudo en la garganta, había preguntado:

-¿Qué... qué va a ser de Jarek?

Los ojos del lince se habían iluminado siniestramente con un brillo de comprensión y maldad; Raon jamás recordaba haber sentido tal temor hacia las palabras que alguien pudiera decir a continuación, pero en aquel momento escuchó cada una de las que salieron de la boca del torturador como si su propia vida dependiera de ello.

-Sois un peligro, eso está claro -respondió, relamiéndose un colmillo lentamente -. Si la Madre Kara os escogió entre todos es por algo. Y tú eres un Humano, eso es peligroso ya de por sí... ¿sabes? -El lince hizo una pausa y, tras unos segundos en los que fingió pensar, se encogió de hombros -. Supongo que os ejecutaremos. Pero no te preocupes, ya que tanto te preocupa lo que pueda sucederle a tu querido lobo, me aseguraré de que puedas estar presente para ver cómo sucede todo, ¿de acuerdo? Tómatelo como un pequeño y último gesto de cortesía por mi parte hacia nada menos que el séptimo descendiente de Aron el Vindicador. -Estas últimas palabras las dijo con un desprecio infinito, mientras retrocedía un paso y dirigía una mirada de reojo a los dos toros que le escoltaban -. Cerrad las puertas.

-¡No! -había gritado Raon, tratando de alcanzarlas antes de perder la única posibilidad de escapar que le quedaba.

Pero no lo había conseguido.

Ahora, horas más tarde, no podía evitar pensar en el conjunto de su viaje y preguntarse para qué había servido. Recordó, no sin cierta añoranza, aquellos años de tranquilidad que había vivido en la cabaña de Rukj, no tanto tiempo atrás, aislado del cualquier mínimo indicio del mundo exterior y de todos los problemas que lo envolvían. Aquella última mañana de caza, en la que había visto a los Rastreadores llevando consigo a Jarek como un mero trofeo al que despellejar y entregar a su raza. Aquellas noches en vela hablando con el lobo de pelaje cobrizo, mientras el vínculo entre ambos se iba haciendo cada vez más fuerte; mientras, poco a poco, habían ido levantando los cimientos del amor que ahora ambos sentían.

Eso había supuesto el comienzo de su viaje, aunque no hubiera salido de la cabaña aún. Había sido el lobo de pelaje cobrizo el que le había hecho cambiar, pensar de una manera diferente, contaminarse progresivamente del mundo exterior y sus posibilidades, aunque en aquel momento él no se hubiera dado cuenta.

Luego había llegado el incendio de la cabaña y había comenzado la huida de verdad. La tensión de ser descubierto por sus enemigos, que podían contarse en cualquier bando; el miedo a que las pocas personas a las que conocía y apreciara fueran capturadas y torturadas, o algo peor. Las palabras de un joven lince de brillantes ojos azules. Su responsabilidad para con el Mundo en el que vivía... todas aquellas cosas tan distintas de su vida anterior y para las que, sin embargo, había estado destinado desde siempre.

Hasta donde alcanzaba a recordar, todo había sido dolor y tristeza, problemas y enfrentamientos; una huida constante para escapar de una muerte segura, por el simple hecho de ser quien era, de haber nacido así. La única razón por la que había merecido la pena luchar era Jarek y, en aquellos instantes, él no estaba allí. Ronod le había arrebatado lo poco que él había conseguido en aquella vida y, en apenas unas horas, le quitaría lo único que aún conservaba.

Algo dentro de él se rebelaba ante la posibilidad de caer tan pronto, de ser vencido con tanta facilidad por aquel retorcido lince de ojos rojos. Después de tantas penurias, de tanto sufrimiento, quería creer que había algo más allá del camino que había recorrido, una chispa de luz al final del túnel... pero, por otra parte, no podía seguir así. Estaba tan cansado de huir, de luchar, de sufrir por una causa que no era la suya, que lo único que quería era que todo aquello se detuviese ya. Sabía que la única opción a la que le llevaba aquel camino era a una muerte segura a manos de Ronod, pero... ¿qué había de los Humanos que vivían más allá de la Frontera? ¿Acaso no le habrían recibido ellos con los brazos abiertos si hubiera decidido refugiarse entre ellos?

<<Tal vez sí, pero no harían lo mismo con Jarek>> se dijo, dejando escapar un largo suspiro de consternación <<. Y no podría dejarle atrás, jamás>>.

Cualquiera de las dos opciones resultaba sobrecogedora.

Era como si le dieran a elegir entre arrancarle el corazón del pecho o uno de sus pulmones. Una opción terminaría con su vida, pero la otra le sumiría en una profunda agonía.

Envuelto en estos y otros oscuros pensamientos, Raon pasó toda la noche sin pegar ojo. Lo único que podía llegar a consolarle era que, en algún otro lugar del campamento, un joven lobo de pelaje cobrizo permanecía en vela con él y que, de esta manera, incluso sin estar a su lado, le apoyaba de algún modo. Pero, si aquello hubiera servido de algo, no habría ningún motivo por el que pasar toda la noche despierto.

Las horas se deslizaron lentamente pero, a pesar de eso, el alba llegó antes de lo que a Raon le habría gustado. El resplandor del sol emergiendo por el este no era sólo el símbolo de que el día se acercaba, sino también la confirmación de su sentencia definitiva. Ya no había nada que hacer.

El fin había llegado.

Ahora, él, el séptimo descendiente del Vindicador Aron, uno de los eslabones de la Cadena, el único Humano que se había criado en las Tierras de las Bestias... iba a morir. Y lo peor de todo era que, por más que lo deseara, no iba a morir solo.

Los hombres de Sek no tardaron en ir a buscarle al carromato y, con una mezcla de temor y dureza, le condujeron al exterior agarrándole de los brazos e imposibilitando cualquier tipo de huida. El gélido viento de la mañana y el cambio de iluminación le hicieron cerrar los ojos, pero no tardó en abrirlos de nuevo.

Al menos, en aquel momento, no estaba dispuesto a huir de nuevo.

Mientras los dos toros le empujaban por el campamento, Raon trató de analizar la situación con ojo crítico, siendo muy consciente de que, aunque toda esperanza pareciera ya perdida, cualquier mínimo detalle podía ser vital para su supervivencia. Deslizando la mirada por las tiendas de campaña y los restos de una hoguera ya apagada, el Humano trató de hacerse una idea de la distribución del campamento. Descubrió que las tiendas no parecían seguir ningún tipo de estructura en concreto, sino que se habían ido colocando alrededor de mla hoguera sin ningún tipo de orden. Además, contó que, en total, debía haber aproximadamente unos cien hombres en aquella caravana, lo que no era una cantidad nada despreciable. <<Desde luego, no es un número contra el que me pueda enfrentar yo sólo>> pensó, ligeramente desilusionado.

Los toros le condujeron, lenta pero inexorablemente, en dirección a una tarima que se situaba poco más allá del centro del campamento. No era muy grande y tampoco parecía muy sólida, por lo que Raon dedujo que la habían construido durante aquella misma noche, probablemente bajo la orden de Ronod, quien querría convertir aquella ejecución en todo un evento público. El joven entendía aquello, en parte; si Jarek y él necesitaban de grandes pruebas para convencer a las Bestias de que la guerra entre razas debía cesar, ¿por qué el lince no habría de necesitar algo más que palabras para convencer a sus subordinados de lo contrario? Al fin y al cabo, un buen espectáculo siempre era mejor que un simple discurso.

No tardó en distinguir, a lo lejos, un llamativo destello cobrizo que había aprendido a distinguir muy bien. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa y, por unos instantes, el cielo pareció aclararse un poco. El simple hecho de verlo allí, junto a él, le quitaba un peso de encima y le hacía sentir infinitamente más aliviado.

Pero el alivio no duró mucho tiempo.

Al verle, Jarek trató de escapar de los brazos que le inmovilizaban y huir, gritando su nombre, con una estremecedora mezcla de miedo y rabia en el rostro. Fue entonces cuando, como si acabara de despertar de un sueño, Raon volvió a la realidad y se dio cuenta de que aquella situación no tenía nada de bueno.

-¡Jarek! -gritó, tratando de escapar a su vez de los toros que le escoltaban; sin embargo, ellos eran mucho más fuertes y apenas pudo acercarse unos pasos en dirección al lugar donde el lobo de pelaje cobrizo trataba también de huir.

Sus gritos continuaron un buen rato y se entremezclaron con los de Jarek y con los comentarios exaltados y los abucheos de todos los allí presentes. De repente, el silencio que el joven Humano había percibido apenas unos instantes atrás rondando sus últimas horas se desangró en una espantosa cacofonía de amenazas, gruñidos sordos, aullidos y gritos.

Junto con el silencio del campamento, aquel extraño estado de amarga pasividad en el que Raon se había visto sumido también pareció desvanecerse. Con fuerza, trató de debatirse de los brazos de los toros y estuvo a punto de conseguirlo, pero de alguna manera ellos se las apañaron para mantenerle bien agarrado a pesar de todos sus esfuerzos.

Aún así, Raon no estaba dispuesto a rendirse tan rápidamente.

Tenía que haber algo, cualquier cosa, que pudiese hacer para salir de aquella situación. Si tan sólo Rukj estuviera allí, habría podido aconsejarle cómo actuar, pero ahora estaba solo. Y, si quería salvarse, tendría que ser él el que tomase una decisión.

Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensar en ello.

De repente, en medio de aquel tumulto, algo silbó en el aire y fue a clavarse muy cerca de él, provocando un desagradable sonido a carne perforada y liberando un denso olor a sangre. Raon cerró los ojos instintivamente, pero volvió a abrirlos, confuso, al notar algo húmedo y caliente en su cara. No necesitó llevarse la mano a la mejilla para saber de qué se trataba; el toro de su derecha acababa de disminuir sorprendentemente la fuerza con la que le agarraba del brazo.

-¿Qué demonios...? -farfulló el toro de su izquierda.

Raon estaba pensando exactamente lo mismo.

Fue entonces cuando vio a un lobo acercándose hacia ellos desde las primeras filas de la multitud que había acudido a ver aquella ejecución, con una enorme maza de hueso en la mano. El Humano trató de alejarse de allí, pero aquel condenado toro todavía insistía en mantenerle preso a pesar de lo que estaba sucediendo y apenas pudo avanzar un par de pasos mientras el lobo, obviamente con intenciones poco amistosas, cogía impulso para lanzarse hacia ellos dos, maza en ristre.

Raon volvió a cerrar los ojos, esperando lo peor, y trató de alejarse más del toro para poder esquivar aquel mortal golpe. Sin embargo, unos segundos más tarde abrió los ojos al no sentir ningún daño y comprobó, sorprendido, que el golpe no había ido dirigido a él. A tan solo unos metros de dónde él estaba, el toro que le había conducido al cadalso y aquel misterioso lobo surgido del público peleaban a muerte, revolcándose por el suelo y esparciendo bajo su cuerpo un espeso charco de sangre.

Raon no tuvo más que echar una mirada a su alrededor para darse cuenta de que no eran un caso aislado.

Casi parecía como si todo el campamento hubiera decidido sumirse en una batalla campal: allá donde mirase veía a Bestias peleando las unas contra las otras, zarpas desgarrando piel, dientes mordiendo carne, espadas rompiendo el aire, hachas y mazas cayendo con una fuerza mortal contra los cuerpos de sus víctimas. El olor metálico de la sangre no tardó en inundar el campamento de Sek y los gritos agónicos de los desafortunados que no habían sabido luchar bien comenzaron a desgarrar el aire.

Raon comprendió inmediatamente que quedarse quieto en mitad de aquella carnicería no era la opción más sensata.

Ignorando por una vez en su vida los múltiples interrogantes que circulaban por su mente, se agachó para recoger un cuchillo del cadáver cercano de un lobo y se internó en aquella marabunta de sangre, acero y muerte.

Chronicles of the Borderline: Chapter XV

For a few seconds, Raon had the most curious sensation. It was as if at that precise moment he remembered the exact second in which, just before waking from a dream, any person realizes that he is dreaming and perceives the unreality around it. Only...

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Crónicas de la Frontera: Capítulo XV

Durante unos segundos, Raon tuvo una curiosa sensación. Fue como si en aquel momento recordara el instante preciso en el que cualquier persona, justo antes de despertar de un sueño, se da cuenta de que lo es y percibe a su alrededor la irrealidad del...

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Chronicles of the Borderline: Chapter XIV

\_\_\_ Loki woke up in the middle of the night, with his heart beating wildly and his forehead beaded with cold sweat. He tried to calm down for a moment, convinced that he had had a horrible nightmare whose details he could not remember very well....

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