Crónicas de la Frontera: Capítulo IV
#5 of Crónicas de la Frontera
¡Hola otra vez! Este es el cuarto capítulo de "Crónicas de la Frontera". Ya sé que en el anterior advertía de que me iba a costar subir el siguiente capítulo, pero se me ocurrió algo para solucionarlo. He dividido el capítulo IV en dos capítulos diferentes, y he desarrollado las dos partes un poco más. Es decir, que ahora esta historia tiene un capítulo más.
Acerca del capítulo en sí... creo que tiene menos acción y más conversaciones. Aún así, es un capítulo bastante importante. Me gustó escribirlo porque, entre otras cosas, en él se ve un poco el punto de vista de un personaje que todavía no había "hablado": Jarek, y lo que piensa él acerca de Raon.
Dicho esto, solo puedo desearos que os guste y daros las gracias por seguir leyendo. ¡De verdad! Anima mucho que haya gente que siga con esta historia, por pocos que sean ;)
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La cueva parecía ser lo suficientemente grande como para que pudieran encender un fuego dentro sin arriesgarse a ser descubiertos. Horadada en la cordillera que Raon ya había visitado en ocasiones durante sus sesiones de caza, parecía las enormes mandíbulas de un lobo gigante dispuesto a devorarlo todo. O por lo menos, las sombras que la habitaban y el viento gélido que parecía salir de su interior reforzaban esta sensación.
-Podría funcionar -admitió Jarek, de mala gana, reprimiendo un estremecimiento -. Pero, ¿de verdad quieres que nos metamos ahí? No sabemos qué podría haber dentro.
Raon se mordió el labio inferior, pensativo. A él tampoco le agradaba la idea, era cierto, pero de momento...
-Esto es todo lo que tenemos, Jarek -le respondió al lobo, con suavidad, mientras comenzaba a rebuscar en su zurrón -. Habrá que sobrevivir hasta que Rukj nos encuentre.
-¿Y cómo va a ayudarnos ese Rukj, si puede saberse?
-No lo sé, pero... sé que se le ocurrirá algo -aventuró el joven, mientras extraía del zurrón dos piezas de madera de buen tamaño. A continuación, desenfundó su daga y comenzó a tallar la madera en silencio, buscando conseguir dos buenos trozos que le permitieran prender fuego. Tras unos instantes, se giró de nuevo hacia el lobo y le dijo, con tono de circunstancias -. Voy a necesitar que vayas a buscar leña, Jarek.
-Está bien -se rindió el otro -. Pero déjame decirte una cosa: confías demasiado en ese Rukj. Y te creo cuando dices que podría ayudarnos de alguna forma, pero... recuerda que no es más que un lobo, Raon. A veces da la sensación de que le consideras invencible.
El Humano dejó escapar un respingo de cansancio y el lobo, viendo que no iba a conseguir nada hablando con él, decidió salir en busca de la leña que necesitaban. Curiosamente, no tuvo los mismos problemas que Raon había tenido al subir por la ladera de la montaña la primera vez que había llegado ahí; mientras que los pies del joven iban envueltos por alguna especie de calzado, las patas de los lobos eran por lo general fuertes y no lo necesitaban. Además, sus zarpas habrían hecho imposible cualquier tipo de calzado. Esa era una de las razones por las que, entre otras cosas, a veces Jarek se preguntaba si no debería ser él mismo el que saliera a cazar.
Mientras ascendía más y más por entre las rocas, dirigió una breve mirada a Raon, que seguía tallando la madera y parecía realmente concentrado en su trabajo. A veces, Jarek no podía evitar admirarle: todo lo que sabía, la forma en la que era capaz de desenvolverse por sí mismo sin la ayuda de nadie, y lo mortífero que podía llegar a ser... siendo tan sólo, después de todo, un frágil y joven Humano de su edad. Aquello le impresionaba, era cierto, y también le daba algo de envidia.
Jarek, a pesar de ser fuerte y tener un cuerpo apto para la lucha, jamás había aprendido a defenderse él solo. No, en su familia jamás habían tocado ningún tema referente a la violencia, y por lo tanto nunca le habían enseñado a cazar, a manejar una espada o a simplemente pelear, como a muchos jóvenes de su edad. Aquello implicaba también, por supuesto, que Jarek no se había visto obligado a alistarse en el ejército, lo que era un alivio. No imaginaba nada más absurdo que perder su vida luchando en una guerra en la que ni siquiera creía.
Pero había algo de Raon que le daba pena; a veces, el joven parecía demasiado confuso ante determinadas situaciones, sentimientos e incluso conversaciones, y Jarek intuía que era porque jamás las había tenido con aquel tal Rukj. La visión del Humano estaba tan cerrada en torno a ese lobo que no conocía nada más que su forma de ver las cosas. Jarek confiaba en que, con el tiempo, Raon aprendería a encontrar su propio punto de vista y a acostumbrarse al resto de personas.
En silencio, recogió algunos matojos secos que encontró creciendo entre las rocas y los fue acumulando en un montón bajo su brazo, preguntándose si con eso sería suficiente. Todavía estuvo un tiempo deambulando por entre las rocas y arrancando ramas secas, hasta que finalmente se aburrió y decidió regresar al pie de la pequeña cordillera por si Raon había hecho ya algún progreso.
Cuando volvió, se encontró con que el Humano había conseguido encender el fuego, y le estaba observando con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
-¡Vaya! Parece que has ganado la carrera -sonrió el lobo, tendiéndole el montón de leña seca.
-¿Qué carrera? -preguntó Raon, confuso, mientras recogía la leña y le dirigía una mirada extrañada.
-Eeeh... ya sabes, yo he ido a recoger leña mientras tú hacías el fuego, y tú has acabado antes. Podríamos haber echado una carrera y... Bueno, era solo... una broma -le explicó, en voz baja, dejando caer las orejas mientras la decepción inundaba su rostro.
Para su alivio, por lo menos consiguió ver una pequeña sonrisa asomando al rostro del Humano, mientras éste se agachaba de nuevo a echar la leña en el fuego.
-¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡Veo que hasta te atreves a sonreír! ¡Jamás te había visto cometer una locura así antes!
-Qué gracioso -respondió Raon, algo molesto, aunque sin dejar de sonreír en ningún momento -. Bueno, hoy no es precisamente el día más feliz de nuestra vida, ¿no te parece? Han quemado nuestra cabaña hasta los cimientos y no tenemos sitio adónde ir. Perdóname si no me estoy echando por los suelos de la risa.
Jarek se le quedó mirando, haciéndose el impresionado.
-Vaya, que alguien me pellizque... ¿eso era ironía, verdad? ¿Estabas siendo irónico?
-Oh, cállate -le reprendió Raon, ampliando la sonrisa -. Vale... sí.
-Bien, ahora estoy seguro de que esto tiene que ser un sueño. ¿No sólo sonríes, sino que además eres sarcástico? Si es real, debería pagar por verlo.
-Bueno, ya vale -le pidió el Humano, y Jarek comprendió que había llegado el momento de bajar la voz -. Tenemos que entrar a investigar esa caverna, por si no lo sabes... y tus bromas precisamente no nos va a alumbrar el camino.
Jarek dirigió una larga mirada a la boca de la cueva, que parecía estar peligrosamente cerca, y después se giró hacia Raon, algo contrariado. El Humano pareció entender lo que el lobo estaba pensando antes incluso de que lo dijera.
-Yo iré primero -murmuró, resignado.
Después de haber cogido una rama lo suficientemente gruesa del montón que Jarek había traído, haberla envuelto con algo de yesca, mojado en un poco de alcohol, y prendido fuego, los dos se aventuraron hacia la boca de la enorme caverna, a un paso lento y cauteloso que Jarek solo era capaz de interpretar como el prólogo a un peligro inminente.
-No creo que sea muy profunda... -murmuró Raon, tratando de darse seguridad -. Tal vez unos metros más, pero no puede atravesar la cordillera... ¿no?
Se volvió hacia Jarek, interrogante, pero el lobo no parecía muy dispuesto a hablar. Por algún motivo, parecía como si la presencia de la cueva le afectara de alguna forma extraña, como si de repente ya no tuviera palabras que decir.
-Mira qué bien, parece que ya no haces bromas -resaltó Raon, dirigiéndole una mirada acusadora mientras se internaba de nuevo en la caverna, seguido de cerca por el lobo de pelaje cobrizo.
Lo que no sabía era que, en realidad, Jarek no se sentía asustado por el interior de la cueva en sí, sino por el amenazante brillo de la antorcha que llevaba Raon. Desde el día de la catástrofe no podía evitar sentir un terrible rechazo hacia el fuego, como si le culpara a él de todos sus males. Las imágenes del incendio se repetían en su cabeza una y otra vez como recuerdos lejanos, y la amenaza de que la antorcha terminara prendiendo alguna de las pieles de Raon era lo que más le inquietaba en aquel momento.
<<No pasa nada>> se decía a sí mismo, tratando de tranquilizarse <<. Solo es una antorcha. Es imposible que provoque un incendio>>.
Pero aún así, le costaba creérselo.
Tal y como Raon había previsto, la cueva no era en realidad muy grande. Tan solo parecía tener unos diez o veinte metros de profundidad, que se veían interrumpidos constantemente por estalactitas y estalacmitas, y otras muchas rocas que entorpecían el camino. Si querían dormir allí aquella noche, iban a tener problemas para encontrar un sitio lo suficientemente llano.
De repente, las orejas del lobo se alzaron y se paró en seco, reteniendo al Humano por el hombro. Raon se giró hacia él, molesto, pidiéndole explicaciones con la mirada.
-¿No has... no has escuchado eso? -le preguntó Jarek, seguro de que había escuchado un susurro siniestro en alguna parte de la caverna.
Raon pareció comprender.
-¿El qué? -preguntó, en voz baja, dirigiendo una rápida mirada a su alrededor y trazando un arco con la antorcha para disipar la oscuridad. No encontró nada -. ¿Qué has oído, Jarek?
El Humano era consciente de que el oído del lobo era muy superior al suyo, y por eso seguramente confiaba más en lo que el lobo podría haber oído que en lo que él mismo era capaz de escuchar.
-¡Ahí está otra vez! -exclamó el lobo, ligeramente nervioso -. Suena... suena como si viniera de arriba...
Inmediatamente, Raon alzó la antorcha sobre su cabeza para tratar de averiguar lo que había en el techo, que en aquel momento estaba cubierto por las sombras. Lo que vio no le gustó ni un pelo.
La luz de la antorcha se reflejó en cientos de ojillos pequeños y rojos, que parecían observarles penetrantemente como si, por algún extraño motivo, se sintieran ofendidos. Tal vez fuera porque aquella cueva era su territorio y los ojos estaban enfadados porque habían entrado en él. O quizás no hubiera ninguna razón. Pero Raon contuvo el aliento mientras, lentamente, los ojos comenzaban a parpadear.
-Apuesto a que ahora necesitarías una broma, ¿no? -murmuró Jarek, con una voz débil y quebrada por el miedo. El pelaje de su nuca estaba erizado por la tensión -. Pues...
No pudo decir nada más. De repente, aquella maraña de ojos pareció saltar sobre ellos como si emergiera de la oscuridad, y antes de que se dieran cuenta, un millar de alas negras les envolvió por todas partes. Una serie de chirridos desagradables empezaron a resonar de rincón en rincón de la cueva, y Jarek se llevó las zarpas a los oídos, presa de un violento dolor de cabeza que parecía provenir de sus tímpanos. Había algo que le hacía daño... un sonido que no era capaz de identificar, pero que le estaba destrozando los oídos... No pudo evitar dejar escapar un rugido de dolor, mientras a su lado Raon parecía inmune a los efectos de aquel diabólico sonido.
Por suerte para él, no duró mucho más. Aquellas extrañas criaturas no tardaron en salir de la cueva con la misma rapidez con la que habían caído sobre ellos, y sus negras siluetas se perdieron en la distancia como un millón de manchas oscuras. Raon, asombrado, les siguió con la mirada e incluso avanzó un par de pasos hacia ellos, sorprendido, pero no abandonó a Jarek, que seguía con las zarpas en la cabeza, jadeando de dolor.
Tras unos segundos de silencio, fue el Humano el primero en romper el silencio.
-¿Has visto eso? -preguntó, impresionado -. ¿Qué clase de criaturas eran aquellas? ¿Y qué hacían aquí metidas en la cueva?
-Eh, no te preocupes por mí; sobreviviré -gruñó Jarek, al parecer algo molesto por el hecho de estar siendo completamente ignorado.
En ese momento, Raon se dio cuenta del estado en el que el lobo se encontraba y se agachó junto a él, alarmado.
-¿Jarek? ¿Qué te pasa? ¿Te han... hecho algo? -preguntó, preocupado.
-Sí, ya... pregúntamelo ahora -refunfuñó el lobo, con cierto tono de sorna -. Cuando me estaba muriendo de dolor, lo único que parecía importarte eran esas cosas que han salido volando por la cueva.
-No exageres -contestó Raon, alzando de nuevo la antorcha y buscando signos de vida en la cueva.
La luz del fuego iluminó todos los rincones de roca de la cueva, y durante unos instantes el joven creyó percibir sombras siniestras detrás de cada estalagmita...
Por suerte para él, solo se trataba de su imaginación.
-Estamos solos -comprendió, sin saber exactamente si sentirse aliviado o preocupado.
Aquellas dos palabras jamás le habían parecido tan ciertas ni tan descorazonadoras.
Jarek suspiró por enésima vez, mientras se removía, incómodo, sobre el duro y frío suelo de la cueva que ahora les servía como refugio. Por desgracia, se habían visto forzados a abandonar su cabaña de manera tan brusca que no habían tenido tiempo de salvar nada de lo que antes tenían, ni siquiera una manta con la que cubrirse o una estera sobre la que dormir. Por eso, la única solución posible ahora era dormir sin nada bajo ellos, solo aquel duro y frío suelo. Raon tenía su capa de pieles y Jarek su propio pelaje, pero aún así era imposible encontrar una buena postura para conciliar el sueño.
Finalmente habían decidido quedarse dentro de la cueva para dormir, en una de las zonas más profundas; por una parte, sería más difícil que alguien les descubriera si dormían a cubierto, y por otra, así evitaban el gélido viento que solía soplar todas las noches en las Tierras de las Bestias.
Hacía ya rato que Raon parecía haberse sumido en un sueño intranquilo y alerta, pero Jarek no había podido cerrar los ojos en todo el tiempo que llevaba allí. La razón por la que no podía dormir era la hoguera que crujía una y otra vez delante de él, amenazándole mientras se reflejaba en sus profundas pupilas de lobo, susurrando palabras de odio que le hacían sentirse inseguro de nuevo... mientras los recuerdos de lo que había sucedido mucho tiempo antes seguían martirizándole. Una y otra vez recordaba el incendio de Cellisca Nívea, revivía el horror que había sufrido aquella noche... y su corazón se encogía más y más, oprimido por una angustia que no se podía explicar con palabras.
Soltando de nuevo un gemido de dolor, el lobo se giró en el suelo para buscar una nueva postura y, sin apenas darse cuenta, su mirada reparó en Raon. El joven se había puesto lo más cerca que había podido de la hoguera, pero ni todo el calor de aquel pequeño fuego era suficiente para mantenerle caliente. Abrigado en sus pieles blancas, el joven parecía temblar de frío y sus dientes castañeaban de vez en cuando, sin llegar a despertarle de su inquieto sueño. Jarek sintió lástima por él.
En general, los lobos no tenían demasiados problemas con el frío. De los cuatro clanes, eran los que mejor se podían adaptar a la nieve y al extremo frío de las noches que asolaban las Tierras de las Bestias. Por eso, muchas veces no necesitaban llevar más ropa que un pantalón que cubriera sus piernas hasta llegar a las zarpas de sus pies; no era que no quisieran llevarla, era simplemente... que no les resultaba necesario. Eso, por ejemplo, no ocurría con los linces. Su pelo era algo más largo, pero menos espeso que el de los lobos. Ellos sí que solían ir completamente vestidos. Aunque todo aquello, por supuesto, dependía de lo que cada uno quisiera hacer.
Un nuevo escalofrío de Raon le sacó de sus pensamientos. Al parecer, el muchacho lo estaba pasando francamente mal, y Jarek sabía que iría a peor conforme avanzara la noche, puesto que el cielo prácticamente acababa de teñirse de negro. Una idea asomó a su mente; una idea que le hizo ruborizarse pero que, después de todo, tenía mucho sentido y no era tan mala.
En silencio, el lobo de pelaje cobrizo se acercó a Raon tratando de no despertarle, y se situó detrás de él observándole con atención. Era peor de lo que en un principio había pensado; el Humano, atacado sin piedad por el frío de la noche, había juntado las rodillas contra su pecho y trataba de evitar que le temblaran violentamente, sin conseguirlo. Por primera vez desde que había estado observándole, una pequeña sombra de miedo acudió a la mente de Jarek: él era un lobo y podría resistir aquella noche, pero... ¿y si Raon no era capaz?
Tras unos segundos de duda tomó una decisión, y pasando un brazo por encima de Raon, se recostó al lado de él para tratar de infundirle algo de calor. Se sintió incómodo durante un momento, pero inmediatamente aquella sensación desapareció en cuanto los fríos dedos de Raon se cerraron en torno al brazo que había pasado sobre su tronco, casi con desesperación.
Una extraña sensación se extendió en aquel momento por su cuerpo; la misma que ya había sentido alguna que otra ocasión cuando, por descuido, ambos se habían atrevido a tocarse. La misma que parecía venir a él cada vez que mantenía cualquier clase de contacto físico con Raon. Era algo... indescriptible; y desde el primer día Jarek había sabido que no habría sido capaz de explicarlo jamás, con o sin palabras. Pero resultaba reconfortante también, casi como si un lazo invisible se tejiera entre los dos cuando se tocaban, como si, de repente... fueran uno en lugar de dos cuerpos distintos y separados.
Embargado por aquel sentimiento, Jarek cerró los ojos y se acurrucó más contra Raon, mientras trataba de ignorar sus dudas y seguir tan solo a lo que sentía... Y en eso, desde luego, sí que no tenía ninguna duda. No sabía cuándo lo había averiguado, pero sus sentimientos hacia Raon estaban muy claros prácticamente desde el momento en que los había comprendido por primera vez. Y aunque fueran precisamente aquellos sentimientos los que le hacían sentirse tan incómodo... no habría sido una buena idea rechazarlos sin más. Tenía que aprovechar cada momento, cada segundo de aquel contacto, porque había muchas posibilidades de que no volviera a repetirse.
De repente, alguien se movió bruscamente junto a él y el lobo abrió los ojos, algo desconcertado. Se encontró con la confusa mirada de Raon, que parecía taladrar sus ojos a apenas unos centímetros de distancia.
-Jarek -preguntó el Humano, en un susurro -. ¿Qué estás haciendo?
El lobo agachó las orejas, algo avergonzado, pero inmediatamente recordó que había una razón lógica por la que estaba haciendo lo que estaba haciendo.
-Estabas temblando de frío. Mucho. No me gustaría que murieras congelado -le confesó, sin desviar la mirada.
Raon pareció dudar durante unos instantes, como si a él también le costara decidirse igual que le había sucedido al lobo segundos atrás.
-Te lo agradezco -dijo, al final -. Pero no deberías preocuparte tanto. He... he dormido algunas veces al raso; esta no es la primera vez.
-Mientes de pena, ¿lo sabías? -comentó Jarek, dibujando una pequeña sonrisa en su hocico -. Lo estabas pasando mal, Raon... De verdad.
El Humano mantuvo la mirada fija en las pupilas del lobo, y finalmente la desvió hacia la hoguera, pensativo. Jarek pensó que parecía incómodo, por algún motivo, casi como él lo había estado al echarse a su lado. Se preguntó a qué se podría deber exactamente eso y si tal vez... tal vez hubiera algo que Raon no pudiera contarle, que él mismo pudiera llegar a averiguar... y que él podía estar sufriendo también.
Una luz se hizo en su mente. Una luz que también llevaba esperanza.
-Es por eso, ¿verdad? -preguntó, suavemente -. Tú también lo sientes.
Raon se giró hacia él, algo sorprendido.
-¿Sentir? ¿Te refieres a... cuando nos tocamos?
Una gran decepción apagó la luz en la mente de Jarek. Él había creído que Raon hablaría de otra cosa, algo que tenía que ver con los sentimientos, y no con las sensaciones... Aún así, intentó disimular su decepción.
-Sí. No sé exactamente a qué se debe ni qué es, pero... vamos, tú también sabes de qué estoy hablando, ¿verdad?
Raon tardó en contestar.
-Sí -reconoció, al final, bajando la cabeza -. Pero hasta que me lo has dicho, creía que era el único. Es... raro.
-Sí. No sabría cómo describirlo. Solo sé que ocurre cuando te toco... y que es agradable de sentir.
-Pero también incómodo -apuntó el Humano -. No sabemos lo que es. No sabemos de dónde viene. En cuanto lo siento, no puedo evitar... tener algo de miedo, pensando que podría ser algo malo.
-Las cosas malas no sientan así de bien -sonrió Jarek -. Deberías dejar de preocuparte y simplemente disfrutarlo.
Raon se ruborizó ligeramente, y apartó la cabeza bruscamente, tal vez intentando que el lobo no le viera. Por desgracia para él, Jarek fue consciente de lo que estaba pasando por su mente, y de nuevo una pequeña luz de esperanza se encendió en su mente. Tal vez, juntos compartieran aquella sensación... y aquel sentimiento. Tal vez tuvieran alguna posibilidad.
-Empatía, creo que esa es la palabra -susurró Raon, tras unos instantes -. Pero es una empatía muy intensa, ¿no crees?
-Y tanto -respondió el lobo, divertido.
Sin embargo, Raon no hizo el menor amago de sonreír. En su lugar, parecía continuar pensando en una posible solución para aquel interrogante.
-Por lo menos, si lo sentimos los dos, sé que no debo guardarlo en secreto, ni avergonzarme de ello -murmuró -. No sé. Cuando nos encontremos con Rukj, le preguntaremos al respecto.
-Qué pesadito estás con Rukj -gruñó Jarek, algo molesto -. ¿De verdad crees que puede tener la menor idea de qué es esto?
Raon se calló, comprendiendo que el lobo tenía razón, muy a su pesar. Se mordió el labio inferior y volvió a sumirse en sus sombríos pensamientos, mientras Jarek le observaba, algo preocupado. Temía haberse pasado un poco al decirle aquello; al fin y al cabo, Rukj era todo cuanto Raon había conocido hasta aquel momento.
-¿Por qué no te duermes? -le dijo, con tono conciliador -. Ya pensaremos en eso mañana. Hoy ha sido un día duro, ¿no crees?
Raon asintió, en silencio, y se recostó de nuevo junto a Jarek, todavía con algún que otro titubeo. Cuando el brazo del lobo pasó por su cintura se estremeció, pero al instante pareció tranquilizarse.
-Tengo que reconocer que me das calor -musitó, segundos después.
-Eso es porque tengo pelaje.
-Lo sé. De pequeño siempre me preguntaba cuándo y por qué se me había caído a mí el pelaje, ¿sabes? -le confesó Raon, en voz baja -. Creía que era un lobo sin pelo, o algo así; por eso siempre que me comparaba con Rukj y me daba cuenta de que yo estaba... bueno, pelado, por decirlo de alguna forma... intuía que había algo que no marchaba bien.
-¿Creías que Rukj era tu padre de verdad?
-Sólo cuando era pequeño. Con el paso del tiempo, la lógica me hizo comprender que no podía ser así. Además, Rukj empezó a hablarme de las cuatro especies, de los Humanos, del enfrentamiento entre nuestras razas... y todo eso. No tuve más que atar cabos sueltos para darme cuenta de que yo nunca fui su hijo, sino que él decidió adoptarme... por algún extraño motivo.
Jarek asintió lentamente, meditabundo. El pelaje de su hocico rozó suavemente el cuello del joven, provocando otra oleada de aquella extraña sensación de empatía que parecía conectarles a los dos. El lobo tuvo que reprimir sus impulsos y centrarse en la conversación que estaban manteniendo para no hacer lo que en realidad le habría gustado hacer.
-A veces creo que Rukj sufrió mucho por mí. Él no me lo dice, y lo disimula muy bien, pero... -Raon se detuvo, sin saber muy bien cómo explicarse -. Nunca iba a la ciudad, por ejemplo. No quería que nadie le viera, ni mucho menos a mí. No toleraba las visitas y no me dejaba alejarme mucho de la cabaña. Sobre todo, estaba terminantemente prohibido acercarse a la Frontera. A menudo tengo la sensación de que, cuando vivía con él... no éramos menos fugitivos de lo que somos ahora.
-Parece duro -murmuró Jarek, todavía algo distraído, aunque haciendo su mejor esfuerzo por prestar atención.
-Sí -respondió Raon, asintiendo lentamente -. Pero aún así... es mi padre, Jarek. El único al que he conocido. Y no sólo me ha mantenido con vida, sino que me ha enseñado a sobrevivir por mí mismo. Ahora... tengo miedo de que él no pueda hacerlo.
Jarek comprendió lo que le sucedía casi tan rápido como si él mismo lo estuviera sintiendo. Jamás sabría si se debía a la casualidad o al contacto entre ambos, que parecía ayudarles a entenderse mejor que nunca. En cualquier caso, se arriesgó a abrazar con fuerza al joven y a tratar de infundirle algo de confianza y calor, aún arriesgándose a asustarle.
Por suerte, Raon recibió el abrazo sin apenas reaccionar, aunque en su interior se estuvieran desencadenando una serie de sentimientos que amenazaban con hacerle perder la calma. Al fin y al cabo, aquel era el primer abrazo de su vida, y nunca jamás se había sentido tan apreciado ni protegido... por nadie. Jarek, mientras tanto, respiró el aroma del joven y disfrutó del momento, tratando de convencerse a sí mismo de que nunca dejaría que nadie le hiciera daño. Incluso sabiendo que aquel joven era capaz de matarle con los ojos cerrados, no podía evitar desear protegerle. Hasta de aquellas preocupaciones que parecían nublar su mente.
-No te preocupes por él, Raon. Es un cazador, no una presa -le aseguró el lobo, tratando de sonar firme -. Encontrará la forma de llegar hasta nosotros, ya verás.
Raon esbozó una leve sonrisa, apreciando los intentos de Jarek por hacerle sentir mejor. Durante unos segundos permaneció callado, hasta que al final murmuró:
-Muchas gracias, Jarek. Nadie... nadie me había animado nunca así. Creo que ahora voy a poder dormir tranquilo.
-Inténtalo -le recomendó el lobo, sintiendo una creciente satisfacción en su interior -. Y si tienes frío, sólo dímelo.
El Humano no respondió. Se acurrucó contra el cálido y espeso pelaje de Jarek, tratando de conciliar el sueño, mientras el lobo le abrazaba con suavidad. La noche ya no parecía tan fría después de todo, ni el viento tan gélido. Jarek deseó que aquel momento no terminara nunca, mientras su vista se deslizaba por cada una de las facciones del rostro medio dormido de Raon, y sus brazos se cerraban en torno a su cuerpo envuelto en pieles.
Amaba a Raon, estaba muy seguro de ello, y aunque todavía tenía que averiguar si el sentimiento era mutuo, no estaba dispuesto a dejar escapar aquel momento. Quería que el tiempo dejara de existir, detener aquel momento... una noche era poco para él.
La hoguera, mientras tanto, seguía crepitando, y esta vez sus llamas se reflejaban en los ojos de un lobo que era inmensamente feliz.